12/4/21

Peter Case, elogio de la derrota


En nuestro listado de héroes de la canción americana Peter Case siempre tendrá un lugar a pie de página. De trazo inquieto, nunca del todo reconocido más allá del círculo de enterados, su trayectoria bajo radar nos recuerda que es posible sobrevivir durante décadas en este negocio -el de la música- sin necesidad de perder el alma o romper la brújula por el camino. Si no me creen escuchen el reciente The Midnight Broadcast, mitad dust bowl ballad, mitad juxebox cósmica. En él el de Buffalo se calza las botas de un Woody Guthrie vociferante mientras juega a emular a ese Bruce Springsteen noctámbulo, corajudo, agarrado al alambre de esa carretera que separa Nebraska del cielo. Wolfman Jack mandando señales desde el inframundo. The Midnight Broadcast es un boletín radiofónico en blanco y negro, una geografía perdida hace tiempo bajo la arena del desierto. Peter Case, el profeta, el trovador, el bluesman sin más fe ni más biblia que la de la canción con mayúsculas. La gran canción americana. La gran fiebre del oro melódico.

No debería sorprendernos. El neoyorquino lleva casi cuatro décadas avisándonos. Puede que su debut en solitario de 1986 nos presentara a un tipo fuera de lugar, atrapado entre los requisitos de la época y ese intento por recuperar los aromas más tradicionales. Aquella portada de aires retro, la tipografía clásica y esa pintas de crooner en horas bajas completaban la línea de puntos. Sólo había que asomarse a la sección de créditos para darse cuenta de que aquí había miga. T-Bone Burnett, mucho antes de que su firma se convirtiera en omnipresente en la industria del disco más escorada hacia territorios polvorientos, se encarga de la producción y lidera una banda en la que aparecen Jim Keltner, David Miner, Roger McGuinn y Van Dyke Parks. Nombres que hoy resultan imprescindibles para entender la historia de la canción popular yankee, pero que en mitad de la década de los one-hit wonders y la purpurina de todoacien se habían convertido en antiguallas, un espejismo de tiempos mejores.

El propio Case había participado de la revuelta que había puesto todo patas arriba. Enredado en el magma del rock angelino de finales de los setenta, el músico militó en bandas como The Nerves y The Plimsouls. Formaciones de vida instantánea y carácter explosivo con las que el de Buffalo teatralizaba el paso de la punk rasposo a sonoridades más cercanas al power-pop habitual en muchos grupos del cambio de década. Huérfano de compromisos, aunque con combustible de sobra, a mediados de los ochenta Case terminaría encontrándose con otro tipo en su propia encrucijada. Burnett, componente de la Thunder Revue dylanita, parecía venir de otra tradición cuando no directamente de una época diferente a la de Case, a pesar de que apenas les separaran seis años de carné. Las ganas del de St. Louis de probar su destreza en la mesa de mezclas y una cierta conexión subterránea anclada en el respeto a la canción, viniese de donde viniese, sellarían el acuerdo. Peter Case -el debut- es hoy un clásico.

Tres años más tarde llegaba la continuación. Aunque el propio Burnett aparecía en el libreto, su participación en la grabación sería prácticamente testimonial. Steven Soles -otro verso perdido de la Thunder Revue al que la parroquia dylanita tendrá que hacer justicia algún día- y el mismísimo Peter Case firmaban la producción de un álbum que apuntalaba lo ya mostrado y en muchos casos lo superaba. Ni siquiera aquel título de extensión kilométrica e intención irónica -The Man with the Blues Post-Modern Fragmented Neo-Traditionalist Guitar- era capaz de emborronar el conjunto. Si Peter Case prometía sin comprometerse, la secuela dibujaba una línea recta en dirección a un horizonte en el que el blues, el folk vigoroso y ciertos aires fronterizos redondeaban una colección eterna. Diez composiciones cristalinas, despojadas de artificios y de ciertos errores de novato, por otro lado inevitables en cualquier debut que se precie. El autorretrato de un escritor de canciones que había encontrado, por fin, el rastro a seguir. El vagón que esconde el santo grial de la gloria melódica.

Abre el viaje una recreación fantasmagórica de Charlie James, aquel original de Mance Limpscob que adquiere tonos más propios del cine noir que del sur norteamericano en la voz del de Buffalo. Si el propio Peter Case había escrito en la presentación de su debut que su intención era crear una colección de canciones sobre “el pecado y la salvación”, aquí nos zambullimos en pantanos igual de turbulentos. Como todo buen blues -y este lo es-, tan sólo hacen falta un par de pinceladas para colocarnos directamente en aquel cruce de caminos en el que la muerte, el dinero y la mala suerte juegan al casino. Put Down The Gun, la continuación, repite dilema aunque cambia el paisaje gótico por un estribillo que podría haber salido directamente de la pluma de John Hiatt. No será la última vez que Case recurra al compositor de Have a Little Faith In Me y Feels Like a Rain para vestir su folk bombeante.

Con Entella Hotel entramos directamente en territorio springsteeniano. El carrusel de personajes, la emoción bañada de filtro sepia y esa voz de embarcadero, a esa hora en la que borrachos y marineros buscan una última oportunidad de irse a casa acompañados, no engañan. No importa. Sigue siendo una canción inmortal, una de nuestras favoritas del cancionero del neoyorquino, la confirmación de que pocos como él son capaces de transportarnos a la geografía de carreteras secundarias y ciudades olvidadas del mapa estadounidense. La misma que cruzan canciones como Old Part of Town, Rise and Shine o This Town's a Riot. Especialmente esta última, de maneras oxidadas y espíritu ranchero, a punto de cumplir su promesa y hacer que la banda estalle en su propia revuelta sonora. Tiene que ser no obstante Travellin' Light la que rompa definitivamente el cuentakilómetros. Ry Cooder y David Hidalgo, dos de las nuevas incorporaciones a la grabación respecto al debut, colorean el conjunto de acordeones y ukeleles convirtiendo la canción en un pasacalles fronterizo.

You got a hole in your soul and the wind blows through” repite Case al final del estribillo de Travellin' Light. Es ese agujero existencial, casi siempre con olor a pólvora, el que parece cruzar a todos los personajes de este Blue Guitar. Aunque en ningún caso esta reivindicación de la poética del fracaso alcanza cotas más altas como en Poor Old Tom. Ese tipo que “aprendió a trabajar y aprendió a silbar, aprendió a apostar y aprendió a luchar” y que, a pesar de servir a su patria, acabaría condenado a vagar de puerto a puerto, de celda en celda, hasta acabar con sus huesos en las aceras, donde terminaría contando su historia a tipos como Peter Case. En Two Angels -de reminiscencias a los Jayhawks clásicos- es el amor inocente y juvenil el que acaba condenado al fracaso. De nuevo tiene que ser David Hidalgo el que nos levante de la lona con su acordeón celestial. Menos agradecida, quizás más áspera, Hidden Love cierra el disco con un poso amargo, una lista de promesas incumplidas y sueños robados. Hemos sido derrotados, vale. El guión estaba escrito de antemano, eso es cierto. Pero hemos ganado diez canciones eternas por el camino. 

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