25/10/21

Loose String (IV)


Alejandro Escovedo - Thirteen Years (1994)

Resulta imperdonable que fuera un roce con el otro barrio el que tuviera que recordarnos que Alejandro Escovedo seguía aquí entre nosotros, narrando como nadie la vida a este lado de la frontera. Por suerte cuando en 2003 el músico tejano acabó en el hospital a causa de la hepatitis fueron sus propios compañeros de gremio los que acudieron al rescate. Admiradores de la altura de Lucinda Williams, Steve Earle, Bob Neuwirth, los Jayhawks o Son Volt. Pero también sus propios hermanos Pete, Javier y Mario; músicos de profesión que, como Alejandro, llevaban décadas transitando los subsuelos de la escena musical californiana. Por Vida: A Tribute to the Songs of Alejandro Escovedo no sólo serviría para pagar los gastos médicos del músico de San Antonio. También demostraba que, aunque sólo fuera por una vez, es posible recibir el homenaje merecido antes de que tu nombre acabe en la sección de esquelas del periódico local.

Descendiente de emigrantes mejicanos, el joven Alejandro Escovedo había militado de manera breve en una de esas bandas nacidas al calor de la primera explosión punk de Frisco antes de regresar a su Texas natal, donde comenzaría a explorar los sonidos más cercanos a la raíz. Incansable, aunque sin la suerte necesaria para dejar huella, Escovedo acabaría la década de los ochenta sin más fruto que un puñado de proyectos condenados al fracaso más por la desidia de sus miembros que por la falta de ímpetu de un Alejandro decidido a mantenerse a flote. Borrón y cuenta nueva. Sin compromisos ni lazos que le atasen a ningún cabo, el de San Antonio resurgiría ya en solitario durante la siguiente década para enlazar una serie de álbumes que lo consolidarían como un compositor fundamental dentro del naciente country alternativo.

Puede que Gravity, el primero de aquellos trabajos, desborde los límites estrictos del género forajido. De eso se trataba, por supuesto. Su colección de corazones rotos y botellas hechas añicos despejan cualquier interrogante. De hecho serían estos ambientes viciados, de bar a punto de echar la persiana, los que terminarían sirviendo de guía para bandas como Whiskeytown, que no dudarían en reconocer la impronta del veterano músico invitándole a cantar en varias de las canciones de Strangers Almanac, su disco de 1997. Las cosas como son: sin él hubiera sido prácticamente imposible que Adams y compañía hubieran compuesto tonadas como 16 Days, Houses on The Hill o Loosering.

Dos años después llegaba la continuación, Thirteen Years. Más ambicioso, jugando con el disfraz de álbum conceptual, aquella colección de canciones con aspecto de road movie consagraba a Escovedo como una de las plumas más finas de la nueva hornada de vaqueros iconoclastas. Y lo hacía sin necesidad de caer en los tópicos de sombreros de ala ancha y espuelas. A ratos luminoso, devastador cuando la ocasión lo requiere, los quince cortes que componen Thirteen Years impactan desde su presentación. Aquella portada íntima y misteriosa, mitad instantánea de motel de carretera, mitad fotograma de película de David Lynch, sugiere sin resolver el enigma. Lo mismo se puede decir de su listado de canciones. Quince títulos unidos por el filo hilo de la desesperación y unas ganas locas de llegar a ese final que no deja de ser otra muesca en el camino de su autor.

Abre la veda la propia Thirteen Years, tema central que servirá de espina dorsal para este viaje sin rumbo fijo. Ballad of the Sun and the Moon, de aires western, dibuja el paisaje sobre el que rodarán los personajes durante el resto del minutaje. Try, Try, Try y Helpless se balancean sobre la cuerda floja del malabarismo country, quizás haciendo un guiño a los discos de Lyle Lovett. Losing Your Touch en cambio tiene poco de misterio. Su rock infeccioso podría haber encajado con soltura en el catálogo de riffs de los Faces. Way It Goes avanza con paso firme hasta convertirse en uno de los cortes más memorables del lote. Majestuosa en el apartado instrumental, su tacto exquisito conecta al de San Antonio con Peter Case, otro de esos trovadores buscavidas que, como Escovedo, sigue reescribiendo su trayectoria con discos sobresalientes incluso a día de hoy.

El propio autor de Thirteen Years no dudaría en interpretar Two Angels, original del propio Case, durante la gira que seguiría a la publicación de su segundo disco. También Pale Blue Eyes, el estándar de Lou Reed que en la voz de Escovedo cambiaba las aceras de Nueva York por las llanuras infinitas de Texas. Para cuando el músico incluía su propia versión del clásico loureediano en Bourbonitis Blues, colección de descartes publicada en 1999, la suerte estaba echada. No Depression, la biblia en papel del género, le terminaría coronando como el artista de la década que vio nacer al country alternativo. Un galardón que, más allá de la anécdota, tenía algo de justicia poética. Un veterano como Alejandro Escovedo, de origen mestizo, convertido en padrino de ese género bastardo, a mitad de camino entre el polvo centenario y el impulso liberador del rock. Qué mejor carta de presentación.


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