13/2/15

Justin Townes Earle, el hilo que une las canciones


A pesar de apenas superar la treintena, Justin Townes Earle cuenta ya con suficientes muescas en su biografía como para forjar un pequeño mito. De profesión músico, como su padre, ese que les abandonó a él y a su madre por la carretera y el country, el pequeño de los Earle también siguió los pasos de su progenitor en lo que a malos vicios se refiere. Por suerte algunos sí aprenden de los errores de sus padres y hace un tiempo el joven artista decidió desengancharse de la heroína. Aquello le valió un divorcio, un descenso al laberinto de la soledad y, sí, un nuevo matrimonio que parece haber estabilizado la vida de un músico que, en sus peores noches, podía terminar increpando al público o desapareciendo sin dejar rastro alguno.

Quizás por ello resultaba tan chocante verle el otro día sobre el escenario de Union Chapel con media sonrisa en la cara. Temple, pura candidez. Earle ha encontrado su lugar y eso se nota en sus canciones. Con el paso de los años su música se ha ido simplificando, como si el tiempo hubiera ido puliendo las impurezas de su sonido. De manera paralela, y casi inevitable, sus letras se han convirtiendo, cada vez más, en un asunto personal. Como si, desnudas, sus melodías ya sólo pudieran soportarle a él mismo. Él mismo lo resumía en una entrevista. “Es una especie de culminación del proceso. Hice mi disco folk con Yuma, mi disco honky-tonk con The Good Life, el disco experimental con Midnight y llegué a un sonido más blues, country, estilo Staples Singers, con Harlem River Blues.”

Todo este aprendizaje, carretera y pluma, terminaría volcado en Nothing's Gonna Change The Way You Feel About Me Now, un disco sobrio, de escaso minutaje, aunque con suficiente poso como para comprender que Earle había aprendido la lección. Ya no bastaba con leer con maestría la tradición (They Killed John Henry era hija de la Harry Smith Anthology; Harlem River Blues tomaba el camino del soul, pero mostraba a un compositor todavía encorsetado en los estándares de la Americana). Earle no sólo tenía que demostrar que era algo más que el hijo de Steve, el último gran forajido del country. También que, a pesar de poseer una naturalidad innata para la interpretación, poseía una voz propia, capaz de estampar su firma en cada una de sus canciones.

No es que Absent Fathers y Single Mothers, editados con apenas unos meses de diferencia, se alejen demasiado de lo ya mostrado. Earle sigue fiel al country áspero, al soul sureño y al gospel salpicado de rhythm&blues, al rock&roll tamizado por el folk de sus antepasados. No obstante, es la acumulación de todos esos desvíos en el cancionero del artista lo que convierte a esta pareja de trabajos en algo tremendamente apetecible. Eso y la convicción de que Earle es capaz de orientarse por semejante mapa con la simple ayuda de su guitarra. Basta acercarse a uno de sus conciertos para comprobarlo. Es allí donde un Earle, acompañado tan solo por la pedal steel de Paul Niehaus (Calexico, Lambchop y un largo etcétera), confirma la buena nueva. Tenemos artista para rato.

A pesar de todo, no esperen grandes alegrías cuando acudan a los recitales del músico. El de Nashville sigue siendo especialista en pintar pequeñas tragedias y dramas familiares. Reconciliado consigo mismo, su propia biografía se ha convertido en combustible de sus canciones. La soledad y su contrapartida -la ausencia- presiden el título de sus últimas referencias. Un antagonismo que no esconde sino toda una escala de grises. Júbilo, nostalgia, abandono, rabia y esperanza sirven de hilo a una madeja de sentimientos en la que Earle se mueve con maestría. Sus canciones, las canciones -el santo grial de todo compositor-, terminan formando, puestas una detrás de otra, un itinerario personal. La historia de un músico capaz de ablandar el corazón y golpear donde más duele. La biografía de un artista que sobrevivió para contarlo.

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