Resulta curioso pero, al final del
camino, allí donde las líneas se difuminan, lo único y lo
rutinario se confunden y el tiempo pone todo en perspectiva; allí,
insisto, dos tipos como Neil Young y Bob Dylan podrían pasar, con
sus peculiaridades y rarezas, por dos caras de la misma moneda. Hace
unos días el último aparecía en los titulares por protagonizar uno
de los conciertos más extraños de su Never Ending Tour. Tan sólo
una butaca llena, el afortunado Fredik Wikingsson, ponían la nota
curiosa de una velada en la que el de Duluth se descolgaba con tres
versiones de Buddy Holly, Fats Domino y Chuck Wills. Dylan, el
maestro del escondite, acaso demasiado preocupado por aquel cara a
cara sin intermediarios, evitaba a propósito echar mano de su propio
repertorio, no fuera a ser que aquel solitario espectador lograra ver
al verdadero Robert Zimmerman que se oculta tras la máscara.
Por contra, Neil Young, otro artista
versado en las artes del despiste, siempre ha mostrado por exceso.
Inquieto, generoso, incapaz de frenar esa creatividad a borbotones,
su fama de impredecible proviene más de su espíritu indomable,
siempre en movimiento, que de un afán consciente por borrar las
huellas que deja a su paso. Cierto es que eso ha dado como resultado
un perfil rugoso, lleno de aristas, con sus cumbres y sus rincones
oscuros, sin la redondez que ha cultivado un Dylan que, en los
últimos años, parece medir cada uno de sus movimientos. Young actúa
antes de pensar, dispara y luego pregunta. Sólo así se explica que
en los últimos doce meses haya editado su disco más añejo (A Letter Home, grabado en una cabina de los años cuarenta junto a Jack
White) y se haya dedicado a recaudar fondos para la fabricación de
Pono, su esperado reproductor de música en formato digital. Entre
medias el canadiense ha tenido tiempo para publicar un nuevo volumen
de sus memorias (en este caso, dedicado a su fascinación por los
coches clásicos) y firmar uno de los himnos ecológicos del año con
Who's Gonna Stand Up. Giras en acústico o con sus Crazy Horse,
reformados de urgencia tras el accidente de Billy Talbot, completan
un calendario en el que no hay que olvidar noticias tristes como el
adiós al bajista Rick Rosas o el lanzamiento -por fin- de un segundo
paquete de reediciones de su época clásica, con el codiciado Time
Fades Away en el lote.
La guinda a este año sin tregua para
Young la pone Storytone, segunda colección de material nuevo del
músico en este 2014. Si A Letter Home nos mostraba al Young más
desnudo, guitarra y armónica en mano, papel de lija en la voz; este
nuevo trabajo toma el camino contrario. En la agenda del canadiense
desde hace tiempo, Storytone tiene la peculiaridad de haber sido
grabado con una orquesta sinfónica acompañando al cantante. Así,
vestida de terciopelo, luciendo etiqueta, la voz de Young se deja
arropar por el dulce sonido de los vientos y las cuerdas. Nueva equis
en el casillero del canadiense, que ya había probado suerte en este
terreno en Harvest (la emocionante A Man Needs A Maid o la faraónica
There's A World) o This Note's For You (grabada junto a una sección
de metales). Y, sí, hay que reconocer que contemplar a Young vestido
de chaqué durante los cuarenta minutos de Storytone puede llegar a
chocar hasta al seguidor más fiel. Demasiada elegancia de salón de
baile, perfume de gala y pajarita en el cuello. Especialmente para un
tipo acostumbrado a vestir camisa de franela y poncho
de lana.
Puede que buena parte de la dulzura que
destila Storytone tenga que ver con la nueva situación personal del
músico (un nuevo amor ha terminado llevando a Young a divorciarse de
Pegi, su esposa durante cuarenta años). No, no esperen a estas
alturas un Blood On The Tracks de parte del siempre jubiloso Young.
Las lágrimas nunca fueron su fuerte, a pesar de ese tono lastimero
que acostumbra a imprimir a algunas de sus canciones. Don't Cry No
Tears, que cantaba en Zuma. Aquel mensaje que abría A Letter Home
(“Todavía me quedan unas cuantas cosas que hacer aquí, mamá”)
parece haber calado hondo en el canadiense, incapaz de echar el
freno. Su disco junto a Jack White era pura nostalgia, sí,
espeleología sonora, búsqueda en un pasado musical remoto, un álbum
grabado a cincel en la roca. Storytone, a pesar de su apariencia
demodé (Young ha querido ser Sinatra y ha terminado de invitado en
una fiesta hortera en Las Vegas), esconde una intención sencilla:
pasar revista al momento actual del músico. Lo cual, en el caso de
Young, siempre implica hacer acopio de papel y lápiz.
Coches empujados por combustibles
ecológicos, recuerdos de carretera, exposiciones de arte,
revoluciones digitales, divorcios, escarceos con la muerte y hasta un
final amargo con sus amigos de CSN. A punto de cumplir los setenta,
Young dista mucho de mostrar síntomas de fatiga. Mientras que
algunos ya imaginaban al músico tocando retirada, recluido en su
rancho mientras completaba sus memorias, Young sigue teniendo ganas
de seguir componiendo música poderosa, capaz de sorprender hasta al
fan más militante. I Want To Drive My Car, rugido blues entre lo más
notable de Storytone, parece poner banda sonora a su reciente A
Memoir of Life & Cars. Más romanticona suena When I Watch You
Sleeping, serenata que podría sin duda estar dedicada a la nueva
novia del músico. Descolgada del conjunto, con brillo propio, queda
Who's Gonna Stand Up?, buque enseña de ese Young de bandera verde y
camiseta con el lema 'Earth' en el pecho. Say Hello To Chicago
derrapa en su versión orquestal, aunque desnuda nos recuerde al
Young más sentido de mediados de los setenta. Tumbleweed
nos hace suspirar, Glimmer nos emociona. I'm Glad I Found You simplemente no
necesita de traducción.
Puede que el computo final de Storytone
sea fallido, que suene a oportunidad perdida, a trabajo hecho de un
día para otro. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar un compositor
de la talla de Young con un instrumento tan maleable como una
orquesta sinfónica a su disposición? Sin duda Storytone no
responde a las expectativas. Demasiada floritura, interpretación sin
alma, vinilo sin surcos profundos. La orquesta del Titanic
naufragando mientras entona su último vals. No hay tragedia, a pesar
de todo, tan sólo un puñado de nuevas canciones firmadas por Neil
Young, ese músico capaz de emocionarnos hasta en sus días más
grises.
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