20/12/14

Una orquesta para Neil Young


Resulta curioso pero, al final del camino, allí donde las líneas se difuminan, lo único y lo rutinario se confunden y el tiempo pone todo en perspectiva; allí, insisto, dos tipos como Neil Young y Bob Dylan podrían pasar, con sus peculiaridades y rarezas, por dos caras de la misma moneda. Hace unos días el último aparecía en los titulares por protagonizar uno de los conciertos más extraños de su Never Ending Tour. Tan sólo una butaca llena, el afortunado Fredik Wikingsson, ponían la nota curiosa de una velada en la que el de Duluth se descolgaba con tres versiones de Buddy Holly, Fats Domino y Chuck Wills. Dylan, el maestro del escondite, acaso demasiado preocupado por aquel cara a cara sin intermediarios, evitaba a propósito echar mano de su propio repertorio, no fuera a ser que aquel solitario espectador lograra ver al verdadero Robert Zimmerman que se oculta tras la máscara.

Por contra, Neil Young, otro artista versado en las artes del despiste, siempre ha mostrado por exceso. Inquieto, generoso, incapaz de frenar esa creatividad a borbotones, su fama de impredecible proviene más de su espíritu indomable, siempre en movimiento, que de un afán consciente por borrar las huellas que deja a su paso. Cierto es que eso ha dado como resultado un perfil rugoso, lleno de aristas, con sus cumbres y sus rincones oscuros, sin la redondez que ha cultivado un Dylan que, en los últimos años, parece medir cada uno de sus movimientos. Young actúa antes de pensar, dispara y luego pregunta. Sólo así se explica que en los últimos doce meses haya editado su disco más añejo (A Letter Home, grabado en una cabina de los años cuarenta junto a Jack White) y se haya dedicado a recaudar fondos para la fabricación de Pono, su esperado reproductor de música en formato digital. Entre medias el canadiense ha tenido tiempo para publicar un nuevo volumen de sus memorias (en este caso, dedicado a su fascinación por los coches clásicos) y firmar uno de los himnos ecológicos del año con Who's Gonna Stand Up. Giras en acústico o con sus Crazy Horse, reformados de urgencia tras el accidente de Billy Talbot, completan un calendario en el que no hay que olvidar noticias tristes como el adiós al bajista Rick Rosas o el lanzamiento -por fin- de un segundo paquete de reediciones de su época clásica, con el codiciado Time Fades Away en el lote.

La guinda a este año sin tregua para Young la pone Storytone, segunda colección de material nuevo del músico en este 2014. Si A Letter Home nos mostraba al Young más desnudo, guitarra y armónica en mano, papel de lija en la voz; este nuevo trabajo toma el camino contrario. En la agenda del canadiense desde hace tiempo, Storytone tiene la peculiaridad de haber sido grabado con una orquesta sinfónica acompañando al cantante. Así, vestida de terciopelo, luciendo etiqueta, la voz de Young se deja arropar por el dulce sonido de los vientos y las cuerdas. Nueva equis en el casillero del canadiense, que ya había probado suerte en este terreno en Harvest (la emocionante A Man Needs A Maid o la faraónica There's A World) o This Note's For You (grabada junto a una sección de metales). Y, sí, hay que reconocer que contemplar a Young vestido de chaqué durante los cuarenta minutos de Storytone puede llegar a chocar hasta al seguidor más fiel. Demasiada elegancia de salón de baile, perfume de gala y pajarita en el cuello. Especialmente para un tipo acostumbrado a vestir camisa de franela y poncho de lana.

Puede que buena parte de la dulzura que destila Storytone tenga que ver con la nueva situación personal del músico (un nuevo amor ha terminado llevando a Young a divorciarse de Pegi, su esposa durante cuarenta años). No, no esperen a estas alturas un Blood On The Tracks de parte del siempre jubiloso Young. Las lágrimas nunca fueron su fuerte, a pesar de ese tono lastimero que acostumbra a imprimir a algunas de sus canciones. Don't Cry No Tears, que cantaba en Zuma. Aquel mensaje que abría A Letter Home (“Todavía me quedan unas cuantas cosas que hacer aquí, mamá”) parece haber calado hondo en el canadiense, incapaz de echar el freno. Su disco junto a Jack White era pura nostalgia, sí, espeleología sonora, búsqueda en un pasado musical remoto, un álbum grabado a cincel en la roca. Storytone, a pesar de su apariencia demodé (Young ha querido ser Sinatra y ha terminado de invitado en una fiesta hortera en Las Vegas), esconde una intención sencilla: pasar revista al momento actual del músico. Lo cual, en el caso de Young, siempre implica hacer acopio de papel y lápiz.

Coches empujados por combustibles ecológicos, recuerdos de carretera, exposiciones de arte, revoluciones digitales, divorcios, escarceos con la muerte y hasta un final amargo con sus amigos de CSN. A punto de cumplir los setenta, Young dista mucho de mostrar síntomas de fatiga. Mientras que algunos ya imaginaban al músico tocando retirada, recluido en su rancho mientras completaba sus memorias, Young sigue teniendo ganas de seguir componiendo música poderosa, capaz de sorprender hasta al fan más militante. I Want To Drive My Car, rugido blues entre lo más notable de Storytone, parece poner banda sonora a su reciente A Memoir of Life & Cars. Más romanticona suena When I Watch You Sleeping, serenata que podría sin duda estar dedicada a la nueva novia del músico. Descolgada del conjunto, con brillo propio, queda Who's Gonna Stand Up?, buque enseña de ese Young de bandera verde y camiseta con el lema 'Earth' en el pecho. Say Hello To Chicago derrapa en su versión orquestal, aunque desnuda nos recuerde al Young más sentido de mediados de los setenta. Tumbleweed nos hace suspirar, Glimmer nos emociona. I'm Glad I Found You simplemente no necesita de traducción.

Puede que el computo final de Storytone sea fallido, que suene a oportunidad perdida, a trabajo hecho de un día para otro. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar un compositor de la talla de Young con un instrumento tan maleable como una orquesta sinfónica a su disposición? Sin duda Storytone no responde a las expectativas. Demasiada floritura, interpretación sin alma, vinilo sin surcos profundos. La orquesta del Titanic naufragando mientras entona su último vals. No hay tragedia, a pesar de todo, tan sólo un puñado de nuevas canciones firmadas por Neil Young, ese músico capaz de emocionarnos hasta en sus días más grises.

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