Las canciones de Lambchop son como
pequeños ríos, calmadas en la superficie, turbulentas cuando uno intenta hacer pie en el fondo. Al frente siempre, la voz de Kurt Wagner, pausada,
tomando prestado el aplomo de Leonard Cohen. Los cristales de sus
gafas parecen reflejar un mundo en el que las cosas ocurren a cámara
lenta, ajenas al vaivén del día a día. Al menos a primera vista.
Cuando uno pone la lupa, el drama, la ironía, el humor, surgen como
atributos inseparables de la vida. Sin grandes tragedias, más bien
como la confirmación del lento, aunque inevitable, paso del tiempo.
No es de extrañar, pues, que Lambchop
nunca hayan triunfado. No es sólo su fachada sonámbula, su
traqueteo silencioso. Más bien es ese misterio que envuelve cada una
de sus composiciones. Una cierta oscuridad impenetrable, un lenguaje
que sólo parecen entender los propios miembros de la banda. Hay algo
que siempre se nos escapa cuando escuchamos a Lambchop. Y, sin
embargo, es precisamente eso lo que nos hace volver de nuevo sobre
sus discos. Como si, de intentarlo una y otra vez, Kurt Wagner fuera
a descubrirnos el misterio de la vida.
Nada más lejos. Wagner, nacido en Nashville en 1958, dista mucho de servir de consuelo a los que buscan
refugio. Por cada verso ingenioso el músico arroja una decena
cortados sin patrón alguno. Cuando no se ríe directamente de
nosotros (véase títulos como I sucked my bosses dick o Your fucking
sunny day). Quizás tenga algo que ver con el viejo trabajo del
compositor. Dedicado durante muchos años a instalar suelos de madera,
aquel oficio rutinario parece servir de metáfora a sus canciones.
Cálidas, barnizadas, tan pronto capaces de construir un castillo en
el aire como de arder lentamente. Tras la batalla apenas queda un
rastro, la sensación de que ahí hubo algo que mereció la pena
presenciar.
En 2009, después de más de veinte
años de carrera, la banda decidió recoger todos esos pedazos
diseminados y juntarlos en un disco en directo. Grabado en los
estudios de Merge Records, su casa desde 1993, aquel álbum confirma
que Lambchop podrían haber ostentado el trono que actualmente ocupan
Wilco dentro de la música americana. Cualidades no les faltan. Sin
embargo, mientras Jeff Tweedy y los suyos echan mano de referentes
que cotizan al alza en el mercado de tendencias (de Neil Young a
Television), Kurt Wagner y compañía siempre aspiraron a ser los
raros de la clase. Su sonido toma prestado la dulzura de Burt Barach
y el funk de Curtis Mayfield, la caricatura de Randy Newman y el
crujido polvoriento de Buck Owens. La derrota parecía escrita de
antemano.
A todo esto hay que añadirle que el
grupo comenzó al calor de la fascinación del propio Wagner por la
música de Vic Chesnutt. Otro de los del vagón de cola, compositor
de tonadas melancólicas que, tan pronto te amordaza el corazón,
como blande una sonrisa cómplice. Su trágico final, su vida sobre
una silla de ruedas, no nos debería haber olvidar aquel semblante
tranquilo y generoso. Un espíritu que comparten con Lambchop, veneno
cubierto de sirope. La formación de Nashville le devolvería el favor en
1998 al ejercer como banda de acompañamiento en The Salesman and
Bernadette, aquel álbum en el que Chesnutt tuvo el placer de
compartir micrófono con una leyenda como Emmylou Harris.
El círculo se cerraba hace un par de
temporadas con Mr. M, colección de canciones que Wagner dedicaba al desaparecido
Chesnutt. La gira que le seguía mostraba a unos Lambchop más
apagados que de costumbre, dispuestos en círculo sobre el escenario,
velando la memoria de su amigo, aliviando el luto con canciones
vestidas de terciopelo. Justo al contrario que en el directo de
Merge de 2009, jubiloso y catártico. Claro que en ese momento el trovador de la silla de ruedas,
aunque tocado, se mantenía todavía de nuestro lado. Wagner, casi
como un homenaje, acostumbra a aparecer en escena sentado, apoyado
sobre su guitarra. Mientras, sus acompañantes, que pueden variar en
número de nueve a diecisiete, intentan reducir al mínimo sus
intervenciones en señal de reverencia.
“En Lambchop hay tantas cosas
ocurriendo a la vez que intentas tocar lo mínimo para dejar espacio
para el resto” aseguraba uno de los músicos de la banda hace un
tiempo. Y, sin embargo, bajo esa maraña de melodías, cruces de
caminos y estilos, siempre termina apareciendo una ruta común que
seguir. Recuerdan en esto a los californianos Beachwood Sparks, a
Clem Snide, a los más ásperos Giant Sand liderados por Howe Gelb.
Música cósmica americana como acostumbraba a bautizarla Gram
Parsons. Música compleja aunque con intención sencilla: aplacar los
sinsabores de esta vida. Anestesia para tiempos difíciles
suministrada por el doctor Wagner. Kurt, tócala otra vez. Tócala
más suave.
Lambchop - Live at XX Merge from Goran Grubisic on Vimeo.
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