Asegura Bob Dylan en su reciente
entrevista para el New York Times que “el gospel es la música de
las buenas noticias y estos días no hay ninguna”. No le falta razón al de Minnesota. Jefes de redacción, si lo que quieren es
vender un puñado de periódicos nunca recurran al género sacro.
Mejor agénciense uno de esos relatos trágicos tan recurrentes en el
blues o echen mano de la siempre socorrida historia de la estrella
pop caída en desgracia. Pero, no, no pretendan encontrar en el
gospel, ese género impasible al paso del tiempo, los indicios de una
próxima crisis global o la explicación de por qué el planeta se está
yendo al garete. O quizás sí. Ya lo apunta el propio Dylan en la
entrevista de marras: “Hay mucha verdad en el gospel pero para la
mayoría de la gente esto no es importante. Viven sus vidas demasiado
rápido. Demasiadas malas influencias. Sexo y política y muerte son
las maneras de captar la atención de la gente. Nos excita, ese es
nuestro problema”. Pareciera que Dylan nos estuviese hablando desde
un púlpito.
Nada más lejos de su intención. El
falso profeta, como se autodenomina en su última canción,
se declara en esa misma entrevista preocupado por “la muerte de la
raza humana” mientras asegura formar parte de “un mundo ya obsoleto”.
Se sabe miembro de un club de músicos con los días contados. A
saber, aquellos que todavía creen en el poder de la memoria, que
tiran del hilo de la tradición para recordarnos que hubo un tiempo
en el que las canciones eran la única manera de impedir que algunas
cosas acabaran sepultadas por el olvido. “Tendemos a vivir en el
pasado, pero eso solo nos ocurre a nosotros”, le confiesa al
periodista del New York Times. “Los jóvenes que son ahora
adolescentes no tienen una línea histórica que recordar”. Malos
tiempos para los museos y las estatuas de bronce.
A pesar de todo, cada vez que el
compositor de Blowin' In The Wind habla, el mundo parece temblar un
poco. Lo hizo cuando en plena pandemia editó Murder Most Foul,
aquella elegía a un tiempo pretérito en la que Dylan junta a
Kennedy y a Thelonious Monk, y lo volvió a hacer unas semanas
después cuando soltó al mundo I Countain Multitudes, más contenida
aunque igual de monumental. Es en esta última en la que el de Duluth
confirma por fin lo que algunos llevábamos sospechando desde hace
años: que lo suyo hace tiempo que dejó de ser la simple composición
de canciones para convertirse en algo más. No la literatura, por
muchos premios Nobel que se empeñen en darle. Algo más humilde,
seguramente más obsoleto. Un oficio que nunca pasará de moda.
“Pinto paisajes y pinto desnudos”
confiesa el bardo en I Countain Multitudes. Y es que a pesar de que
los exégetas dediquen horas y horas a desentrañar las múltiples
referencias que Dylan va dejando en sus canciones, como migas de pan
desperdigadas, al final aquello no deja de ser un simple pasatiempo
frugal. “La canción es como un cuadro, no puedes verlo todo al
mismo tiempo si estás demasiado cerca. Las piezas individuales son
solo parte de un todo”, insiste. Un todo construido a base de pinceladas tomadas de aquí y allá, una galería de personajes que no son más que marionetas del gran teatro, una escena inabarcable en el que conviven el blues de entreguerras y los
sonidos del rock&roll que despertaron la curiosidad del joven
Dylan. También el gospel, un género al que el norteamericano
siempre rindió pleitesía de una y otra forma en su cancionero.
Incluso hoy. Puede que sus canciones más recientes se resistan, al menos en lo musical, a ser ancladas a un estilo concreto. Sin embargo hay algo tremendamente bíblico en su vocabulario. Un verbo que no es el del sermón o el del justiciero divino. Más bien la voz del pastor guiando a su pequeño rebaño, el testimonio de un tipo que ha viajado más allá y ha vuelto para contarlo. "Quizás estemos en la víspera de la destrucción", cuenta. Y añade: "Puedes pensar en el virus de muchas maneras. Creo que simplemente tienes que dejar que siga su curso". Lo confieso: hay algo tremendamente purificador en el estoicismo del minesotarra. Una verdad sacra que, por muy cerca que parezcamos estar del final del mundo, nunca cambiará. No sabemos muy bien si Rough & Rowdy Ways, su primer disco con material nuevo desde 2012, tendrá mucho de gospel, pero a buen seguro que tendrá mucho de revelador. Como canta en Cross The Rubicon: "A tres millas al norte del purgatorio - a un paso del más allá / Recé a la cruz y besé a las chicas y crucé el rubicón".
Incluso hoy. Puede que sus canciones más recientes se resistan, al menos en lo musical, a ser ancladas a un estilo concreto. Sin embargo hay algo tremendamente bíblico en su vocabulario. Un verbo que no es el del sermón o el del justiciero divino. Más bien la voz del pastor guiando a su pequeño rebaño, el testimonio de un tipo que ha viajado más allá y ha vuelto para contarlo. "Quizás estemos en la víspera de la destrucción", cuenta. Y añade: "Puedes pensar en el virus de muchas maneras. Creo que simplemente tienes que dejar que siga su curso". Lo confieso: hay algo tremendamente purificador en el estoicismo del minesotarra. Una verdad sacra que, por muy cerca que parezcamos estar del final del mundo, nunca cambiará. No sabemos muy bien si Rough & Rowdy Ways, su primer disco con material nuevo desde 2012, tendrá mucho de gospel, pero a buen seguro que tendrá mucho de revelador. Como canta en Cross The Rubicon: "A tres millas al norte del purgatorio - a un paso del más allá / Recé a la cruz y besé a las chicas y crucé el rubicón".
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