11/3/16

Lyle Lovett, el vaquero que soñaba con Ray Charles


Puede parecer algo trivial, pero me reconforta seguir encontrando artistas que se maravillan con la música hecha hoy en día. Ahora que todos nuestros héroes parecen haberse quedado en el recuerdo, resulta refrescante ver cómo alguien del gremio defiende a capa y espada a los ídolos de nuestro presente. Porque sí, los hay y en abundancia. No sólo están los Neil Young y los Bob Dylan, incombustibles en su empeño por desafiar las leyes del tiempo. También tenemos a los Ron Sexsmith, Richard Hawley, Kurt Wagner y compañía. Tipos en apariencia menores, pero que a buen seguro seguirán emocionándonos dentro de veinte o treinta años con sus canciones. Para mí, ellos ya han hecho su labor. Siempre tendrán un hueco en la estantería dorada.

Aún así sigo recibiendo sus discos más recientes como si se tratara de una manantial de agua fresca llegada directamente del pozo sagrado de las canciones. Ya no se trata de superar ninguna obra maestra del pasado, sino de seguir siendo fieles a esa manera modesta y sencilla de hacer música. Una lealtad que en nuestro país representa como nadie Quique González. El músico madrileño encaja como nadie en ese perfil de artista orgulloso de sus héroes del que hablábamos. En sus letras no es raro escuchar referencias a Dylan o al Último Vals. La cosa, no obstante, va más allá. En su último disco, editado hace unos días, los guiños a la música de Ryan Adams y Ron Sexsmith son evidentes. Casi buscados. Más escondida, aunque igualmente fundamental, la mención al vaquero Lyle Lovett demuestra que la galería de héroes de Quique es de largo recorrido. Como su carrera.

Para quien no lo conozca, Lovett es otro de esos artistas que nunca acapararán grandes portadas pero cuya discografía ha sido capaz de superar cualquier exámen que el tiempo le ha impuesto. Su voz de predicador contrasta con su música cálida y elegante. También con esas historias jocosas en las que el amor se convierte en venganza y el desierto en motivo de chanza. Puede que gran parte de la culpa la tenga esa expresión quebrada, como de personaje salido de una película de David Lynch. Él, lejos de apartar la mirada, echa leña sobre el asunto. “Es difícil usar un gorro de cowboy con mi pelo y no me sientan tan bien los vaqueros como a Dwight Yoakam”, comenta con sorna Lovett. Él siempre fue más de trajes oscuros y hebillas doradas -como los que luce en la portada de algunos de esos discos-, de esa América dura y silenciosa del sur.

A pesar de todo, Lovett dibuja un cuadro extraño de cowboy. Gran seguidor de la tradición tejana de songwriters, durante su etapa universitaria era habitual verle en los cafés del campus interpretando canciones de Guy Clark, Townes Van Zandt y Vince Gill junto a Robert Earl Keen. Quién sabe, quizás con los años podría haber llegado a dominar el oficio de músico espartano de voz y guitarra acústica. Nunca lo sabremos. La casualidad quiso que a mediados de los ochenta Lovett recibiera una llamada para participar en un pequeño festival en Luxemburgo. Sería allí, entre concierto y concierto, donde conocería a los músicos que más tarde se convertirían en su banda de acompañamiento. Las piezas comenzaban a encajar. Con ellos Lovett encontraría ese sonido en el que la tradición forajida se mezcla con el swing y el gospel. Una receta personal en la que Solomon Burke y Joe Ely comparten mesa y mantel. Piensen en los discos más enraizados de Joe Henry, piensen en un John Hiatt con pajarita y frac.

El resto de esta historia no hace falta imaginársela. En la segunda mitad de los ochenta Lovett editaría tres discos con los que se unía a esa nueva generación de artistas country que renegaban del monopolio de la ciudad de Nashville. Me refiero a nombres como Dwight Yoakam, Randy Travis o Steve Earle. Curiosamente todos ellos terminarían mudándose tarde o temprano a la capital de Tennessee. No así Lovett, que permanecería en su Texas natal en busca de esas historias envueltas en swing y música negra. Sólo a él se le podría haber ocurrido escribir una canción como L.A. County en la que un amante despechado acaba con la vida de su antigua novia el día de su boda. Más propia de un guión de novela negra, el tejano acostumbra a emparejarla en sus conciertos con una versión del clásico del soul Stand By Your Man. Los celos son también el argumento central de I Loved You Yersterday, tonada romántica y sencilla. El premio no obstante se lo lleva una canción titulada I Married Her Just Because She Looks Like You.

Podríamos seguir un rato más con la lista de agravios, aunque más de uno se habrá dado cuenta a estas alturas que en las canciones de Lovett los personajes femeninos no suelen salir muy bien parados. Tampoco en la inmensa mayoría de tonadas del cancionero forajido, para ser honestos. El tejano, lejos de negarlo, lleva esto hasta sus últimas consecuencias. Narra una desgracia y la adorna con una instrumentación dulce, más propia de una big band que de la dureza del country. Plasma un asesinato y lo convierte en una comedia de enredos. Es su manera de renovar el género, riéndose de las convenciones que encadenan a la mayoría de sus compañeros de profesión. “Es como si las hubiera escrito alguien diferente. Así es como siento a veces las canciones. No pienso en mí como alguien con una gran imaginación, me considero un gran mentiroso”, asegura Lovett, recordando en esto a Randy Newman, maestro de la melodía satírica en el país de las barras y estrellas.

Nada de ello quita para que el tejano se tome muy en serio su oficio. Elegante, culto, su relectura del canon vaquero para escenarios de etiqueta no le ha impedido participar en citas más enraizadas como el Newport Folk Festival, emblema del circuito norteamericano. Vale, Lovett no es Steve Earle y su música poco tiene de ese espíritu polvoriento de pioneros como Woody Guthrie o Hank Williams. De hecho sus canciones suenan dulces, incluso en ocasiones radiables. En ningún caso, que quede claro, empaquetadas y listas para ser despechadas en cajas de de cientos o miles en la Music City. Gracias a ello Lovett se puede permitir el lujo de hacer lo que le venga en gana. Incorporar a su repertorio canciones de iglesia y jugar a ser un bandido del far west, hacer sus pinitos en la gran pantalla y reivindicar a los grandes maestros de su profesión, que no es otra que escribir canciones.

Mi capricho favorito, sin embargo, lleva por nombre Step Inside This House. Tras él se esconde una canción de Guy Clark -la primera que compuso, de hecho- y un álbum doble en el que Lovett rinde homenaje a sus maestros, esos songwriters tejanos que tallaron sobre la roca dura el manual de la canción polvorienta. Hablo de Vince Bell, de Eric Taylor y de su amigo Robert Earl Keen, de Steven Fromholz, de Walter Hyatt, de Townes Van Zandt... Sobre todo de este último. Puede que frente al compositor de canciones como Pancho & Lefty o If I Needed You, Lovett represente una visión más amable y adornada del country. Ya conocen la historia. Con los años Van Zandt fue renunciado a cualquier tipo de artificio en su música convirtiéndose en esa figura cruda y fuera de la ley, capaz de defender un repertorio con la simple ayuda de una guitarra y una voz. Lyle Lovett, por contra, suma y suma. En sus discos es capaz de echarse un sombrero de ala ancha a la cabeza y seguir swingeando, acompañarse por una decena de músicos y desnudar las canciones hasta convertirlas en una simple melodía blues, recuperar el cancionero vaquero y soñar con emular a Ray Charles y su big band. Sin miedo, siendo fiel a un género que, por más que alguno se empeñe, sigue estando muy vivo.
LLL

No hay comentarios:

Publicar un comentario