Comentaba MC Taylor que Dylan no tenía razón cuando, en su profético discurso del otro día, aseguraba que ya no había músicos con swing. “Aquí tienes una banda con groove, Bob” reivindicaba el líder de Hiss Golden Messenger antes de atacar Saturday's Song. La canción, plácida y balsámica en su versión de estudio, pasó como un vendaval por el escenario del Bush Hall. Las botas llenas de barro, el bajo marcando el pulso y la voz de Taylor cantando como un profeta de un pantano del sur de Estados Unidos. Lo que había sido una de las canciones más redondas de la temporada pasada se convertía en un rayo en el que los teclados de Phil Cook hacían las veces de negros nubarrones.
Algo parecido le ocurrió a Mahogany
Dread, despojada de su beat original aunque generosa en las
guitarras. Resulta curioso comprobar cómo mucho asocian a Hiss
Golden Messenger con la etiqueta folk, cuando lo suyo tiene más
altura, enjundia y alcance. Sí, cierto es que MC Taylor atesora en
su currículum un disco como Bad Debt, herencia Nebraska, folk espartano, de chimenea y leña ardiendo. Sin embargo, los que hayan
visto el vídeo de la banda en el show de David Letterman estarán
todavía frotándose los ojos. Southern Grammar es puro fuego
soulero, con nada que envidiar a un jovencito Stevie Wonder o al Otis
Redding más enérgico. Taylor, consciente de que la victoria está
en la unión, reclama como suyos ambos caminos. Versiona una canción
de James Taylor y otra de Waylon Jennings pulsando la tecla del
groove, se deja llevar en Sufferer (Love My Conqueror) por el ritmo serpeante
del bajo y la batería. Mezcla el mojo sureño de JJ Cale con el funk
del Bronx, suena campestre y rodado, quemado por el asfalto y tocado
por los ángeles de la iglesia del delta del Mississippi. The Band y
Neil Young, Sly & The Family Stone perdidos en las llanuras de
Texas.
Todo ello parece explotar en el
reciente EP de la banda, un tríptico en miniatura, biblia de
bolsillo para los que se acerquen por primera vez a la música de
Hiss Golden Messenger. La propia Southern Grammar abre el disco con
una versión en directo, sección de viento y coros a lo The
Marvelettes incluídos. Le sigue He Wrote The Book, rompiendo los
diques suavemente con cada golpe de piano, desembocando en un océano
en el que los estilos se funden en la voz de Taylor. El artista
vuelca todo lo aprendido en estos años de carretera y lo transcribe
en unos pocos versos. “And though the storm's passed over and the
sun is in it's place, it's been a long time and the rain, how I know
it”. El antiguo y el nuevo testamento de la música americana
hechos canción. El Dylan amish, Bon Iver volviendo de un retiro en
la montaña, Matthew E. White fundando su propio credo. He Wrote A
Book es una plegaria a la tierra y los campos, a lo pequeño y lo
mayor, a la siguiente piedra en el camino.
Aseguraba el propio artista que todo
grupo de Carolina del Norte que se precie debería tener una canción
gospel en su repertorio. Él, por no romper la tradición, había
comenzado el concierto en Londres desde el fondo de la sala, casi a
escondidas, con la simple ayuda de una guitarra acústica y entonando
una y otra vez aquella pregunta. “Brother, Don't You Know The
Road?”. Puro himno salvífico, herencia The Staples Singers,
negritud de capilla y altar. A su lado, haciendo piña, sus
compañeros de banda, respondiendo como una congregación. “Yes, my
brother, I know the road”. Y vaya si conocían la senda. Una vez
enfilado el escenario convirtieron el salmo en rock&roll, la
ternura soul en un duelo de guitarras a lo Lynyrd Skynyrd. Una
iglesia de puertas abiertas a la que todo el mundo parece estar
invitado.
Visto así, el ambiente parecía
perfecta para que sonara Devotion, favorita de este escribiente. No
fue así, entre otras cosas porque Taylor y los suyos se empeñaron
en demostrarnos que son una banda de rock, capaces de pisar el freno
cuando la canción lo requiere, fogosos al instante siguiente. En el
teatro del Bush Hall hubo tiempo para el misterio (Blue Country
Mystic) y la serenata folk (Call Him Daylight). Westering estremeció
con cada acorde de guitarra, a pesar de sonar despojada de buena parte de los arreglos originales. I'm A Raven demostró que Taylor no necesita más que
una sección rítmica (bajo y batería llevaron la voz dominante
durante buena parte de la noche, dejando a Phil Cook y al propio
Taylor poner el color) para encender la hoguera del funk.
Pensándolo bien, el gran triunfo de MC
Taylor y su música es esa capacidad de conectar a todos en torno al
fuego de la canción. Compartir la búsqueda. La propia historia de
Hiss Golden Messenger sirve de ejemplo. Desde ese disco seminal (Bad
Debt), en el que Taylor cantaba a solas, hasta el reciente Lateness Of
The Dancers, cálido, suave como la madera, se han ido uniendo
músicos y matices, camaradas a los que llamar hermanos. Él, con su
barba de sabio modesto y su mirada astuta y generosa, guía cual
profeta al resto de sus compañeros de banda. Les invita a bajar con
el público para cantar Drum a capella. Allí, abrazados en círculo,
entonan su última plegaria, exprimen las última notas y se retiran
de nuevo a la cabaña. Si todas las religiones fueran como la de Hiss
Golden Messenger, algunos creeríamos más en los milagros.
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