20/3/16

Steve Young, la autopista de un sonido que no tiene fin


Al final nuestra educación musical, la de verdad, la que deja una huella profunda en el tiempo, la forman un puñado de discos. Unas cuantas piezas de la estantería dorada que en su momento destaparon todo un campo virgen de emociones y canciones. El Freewhelin' de Dylan, el Exile de los Stones y el Yankee Hotel Foxtrot de Wilco. El primero de The Band, Kind of Blue de Miles Davis y la 'reco' de Woodstock. Después llegarían muchos más, pero el camino ya estaba marcado. O eso pensábamos.

Recuerdo que cuando años después un amigo me pasó la banda sonora del documental Heartworn Highways me vi obligado a abrir un nuevo tomo en mi libreta musical. La cinta de 1975 representaba todo aquello que yo buscaba en la música. Tenía esa fachada dura y libre, directa al tuétano. Todavía tendría que pasar un tiempo hasta que viera la película, pero la música de aquel cedé había llegado definitivamente para quedarse. Su sonido parecía proceder de un tiempo casi remoto, de un país que no aparecía en mapa alguno. Incluso los nombres que firmaban aquellas canciones parecían sacados de una banda de forajidos y tipos fuera de la ley. Uno se los imaginaba con sombrero vaquero y mostacho espeso, agarrados a su guitarra en un paisaje ocre en mitad del desierto. Y no andaba muy desencaminado.

Ahora que la película vuelve a la circulación en una nueva reedición, tenemos que llorar la muerte de uno de esos cowboys que nos enseñaron en su momento la lección sagrada del country. Hace unos días se iba Steve Young, aquel músico que, incluso entre esa panda de perdedores, escogió el camino más difícil. El tipo silencioso y bigotudo, el de la voz capaz de recuperar como nadie el legado de los apalaches. Nacido en Georgia en 1942, el joven Young había mostrado desde muy pronto su vocación musical, a pesar de venir de una familia modesta en la que la adquisición de un instrumento musical era poco menos que en un lujo. Siempre se sintió fascinado por la figura del trovador callejero y, con la idea de convertirse en uno de ellos, Young decide trasladarse de manera definitiva a Birmingham, donde descubre el valor de un penique y la sencillez de la canción folk. También los peligros del alcohol, que le acompañarán durante buena parte de su vida.

Sería durante esos primeros años cuando el artista aprendería una de las lecciones más importantes de su carrera. La dureza de la vida del músico y la cerrazón del sur norteamericano, incapaz de asimilar el cancionero profano y libre de esa nueva nueva América que poco a poco se abría paso. Cansado de tener que lidiar con los prejuicios de la tierra, Young decide trasladarse en 1963 a Los Ángeles, donde conoce a Van Dyke Parks y a un jovencito Stephen Stills, con los que formaría el seminal The Gas Company. También, siguiendo la costumbre de la época, se uniría a uno de esos supergrupos en los que los egos de sus miembros mandaban tanto como sus canciones. Pronto se vería que aquello no estaba hecho para Young.

Su predilección por los sonidos más puros y enraizados del crisol norteamericano y su carácter solitario le harían abandonar cualquier intento de formar un grupo para, definitivamente, tomar su propio camino. Rock Salt & Nails, su debut en solitario, contaba con la partipación de gente de la talla de Gene Clark, Gram Parsons y Chris Ethridge y se convertiría en uno de los primeros ejemplos de eso que vendría a bautizarse como country-rock. Quizás llegaba demasiado pronto, pues apenas lograrría cumplir las expectativas comerciales de A&M. “Demasiado country para el rock”, llegó a decir alguien. Y no le faltaba razón.

La decepción por ese estreno frustrado llevaría a Young a abandonar casi por completo el negocio musical y mudarse a San Francisco para abrir una tienda de guitarras. Sin embargo, la tentación de la carretera es demasiado fuerte para el de Georgia. Tras un par de años en los que su actividad se limita a algunos conciertos en los cafés locales, decide juntar un puñado de canciones para volver a intentarlo. Unas cuantas sesiones con varios músicos de la ciudad, entre los que se encuentra Ry Cooder, le convencen de que se hace necesario buscar nuevos aires. Surge la oportunidad de viajar a Nashville, siendo este el primero de una larga lista de contactos con la escena de la ciudad que construirían la relación de amor-odio del autor con la capital de Tennessee. Allí terminaría registrando Seven Bridges Road, disco que toma su nombre de una de las canciones más conocidas y reinterpretadas del cancionero de Steve Young. La grabación no estaría falta de frustraciones y callejones sin salida, incluyendo la participación del ex-Youngbloods Jesse Colin Young, que lograra convencer a los directivos de Reprise del potencial del álbum. El álbum terminaría llegando a las tiendas en Enero de 1972, convenientemente presentado con una estampa familiar del propio artista. No había sido un periplo sencillo, pero al menos Young podía decir que estaba de vuelta.

En este segundo trabajo se nota la intención del artista de suavizar su sonido. El country ha vuelto a la radio norteamericana y en un par de años los Eagles se convertirán en estrellas de la industria, incluyendo una versión del Seven Bridges Road de Young que los angelinos añaden a su repertorio en directo. Nada de esto consuela al compositor que vuelve a ver como sus esperanzas de éxito personal se esfuman a las primeras de cambio. Comienza aquí la etapa más oscura del músico, esa que construiría ese mito de artista forajido y tozudo, peleado la mayor parte del tiempo con una industria miope. Vuelven a resurgir los problemas con el alcohol y las drogas, lo cual lleva a Young a divorciarse de su mujer. Contrariamente a lo esperado, su producción musical se multiplica, ganando en hondura y carácter. Honky Tonk Woman, su siguiente disco, muestra esa cara más polvoriento del artista, el de un fuera de la ley capaz de hacer una versión desnuda de The Night They Drove Old Dixie Down y cantarle a la autopista en Alabama Highway.

Es a partir de este momento cuando la historia de Young se vuelve errática, confirmando su espíitu vagabundo. A finales de los setenta vuelve a grabar un par de discos de sonido estilizado en Nashville para terminar refugiándose en Europa, desde donde inicia una serie de discos editados desde la independencia. Incluso se atreve con la autoproducción de álbumes que más tarde venderá de manera física en sus conciertos y en los que incluirá relecturas de sus canciones más clásicas, muchas de las cuales se encontraban en ese momento completamente descatalogadas. Adoptando de manera voluntaria el perfil del trovador solitario, Steve Young se mantendrá en el negocio hasta practicamente el final de sus días. De él siempre recordaremos aquella interpretación de Alabama Highway, incluida en Heartworn Highways, en la que la caravana americana se funde con el sonido épico de las montañas, la búsqueda de la libertad a través de la carretera y los campos de algodón. Se trata de esa llanura que une a Townes Van Zandt y a Steve Earle, un hilo que conecta a los pioneros con los vaqueros de hoy en día. La autopista de un sonido que no tiene fin.
LLL

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