En la figura de Brigid Mae Power se
mezcla lo misterioso y lo puramente terrenal, una especie de
extrañeza que asoma cuando recorremos caminos que creíamos ya
desgastados. En su música -a ratos sedosa, a ratos rugosa- se dan
cita una biografía accidentada y la sencillez de un sonido que
santifica aquello de que menos es más. Lo diferente y su opuesto, la
contradicción a la que se enfrenta cualquiera que quiera vivir una
vida adulta.
Original de Galway, la artista
irlandesa aseguraba hace un tiempo en una entrevista que era incapaz
de lidiar con el tiempo lluvioso de su ciudad. A pesar de ello
decidió hace unos meses mudarse de vuelta al lugar donde pasó su
infancia. En parte como una manera de volver a conectar con sus
raíces. En parte como una escapatoria a la asfixiante vida de
Londres. Cierto es que en la capital inglesa
siempre hubo hueco para propuestas folk, cajón amplio en el que uno
podría apilar los discos de Power. Sin embargo la música de la
irlandesa no parece hecha para encajar en el molde. Más escorada
hacia territorios afilados, sus canciones conectan más con la
tradición heterodoxa de Karen Dalton y Vashti Bunyan que con el
folk cristalino de Laura Marling y Lisa Hanning, por poner dos
ejemplos de artistas de corte acústico nacidas en las islas. Sus
historias, ásperas, también la convierten en una especie única en
el panorama actual.
Educada en la tradición de la música
irlandesa, fueron los discos de Joni Mitchell, Neil Young y el resto
de folkies de las laderas de Laurel Canyon los que la pusieron en la
estela de la música de nuestros días. También los que la animaron
a probar suerte en Norteamérica, donde una dolorosa relación
sentimental acabaría con una orden de alejamiento y con Power
lamiéndose las heridas de vuelta a las Islas Británicas. Por el
camino, o precisamente debido a él, la irlandesa encontraría una
voz en la que lo personal y lo público se anudarían. Compositora de pocos arreglos, su sencillez parece esconder siempre un trauma
oculto. Su reciente confesión al calor de las reivindicaciones
feministas de #metoo arrojan algo de luz sobre el misterio. Aunque no
lo agotan.
Sus letras, crípticas la mayor parte
de las veces, resultan tremendamente directas en ocasiones. Ocurre
por ejemplo en Don't Shut Me Up (Politely), primer sencillo extraído
de The Two Worlds, su reciente trabajo. En él una melodía sinuosa nos arrastra por
las palabras de Power, cantadas con el habitual estilo ceremonial de
la irlandesa, pero que desprenden una franqueza difícil de eludir.
“Don't you find the spirit threatening? / What you did with mine? /
You squashed it / But ghuess what I can hear? / It's my spirit still
breathing / Breathing loud and clear”. Lo mismo sucede en Is My Presence In
The Room Enough for You?, acompañadas en esta ocasión por las notas
de un piano. La sangre irlandesa de la cantante sale a la superficie
con Peace Backing Us Up, intento de danza con sabor norteño. “I'm
sorry, I love you / If you ask for something I can't just say no /
With peace backing me up” proclama la cantante sin vergüenza. Para
alguien que ha lidiado con el maltrato resulta purificador escuchar
cómo canta con orgullo al amor.
Por suerte, a su vuelta a las Islas
Británicas, la compositora encontró en Peter Broderick el
equilibrio sentimental que nunca tuvo en Nueva York. También una
pareja musical con la que dotar de vida a sus composiciones.
Productor y arreglista de The Two Worlds, Broderick se encarga del
resto de instrumentos que ponen la nota de color a las canciones de
Power, generalmente concebidas en blanco y negro. Un ejemplo. La percusión mínima, los
pequeños toques de teclado, elevan y otorgan un halo cinematográfico
a I'm Grateful, canción que abre el disco. En ella Brigid Mae Power
muestra todas sus habilidades: el ritmo taciturno, aquella voz capaz
de hacer de un verso aparentemente insignificante toda una
declaración de intenciones, el aullido de una compositora dolida
pero con ganas de dar un paso adelante y contar su experiencia.
No se engañen, bajo la aparente
suavidad de los acordes de la irlandesa se esconde toda una
tempestad. La naturaleza acústica de su música no es más que la
corteza que cubre el fruto. Cuando uno muerde surgen los sinsabores
del amor y las notas agrias. También la dulzura de una voz
agradecida por seguir en este mundo, cantándole a lo menor y a las
pequeñas grandes injusticias de nuestro tiempo. En el momento en el
que las últimas notas de Let Me Go Now se escapan del reproductor la
calma se apodera de uno y un sentimiento de empatía recorre el
cuerpo. Los misterios a los que canta Brigid Mae Power en The Two
Worlds no son más que la verdad que nos atenaza cada día: luchar,
seguir caminando sobre el alambre.
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