14/7/14

Un Quijote en Hyde Park


A Neil Young hay que quererlo sí o sí. A pesar de esa fama de tozudo que le acompaña desde hace décadas. Ni siquiera su empeño por descolocar a sus seguidores es excusa suficiente. A estas alturas él es el único de su generación capaz de caminar sobre el alambre sin que las musas le abandonen. Poco importa que se trate de un disco de versiones grabado a la vieja usanza o una de sus clásicas cabalgadas eléctricas a lomos de sus inseparables Crazy Horse. Young relincha, vocifera y hasta tiene tiempo de lanzar su propia soflama política. Su figura, noble, inquebrantable, valiente cuando la ocasión lo reclama, bien le hace merecedor del título de 'Quijote del rock'. Capítulos no le faltan para llenar una carrera que ha explorado casi todos los rincones del cancionero popular. Sin miedo a enfrentarse a gigantes disfrazados de discográficas o a fans deseosos de convertirle en una figurita de museo. A punto de llegar a su séptima década de vida, todavía le quedan cosas que hacer en este mundo, como bien confesaba en su reciente carta familiar junto a Jack White.

A pesar de todo, eso no quita que el canadiense no pueda permitirse el lujo de mirar de vez en cuando por el retrovisor. Allí parece haberse situado en la reciente gira en solitario, en la que se le ha podido ver recuperando sus clásicos de comienzos de los setenta. Allí comienza también su nueva andadura junto a Crazy Horse. Una gira que sirve a Young para cerrar un viaje iniciado hace ahora dos años. Tras la cancelación en 2013 de varias fechas en Europa, el músico parecía haber contraído una deuda con aquellos que no habían podido presenciar en directo esa alquimia sonora nacida del mayúsculo Psychedellic Pill. Tal era el compromiso del artista que, ni siquiera la reciente enfermedad de Billy Talbot, ha hecho dudar a un Young decido a seguir adelante con un calendario que, de haberse quedado en papel mojado, hubiera pasado al cajón de asuntos pendientes.

El problema, como viene siendo costumbre cuando se trata del músico canadiense, es que, lejos de acomodarse en la sala de espera, Young ha seguido cultivando aquel espíritu irrefrenable e inquieto. En el último año el artista ha tenido tiempo para presentar en sociedad su largamente esperado reproductor Pono, grabar un disco de clásicos del folk en una cabina de los años cuarenta y hasta para seguir girando a solas con su guitarra, siempre que su agenda se lo permitiera. Sin olvidar, claro, la edición de un nuevo episodio de sus archivos, así como el, finalmente salido a la luz, directo de 1974 junto a Crosby, Stills & Nash. No, no se puede decir que Young haya estado con lo brazos cruzados.

El resultado de esta actividad incansable parece haber hecho mella en esta nueva gira que, más que rotular el nombre de Crazy Horse en mayúsculas, debería anunciarlos como invitados de una fiesta que tiene al canadiense como anfitrión único. Sí, a pesar de los pesares, esta es una gira de Neil Young, con todo lo que eso conlleva. Basta echar un vistazo al repertorio que el músico eligió en su último concierto en Londres para darse cuenta de ello. Hyde Park no se recordará como uno de los directos incontestables del artista, pero si como uno de los más eclécticos. Allí Young pareció decidido a tocar todos los palos de su baúl de canciones. Las hubo afiladas, sentidas, con un pie en el rock y otro en el country, hechas para compartir con el público, desenfocadas, cargadas de electricidad, cabreadas y redondas como un buen estribillo pop. Hasta tuvo tiempo de marcarse una versión de un tema de Bob Dylan (guiño al reciente A Letter Home) y presentar una nueva composición que -una vez más- sorprende con esos riffs de herencia nuevaolera.

No obstante, a pesar de las apariencias, no se puede decir que Young comulgara completamente con aquellos que reclaman mayor presencia de sus grandes canciones en sus conciertos. Tampoco con esos seguidores, tozudos como el canadiense, que parecen asociar la palabra Crazy Horse con jams infinitas de electricidad y mala leche. El comienzo con Love and Only Love y Going Home fue áspero, como una manada entrando en tromba por la puerta del zoológico. Demostrando de paso que, con Poncho Sampedro a su lado, Young resulta imposible de domar. Puede que con los años su técnica a las seis cuerdas se haya vuelto más tosca, de trazo más grueso y acordes más rugosos, pero nadie en su sano juicio esperaría una noche de finura con Crazy Horse en el cartel. Durante la primera hora los cuatro músicos insistieron en aquel sonido monolítico, de sótano y granero, recordando a las sesiones del sobresaliente Ragged Glory (Love To Burn apareció para marcar uno de los hitos de la noche). Sin embargo, entre las rendijas de aquel macizo hecho para chocar de frente con el público más neófito comenzaron a colarse, poco a poco, los primeros síntomas de nostalgia.

After The Gold Rush se encuentra entre la producción más amable que se le conoce a Young. Un trabajo que, a pesar de contar con algunas de las habituales aventuras eléctricas del de Winnipeg, sobresalía por ese lado más pop, con un Young al piano saboreando por primera vez el éxito en solitario. En Londres aquel trabajo de 1971 apareció en dos ocasiones de la mano del tema titular y de ese Only Love Can Broke Your Heart, que anunciaba definitivamente a un Young entregando las armas. A partir de ese momento el repertorio del canadiense pareció tomar la senda de los clásicos de sobra conocidos y los himnos de estadio. Una deriva que, quizás hizo torcer el gesto a los que esperaban a ese Young más audaz, siempre a contracorriente. A cambio sirvió para que algunos nos reencontráramos con un puñado de melodías por las que no parece pasar el tiempo.

En el ecuador de la noche el músico interpretó a solas con su acústica y su armónica la mil veces tarareada Blowin' In The Wind y un Heart Of Gold, que, a día de hoy, figura todavía como único número 1 del canadiense. Un oasis de éxitos que, lejos de anular aquel espejismo de un Young al servicio del público, se mantuvo durante la siguiente hora. Psychedellic Pill (junto a Twisted Road la canción más accesible de la 'píldora psicodélica') y Cinnamon Girl (no hay riff más reconocible en la discografía del canadiense) hicieron las veces de anticipo para un baño de masas que vitoreó la llegada de Rockin' In The Free World, habitual en el cierre de los conciertos de Young.

Hay que reconocer que, más de dos décadas después, aquella canción que abría y cerraba Freedom sigue manteniendo un aura especial. Puede que sea ese estribillo, hecho expresamente para ser coreado hasta la extenuación; puede que sean aquellos acordes que bien podrían alargarse durante diez minutos sin miedo a quedar desgastados. En cualquier caso, su aparición en el concierto de Hyde Park sirvió para que hasta el más despistado pusiera la oreja. También para que, tras el éxtasis colectivo, Crazy Horse abandonaran el escenario por unos segundos, dejando a solas a un Young que no paraba de señalar una y otra a aquella camiseta de escueto lema: 'Earth'. Sin duda, la excusa perfecta para presentar aquella nueva composición que responde al título de Who's Gonna Stand Up and Save The Earth?, con un Young dentro del redil, aunque mirando de reojo a los sonidos de la new-wave. Nuevo amago de abandonar el escenario.

La cosa bien podría haberse quedado ahí, sin que nadie hubiera presentado ninguna objeción; pero, como si los músicos quisieran volver a subrayar aquel credo oxidado e inquebrantable, enfilaron de nuevo la rampa de salida para atacar un Down By The River deslucido desde los primeros acordes, lejos de su mejor cara. Y es que hasta en eso Young puede presumir de caminar a su aire. Con ella el artista parecía cerrar el círculo que había abierto a comienzo de la noche. Puede que durante buena parte del concierto el canadiense hubiera renunciado a su versión más agria y obtusa, mostrando su perfil más dulce, pero ese final dejaba sin duda un poso amargo de insatisfacción. No, no esperen un final feliz para esta película. En la última imagen de aquel western imaginario, un Young luchando a lomos de su caballo asesta un nuevo guitarrazo mientras sus compañeros abandonan la escena. No hay vencedores ni vencidos. Sólo los restos de una batalla por hacerse con un sonido que nunca descansa.

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