9/8/22

Paul Buchanan, antes de que anochezca

Desprenden algunas canciones el aroma incandescente de la noche. Reflejos de las luces de neón dibujan el fondo, ambulancias dejando tras de sí el eco de las bocinas, sirenas cruzando avenidas desiertas y suburbios adormecidos. Melodías en blanco y negro que sugieren escenas en penumbra, secretos de alcoba, confesiones que sólo nos atreveríamos a hacer a la luz de la mesilla de noche. El mundo nunca se detiene, al mismo tiempo que la música, capaz de captar los detalles más nimios e insignificantes, pone su foco en los últimos románticos y en los sufridos insomnes. La medianoche, esa hora imposible, mitad ayer, mitad mañana, es el lugar desde el que Paul Buchanan nos lleva cantando desde hace más de tres décadas.

Líder de los fulgurantes The Blue Nile, representantes del más excelso pop hecho en las islas a finales de los ochenta, en 2012 el escocés firmaría con Mid Air una coda eterna a una discografía escasa pero exquisita que había comenzado en 1984 con A Walk Across The Rooftops. Un apéndice en solitario a los cuatro discos de la formación de Glasgow que, aunque mantiene el compromiso por los paisajes urbanos de la banda madre, destila las melodías sintetizadas de la formación del 'nilo azul' hasta desnudarlas por completo. Un capricho de madurez, si se quiere, para alguien que supo navegar con gusto los excesos de la década de la purpurina y las hombreras.

Juega Buchanan en esta ocasión a ponerse el disfraz de crooner arrugado. Remite, como no podía ser de otra manera, a las wee small hours de Sinatra. Pero termina acudiendo a las enseñanzas de otros contemporáneos como Robert Forster o Richard Hawley. Ocurre por ejemplo en A Movie Magazine, donde el escocés nos hace esbozar una sonrisa complice con ese verso inicial: “Is Jesus on the telephone / Or is he sleeping?” [¿Está Jesús al teléfono / o está durmiendo?]. En My True Country el autor imagina una tierra sin pasado, libre y salvaje. Sueña con alcanzar aquel lugar remoto y recóndito “donde los autobuses no paran”, el acantilado a donde van a parar nuestros últimos anhelos.

Y es que si algo otorga la edad no es sabiduría, como algunos se empeñan en recordarnos, si no esa sensación de plenitud y calma. Esa mirada capaz de filtrar lo vacuo de lo esencial. Las canciones de Mid Air tienen algo de eso y mucho de miniatura. Se desenvuelven entre las cuatro paredes del dormitorio, observan la vida pasar por la lupa de la ventana indiscreta. Aunque Buchanan, gentleman británico, casi nunca lo sea. Frágil, pudoroso, humano, sí. Pero nunca indiscreto. “Half the world has gone to sleep / Half the world is on its knees / dreaming of somewhere else” [“La mitad del mundo se ha ido a dormir / la otra mitad está de rodillas / soñando con estar en otro lugar”], dibuja en la somnolienta Half The World.

Es en esos momentos, en esos esbozos costumbristas, donde Buchanan recuerda a su compatriota Bill Fay. Menos asceta, menos espiritual sin duda, pero igual de vitalista y trascendental que el autor de canciones como The City of Dreams o In Humand Hands. Capaz en definitiva de transformar un detalle aparentemente menor en una puerta al paraíso. En Cars in The Garden Buchanan echa por ejemplo mano de la metáfora automovilística para pintar un cuadro hogareño en el que el murmullo del tráfico se disuelve en mitad de la bruma. Idéntica imagen emplea Buy A Motor Car, título que parece sacado de un anuncio a mejor gloria de la clase acomodada, pero que esconde justo lo contrario: el deseo de romper con todo y viajar más allá de las fronteras impuestas.

En lo musical el piano es el rey indiscutible de Mid Air. Un disco que camina de puntillas, sin apenas sobresaltos. Tan sólo unas pequeñas pinceladas aquí y allá, cuerdas y vientos de seda, rompen la monotonía que no es tal. El lento tintineo de la voz de Buchanan basta para romper el silencio. Su tono cómplice, cercano y piadoso, rellena con maestría los huecos entre acorde y acorde. Sirve de excepción eso sí Fin de siècle, único corte instrumental del lote en el que la orquesta toma el mando. Una pieza tallada en bohemia y filo de oro, vals estilizado que presume de pompa y circunstancia francófona. Una de las pocas concesiones a la galería dentro de un disco que prefiere exhibirse sin grandes florituras.

Cierra el confesionario After Dark, canción que protagoniza los últimos compases de la colección y donde Buchanan rubrica a pecho descubierto alguno de sus versos más sentidos. “Life goes by and you learn how to watch your bridges burn / Didn't I tell you everything I wanted? How I loved you... when I loved you most of all” [“La vida pasa y aprendes a ver cómo los puentes se queman / ¿No te dije todo lo que quería? Por encima de todo te quise... cuando te quería”]. “Por encima de todo te quise... cuando te quería”. No se puede decir más claro. Ni más bonito. Un día el amor se agotará, no lo duden; parece querer decirnos el escocés. Pero siempre quedará, eso sí, la marca indeleble de aquel fogonazo vital, nos recuerda también. Una cicatriz que, en el caso del líder de los Blue Nile, se iría transformando con el paso de los años en aprecio por esa existencia plena, sencilla, hogareña, insípida a ratos, pero suficientemente valiosa como para merecer una canción más. Poco más se puede pedir.


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