Hay dos cosas que distinguían a Guy
Clark del resto de songwriters de su generación. La primera, su
sencillez. Más Sancho Panza que Quijote, siempre que le preguntaban insistía en comparar
su labor con la del artesano, la del trabajador sin grandes epopeyas, el
oficio que sólo emplea un par de manos y una guitarra como materia
prima. Aunque a comienzos de los setenta se mudaría como tantos
otros a Nashville, tierra prometida de la industria del country,
pronto se daría cuenta de que la fábrica de hits de la capital de
Tennessee no estaba hecha para él. Sin abandonar la ciudad,
consagraría su tiempo a las dos actividades que más le llenaban en
este mundo: componer canciones y arreglar guitarras. Dos oficios que
se fundían en uno. Cualquiera que oyera sus composiciones descubría
en ellas el tacto de una buena capa de barniz, la lija asomando, el olor de la madera recién cortada desprendiéndose. Canciones reconfortantes que, tan pronto reproducían el traqueteo de la autopista, como se dejaban mecer por los pequeños placeres de la vida. Un café, un paquere de tabaco, una conversación con un amigo.
Y es que, frente al malditismo de
algunos de sus compañeros, Clark siempre practicó una camaradería
alejada de los estereotipos del llanero solitario. Su casa terminaría
convirtiéndose en centro de reunión de los mejores compositores de
canciones polvorientas de mediados de los setenta. Lo podemos ver en
esa escena final de Heartworn Highways, la película consagrada a
aquel género forajido, en la que gente como Rodney Crowell, Steve
Earle o el propio Clark comparten mantel, canciones y whisky. Otro
tópico que el tejano rehuye. Aunque como otros artistas del género,
coquetearía con las drogas y el alcohol, Clark casi siempre supo mantener
la tentación a raya. Su biografía tiene poco de tragedia, sus
discos no son más que el testamento de un contador de historias, relatos que tenían más de viaje soñado que de realidad autobiográfica.
Al menos hasta practicamente el final de sus días. En 2013 Clark editaba el que, a la postre, sería su
último disco en vida. My
Favourite Picture of You era el homenaje del músico a su mujer,
fallecida unos meses antes y con la que llevaba casado desde 1972. En
la portada el propio Clark mostraba su fotografía favorita de
Susanna, una estampa de juventud tras la que se escondía esa época
de canciones hasta el amanecer y camaradería mojada en whisky. Pocas veces el country, la música en general, ha estado tan cerca de capturar ese sentimiento de fidelidad, ese amor imperecedero tan poco común en la canción popular. Como tantas otras veces, la música terminaría convirtiéndose en confesionario personal del autor, retrato de madurez que recibiría su recompensa en forma de Grammy; demostrando
que, lejos del motivo nostálgico, Clark seguía siendo capaz de
componer canciones mayúsculas. Algo que ya venía demostrando en
colecciones como Workbench Songs (2006) o Sometimes the song writes
you (2009).
A pesar de todo, la memoria popular siempre recordará a Guy
Clark por ese debut de portada ocre y mirada
desafiante, publicado bajo el nombre de Old No. 1. Nada que objetar.
Aquel disco contenía sus canciones más reconocibles, cortes como
L.A. Freeway o Desperados Waiting For The Train, versionadas después
por tantos otros. Sin embargo, vista desde la distancia, la carrera del tejano, su
modestia, esa falta de ambición, le permitirían mantener una
salud compositiva envidiable durante sus casi cuatro décadas de viaje. Gracias a
ella acumularía un cancionero que permanece erguido, sin apenas
subidas y bajadas, en el que pocos son los discos que no logran
superar el corte. Canciones como Anyhow, I Love You, Magnolia Wind o Dublin Blues no palidecen un ápice comparadas con las tonadas de juventud del artista.
Tampoco lo hace su generosidad,
ese espíritu de comunidad que nunca debió abandonar la música
country y que el tejano avivó hasta sus últimos meses de vida. Cogiendo canciones
de aquí y allá, adaptando tonadas de viejos amigos como Townes Van
Zandt o Steve Earle, invitando a leyendas del género vaquero como
Emmylou Harris o Rodney Crowell; Guy Clark lograría plasmar esa
esencia de cabaña y pradera, de melodía navegando como un corcho,
río abajo, libre en busca de un mar de canciones. Con su muerte se
va un icono de ese country tejano apegado a la tierra, celebración
de la vida sencilla. Uno de los últimos representantes de esa clase de songwriters que,
como pregonaba el propio Clark en su disco de 2009, dejaban que la
canción les escribiera a ellos. Aquel viejo sentimiento de libertad.
LL
LL
Bonito resumen, y completo, otra leyenda que se va en este año terrible, siempre cerca mío su mítico debut.
ResponderEliminarSaludos.
Lo comentaba el otro día que, justo el año en que se nos van Guy Clark, Merle Haggard, Steve Young y Glenn Frey, estamos teniendo un año excelente de discos de raíz americana. O al menos esa es mi sensación.
EliminarLa verdad es que el debut de Clark está en un lugar privilegiado de mi colección, pero ayer, revisando el resto de su discografía para escribir el texto, recordé que no tiene un mal disco (incluso los álbumes de los ochenta y los noventa aguantan el tipo). Y lo tres últimos son todos una joya a la altura de su debut.
Gracias por el comentario y saludos.