Caímos en sus redes casi sin quererlo.
Un hermano con el doble de los Purple, aquel riff que sonaba en la
radio, sirvieron de señuelo. El rock estaba muerto pero en nuestro
bar favorito ponían a los Zeppelin y a Ten Years After. Giraban los
primeros discos de los Sabbath y aquellas canciones sucias de los
Stones. Éramos invencibles. Probablemente no teníamos ni idea de
quién era Robert Johnson, pero llenábamos nuestra ignorancia con
chulería y juventud. En el fondo, ¿qué importaba el nombre de un
guitarrista muerto hace cien años si habíamos probado el veneno del
rock&roll?
Después nos hicimos mayores y la mitad
de nuestros garitos echaron el cierre. Peor fue ver cómo la otra
mitad sucumbían a la moda de turno. O darse cuenta que aquellas
canciones con las que sudábamos nunca estuvieron a la última.
Nosotros, tozudos, seguimos como si nada, perdiendo nuestro tiempo
entre discos de Hendrix y la Creedence. Gastando el dinero que no
teníamos en conciertos de cincuenta la sala. Ya no había vuelta
atrás. El aguijón era demasiado profundo. La tentación seguía
ahí, diez años después de aquel fatídico sábado en el que
compramos nuestro primer disco de los Who.
No estoy seguro de si fue exactamente
aquel día, pero hace casi una década que los madrileños Red Apple
se juntaron por primera vez en un local de ensayo. No han cambiado lo
más mínimo, por extraño que parezca. Tampoco algunos de nosotros,
qué duda cabe. Como los tres miembros de la banda de la fruta
prohibida, seguimos pirrándonos por un buen acorde de guitarra.
También por esa manera de hacer música en la que lo más importante
es poner todo patas arriba en tres minutos. Llámalo urgencia,
llámalo simplemente rock&roll.
Porque sí, lo que hacen Isabel, Darío
y Javi es simple y llanamente eso: rock&roll. Una fidelidad a un
estilo que vuelve a llenar los cincuenta minutos que dura Pow Wow, su
cuarto trabajo. De nuevo hay patadas en el culo (We Could Stop It) y
tonadas vacilonas (Save Me Rock&Roll). La huella sureña marca
buena parte de los surcos de One Girl Band, su homenaje al blues más
inflamado. La chulería de Wish I Was Like You no es más que una
fachada tras la que se esconde la letra más frágil de la colección.
Inseguridad que tiene su continuación en la escurridiza When all you
feel is pain. Al menos hasta que los excesos toman el mando de la
canción.
Y es que, quizás, este sea una de los
pocos peros que se le pueda poner a Pow Wow. Nadie podrá decir que
Red Apple que no le echan ganas. O que no asumen riesgos en un
género, el rock, mil veces transitado. Condescending Girl, uno de
los cortes más luminosos del lote, es lo más cercano que la banda
ha estado de la mística de la carretera y el folk. True Love es, me
atrevería decir, la pieza más redonda y directa de todas las que
han editado hasta la fecha. Incluso esa relectura de Cherry Red, con
Darío e Isabel turnándose en la voz, tiene tanta garra como la toma
original de los Groundhogs. Sí, ya sé: los Red Apple siempre
tuvieron un gusto exquisito para escoger sus versiones.
El recuento final arroja más luces que
sombras, un puñado de canciones al rojo vivo y algún que otro
traspiés sin importancia. Visto desde la distancia, se agradece su
espíritu valiente y despreocupado. Su intención de apuntar en diez
direcciones al mismo tiempo sin perder de vista, eso sí, el más
sacrosanto de todos los mandamientos. Ya saben, si no golpea en el
estómago, no es rock&roll. Algo que Red Apple consiguen hasta en
sus momentos más reposados y dulces. Puede que Going to Formentera,
la canción que cierra el disco, tenga ese punto hippy. Que a uno le
entran ganas de dejarlo todo y lanzarse a la carretera. Como reza la
letra : “I'm going to Formentera / we will live as hippies dancing by the sea / We will play rock and roll as the old rockers did”. Al
final la tentación es más fuerte.
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