Recuerdo que en mis viajes a Nueva York Morente siempre cantaba aquel verso de Cohen. “Primero conquistaremos Manhattan” repetía una y otra vez para mis adentros. Después despertaba en mitad de la cama con el recuerdo fresco y reciente. Ya saben, a la Gran Manzana sólo se puede ir en sueños. Algunos incluso nos atrevemos a visitarla con nuestras canciones y fotos en blanco y negro. Vale, pura fantasía. Yo, por si acaso, escucho siempre que puedo a Morente, no vaya a ser que algún día el sueño se haga realidad. El mío y el del propio cantaor.
Granaíno, orgulloso de su Albaicin y
su Alhambra, la voz ronca del cante nunca ocultó su deseo de
explorar nuevos mundos. Como para tantos otros flamencos, Nueva York
fue su Ítaca y pisar las tablas del Carnegie Hall un anhelo y un orgullo. Lo
dejaba claro en Omega, su álbum junto a Lagartija Nick en el que
adaptaba a Cohen y al Lorca más cosmopolita. La osadía le abriría las puertas de muchos escenarios estadounidenses. También le llevaría a asociarse con la banda local Sonic
Youth, versión caótica y arty de la ciudad del Empire State. Con
ellos el flamenco se volvió bastardo y ruidoso, como un golpe en la
entrepierna, más cercano a Sid Vicious que a Tomatito. Por algo
Soleá, la menor del clan de los Morente, dijo que su padre era
“el cantaor más punk que ha existido”. También el que más se
acercó a ese Nueva York imprevisible y rugoso, a ese callejero en el
que el rock no tiene que dar explicaciones para mezclarse con la purpurina pop y el folk más comprometido, con la sensualidad funk y
el exotismo del flamenco. Cualquier cosa cabe en esa red de asfalto
gris, ese agujero de hormigón capaz de absorberlo todo para, acto
seguido, devolverlo en forma de canción.
Nueva York es un gran vertedero
esperando a ser convertido en rock&roll. Una bonita acumulación
de basura pop. Morente lo sabía. El punk también y por eso germinó
en la ciudad a mediados de los setenta. Por allí andaban ya Iggy Pop
y los New York Dolls con sus travesuras y sus cristales rotos.
Warhol y la Velvet habían plantado su semilla años atrás. Pero tendría que ser la edición de un par de sencillos a finales de 1974
la que diera el pistoletazo definitivo al invento. El primero llevaba
la firma de Patti Smith y pintaba a la futura estrella del rock en su
versión más torrencial y bohemia. El segundo presentaba al mundo a
un cuarteto formado por Tom Verlaine, Richard Lloyd, Richard Hell y
Billy Ficca. Little Johnny Jewel, primer single de Television,
ocupaba las dos caras de un siete pulgadas en el que escuchábamos en
primicia el estilo cubista que inundaría más tarde Marquee Moon. De
paso asistíamos a la puesta de largo de Ork Records, uno de los
sellos fundamentales del punk neoyorquino. También uno de los más
olvidados, siendo honestos.
Fundado por Terry Ork en aquel otoño
de 1974, sólo el periplo vital de este, caótico y lleno de
altibajos, puede explicar la amnesia general respecto al nombre de la escudería
neoyorquina. Eso y aquella insistencia por mantener el asunto en los
estrictos límites del amateurismo y la independencia. Para cuando el
punk se convertía en una atracción más de la ciudad, Terry Ork tiraba la toalla
consciente de que no tenía sentido seguir apostando por un caballo
perdedor. Mediado el año 1979, fecha de cierre de Ork Records, la
tribu del imperdible era ya una moda más y el CBGB su escaparate de
variedades. No había mucho más que rascar y Terry Ork, prudentemente, decidió regresar a la costa oeste. Por suerte, antes del
cataclismo, el sello neoyorquino dejó una
linda colección de sencillos, recopilados estos días por Numero
Group. Apenas una veintena de referencias. Un botín escaso, cierto,
aunque suficiente para hacer un mapa de la escena musical del
momento.
Revisando el catálogo publicado por Ork encontramos unas cuantas sorpresas. Rabietas cortadas a la primera toma, experimentos de tirada corta y algún que otro intento por epatar al oyente. Himnos generacionales como (I Belong To The) Blank Generation o You Gotta Lose llevan la firma de un Richard Hell convertido en portavoz oficioso de la escena tras su prematura salida de Television. The Feelies, precursores de la vena más pop del asunto, aparecen haciendo sus primeros pinitos en el estudio de grabación mientras muestran su perfil más áspero en canciones como Fa Ce La o Forces At Work. La galería de invitados la completa un Alex Chilton al que Terry Ork convenció para que registrara nuevas canciones tras el fracaso comercial de Big Star. De esta colaboración saldría un epé titulado The Singer Not the Song en el que, además de un bello título, el compositor de Memphis plasmaba tres melodías desmelenadas y una versión del Summertime Blues que no hubiera desentonado en el repertorio de los Sex Pistols. Tampoco lo hubiera hecho la relectura del Get Off My Cloud de los Stones a cargo de Richard Lloyd, otro de los momentos imprescindibles de la caja publicada por Numero.
La cosa no acaba aquí. Si seguimos escarbando encontraremos los nombres sin matrícula, aquellos
grupos y artistas condenados al vertedero de la memoria
del rock&roll. Revelons, combo de Nueva Jersey, se encarga de
entregar los mejores riffs de la colección con el doble 97
Tears/The Way (You Touch My Hand). Por desgracia nunca llegaron a
editar un álbum de larga duración. Tampoco lo hicieron Erasers,
capaces de sonar peligrosos e inflamados en canciones como It Was So
Funny (The Song The They Sung) y dulces y vehementes en I Won't Give
Up, recordando en este caso a las primeras referencias de Blondie. Coinciden en esto con The Student Teacher, banda creada por
tres fans de John Cale que terminarían grabando bajo la supervisión
de Jimmy Destri, teclista de la formación de Debbie Harry.
No sabemos si Alex Chilton hizo lo
propio con Prix, pero resulta imposible no acordarse del sonido
clásico de Big Star al escuchar canciones como Girl. Con ellos
entramos en la mitad más pop de la compilación. El premio a melodía
más adictiva del lote se lo lleva Chris Stamey, sobre todo cuando
se deja acompañar por The dB's en su lectura del (I Thought) You
Wanted To Know. Tampoco podemos pasar por alto Red Lights, tonada
firmada por unos Marbles que podrían colar por una banda de hijos bastardos de los Beach Boys. Las dos canciones de Link Cromwell
-seudónimo bajo el que se esconde Lenny Kaye- traen a la memoria a
esos primeros Stones de mirada juvenil y rostro barbilampiño,
herederos del R&B más inocente. Confirmando de paso que en el
catálogo de Ork Records hay espacio para casi todo. Incluso para
un experimento en el terreno del disco-funk como el que firma Kenneth
Higney en el cierre. Pura chaladura tóxica.
Como es de esperar el tanteo final
arroja luces y sombras, intentos fallidos y tesoros para el
rastreador de joyas ocultas. Ya saben, el punk nunca se distinguió
por mantener unos mínimos estándares de calidad. Tampoco lo
intentó. El catálogo de Ork Records es buena prueba de ello.
También un aviso para los que se empeñan en trazar esa imagen
canónica del Nueva York de mediados de los setenta en la que sólo
caben los fogonazos espídicos de los Ramones y la experimentación
de Talking Heads. Despierten. Entre esos dos polos se esconde lo más
sabroso del asunto. El pop desenfadado y el recuerdo a los pioneros del rock&roll, la dosis de romanticismo callejero y un puñado de tonadas mugrientas. Retales para un mapa por el que se pasea ese Frankestein rockero y burlón llamado punk. Vestido con sus gafas oscuras y su chupa de cuero seduce a base de explosiones eléctricas. Disfrazado de revolución nos hace seguir soñando con aquella ciudad caótica que conocimos a través de fotos y canciones. New York, New York.
LL
Qué gustazo leer estas cosas, Javier. Por la gloria de Morente y por la gloria de New York. Saludos.
ResponderEliminarGracias! La verdad es que el recopilatorio de Ork records es una auténtica pasada. Han pasado meses desde que me hice con él y sigo encontrando sorpresas cada vez que lo escucho. Una de las grandes cosas que se editó el año pasado, sin duda.
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