25/9/15

The Waterboys, el último corazón del rock


Como tantos otros, The Waterboys pueden decir que estuvieron a punto de conseguirlo. Con su rock espiritual y su fachada bohemia, la banda escocesa pudo figurar en el olimpo del rock de los ochenta. Sin embargo, el mito del folk se cruzó en el camino de Mike Scott. A mediados de la década, las canciones polvorientas de Woody Guthrie y la tradición irlandesa, la Caledonia con la que soñaba Van Morrison y el sonido de una simple mandolina, destaparon un mapa oculto en el que la poesía bastarda de William Burroughs y la grandilocuencia del rock de estadio a lo U2 podían compartir carretera. Mike Scott había encontrado su camino.

De aquella senda nacería la Big Music con la que la prensa bautizaría el sonido de Scott y compañía, o lo que es lo mismo, la épica irresistible de Springsteen reconducida por la generación post-punk. Una música que, a pesar de haber permanecido en un segundo plano durante años, ha terminado filtrándose en bandas como Mercury Rev o los más recientes Destroyer y The War On Drugs. Energía rock con nostalgia por los años ochenta. Algo que también ha guiado, en parte, la carrera de The Waterboys. Y digo en parte porque la formación escocesa, siguiendo el carácter de su líder, comparte varias almas sin que ello le provoque distorsión alguna; desde esa versión marinera y forajida de Fisherman’s Blues a la más pop de This Is The Sea o la estrictamente literaria del reciente An Appointment with Mr. Yeats.

Todas ellas, de alguna manera, se dan cita en Modern Blues, último trabajo que la banda vino a presentar a Madrid el pasado miércoles. Se trataba de la primera visita a España de The Waterboys tras la gira de conmemoración del 25 aniversario de Fisherman’s Blues. Si en aquella ocasión el espíritu folk, con Scott cumpliendo el papel de un Dylan jubiloso perdido en mitad de la campiña irlandesa, marcó los conciertos de la banda; en esta fue el rock de alto octanaje el encargado de medir el pulso a la noche. Y es que Modern Blues, a pesar de su sencillez soul (los dos caramelos contenidos en I can see Elvis y Nearest Thing To Hip no faltaron a la cita en La Riviera) y su dosis de fragilidad pop (The Girl Who Slept For Scotland), tiene corazón oxidado y rebelde.

Empezando por esa Still A Freak que, con sus arreglos soul, suena chulesca y callejera. “I’m not bitter but I’m no quitter” avisa Scott, con esa pose entre Mick Jagger y Johnny Thunders. Con ella The Waterboys daban paso al primer gran triunfo de la noche. A Girl Called Johnny, con Scott sentado al piano, y We Will Not Be Lovers -menos hipnótica que en su versión original, aunque con esa lengua envenenada marcando el pulso- rebuscaban en esos discos gloriosos de la banda en los ochenta, en esa nube tóxica en el que los márgenes del rock se difuminan y la voz de Mike Scott suena como un campanazo en la conciencia. “Words are your weapon, lies are your defense”.

A esas alturas de la velada el violín de Steve Wickhman ya había reclamado parte del protagonismo sobre el escenario. Mutando en acompañamiento de tonadas dulces, cuando la canción lo requería, o en munición para los momentos más intensos, como en esa versión del Roll Over Beethoven que la banda coló al final de Glastonbury Song. Si Scott, el poeta de sombrero oscuro, el rockero con pinta de bibliotecario, el compositor capaz de unir en una misma canción a Shakespeare con Keith Richards, a Marvin Gaye con Platón, si él es el verbo de The Waterboys, su pose y su cerebro; Wickhman, es, sin duda, su alma, el corazón que hace latir esas canciones que a ratos coquetean con el folk y a veces se dejan llevar por el rock de amplio espectro. Juntos terminarían interpretando a solas unas versión de Don’t bang the drum, convertida en un pequeño drama de tintes filosóficos con el líder de The Waterboys de nuevo a las teclas.

Todavía habría tiempo antes de los bises para recuperar aquel éxito que casi convierte a los escoceses en estrellas de la nueva ola romántica (The Whole of The Moon) y para volver a recuperar el espíritu grandioso de autopista de Modern Blues (Longe Strange Golden Road). Confirmando que, en esa esquizofrenia entre el folk y el rock que reina en la discografía de The Waterboys, la banda había optado por lo segundo para esta gira. Lo cual no quita que, tras los habituales minutos de receso, Mike Scott y compañía tuvieran que volver para atacar Fisherman’s Blues, manifiesto espitirual de la formación. “I wish I was a fisherman tumblin’ on the seas” cantaba un Scott subido a la ola de su propia música, ejerciendo de capitán de aquella barcaza frágil y aventurera. Una marea que les terminaría llevando a esa versión majestuosa, libre, casi celestial, del Purple Rain con la que cerrarían el concierto. Allí, acompañados por la cantante de los murcianos Sons of Rock, dejando que los acordes de Prince latieran de nuevo, The Waterboys despidieron una noche mágica.

Publicado en Crazyminds

2 comentarios:

  1. Pues por lo que he leído puede ser uno de los conciertos del año. Afortunados los que allí estuvieron. Saludos

    ResponderEliminar
  2. Sin duda uno de los conciertos de la temporada. Y eso que no necesitó recurrir constatemente a los temas clásicos de su discografía. El señor Mike Scott está muy en forma. Saludos.

    ResponderEliminar