10/1/22

Discos para una república invisible XXI

Nunca sonó Bonnie Raitt tan relajada y libre de ataduras como en este debut de 1971. Siempre a dos pasos del blues, bebiendo sin rubor de las fuentes del sonido primigenio, la californiana buscaría refugio en los lagos de Minneapolis para grabar los once cortes que completarían este álbum de título homónimo. Una localización lejos de las mecas glamurosas de la industria del disco que otorga a Bonnie Raitt ese acabado informal. El espíritu sencillo, de amistad hilada a través de las canciones, reina en una sesiones que se asemejan más a una reunión improvisada entre colegas que a la formalidad fría de un estudio de grabación. Ni siquiera la incorporación de dos totems de la escena de Chicago -el armonicista Junior Wells y el saxofonista A.C. Reed, hermano del legendario Jimmy Reed- consiguen romper la magia.

Ayuda, por supuesto, que la de Burbank escoja un repertorio que tan pronto homenajea a los pilares del género de los doce compases como reivindica el sustrato olvidado -y femenino- del blues. Sin ir más lejos los dos Johnsons más famosos del delta -Robert y Tommy- están aquí representados con sendas canciones. También el pianista Buddy Johnson, cuya Since I Fell For You algunos recordaran por su versión en la voz del caledónico Van Morrison. Thank You y Finest Lovin' Man suponen en cambio el primer intento de la joven guitarrista por hilar un cancionero de cuño propio. Su blues destilado y sedoso, lejos de desviar la atención, embellecen el conjunto. Una pena que la intérprete apenas se prodigue con la pluma.

Pero es, como decimos, en las composiciones con nombre de mujer donde Raitt resuena con más fuerza. Danger Heartbreak Dead Ahead de las Marvelettes confirma lo que años después descubriríamos: que la californiana podría haber sido lo que le viniera en gana en esto de la música. Pieza de tórrido soul, su sección de vientos no habría desencajado en alguno de los discos de la desaparecida Janis Joplin. Mighty Tight Woman y Women We Wise, además de rescatar del olvido la figura de Sippie Wallace, tienen algo de declaración de intenciones. Un manifiesto que adquiere su rúbrica definitiva en la rústica Any Day Woman, donde la norteamericana exhibe el pundonor de Sandy Denny. Ya lo había avisado la propia Joplin: no pensamos pedir permiso para cantar y amar lo que nos plazca. 

Por suerte Raitt no tendría que pagar un precio tan elevado como 'la perla de Texas'. Continuaría su trayectoria hasta lograr la reverencia de muchos de sus compañeros de profesión. Enlazando discos que viraban hacia el country añejo con excursiones de vuelta a su querido blues. Una devoción por el sonido de la tierra que ya mostraba su disco de debut. A ratos recostado sobre el presente como en esa lectura del Bluebird de Stephen Stills -otro artista que nunca ocultó su filia blues-. Nunca alejado del todo de una tradición que, lejos de sonar petrificada en formol, adquiere nueva vida en la voz y la guitarra de Bonnie Raitt.


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