25/2/18

Jerry David DeCicca: el otro sur


Existe un sur de carretera y botas de cuero, Easy Rider en la guantera y ventanillas bajadas. Un sueño en el que reinan el horizonte y la camaradería, compartir doscientas millas apretados en el asiento trasero del coche, los Creedence saltando del salpicadero y California en el punto de mira. De aquella imagen nacen nuestras ganas de lanzarnos a la aventura. No importa que enfilemos la brújula hacia San Francisco o hacia Cartagena y el Puerto de Santa María. La misma necesidad de poner el aire acondicionado aflora, las mismas ganas de descender colina abajo y darse un chapuzón en el mar. 

Puede que el sur, esa sensación que nos abrasa cada vez que llega la primavera, sea un invento yankee, pero a este lado del Atlántico golpea cada vez que ponemos en el transistor del coche a nuestros Bantastic Fand o recuperamos los discos de Kiko Veneno. Aquí festejamos igual la fiesta y la amistad, un puñado de gente apretándose en torno a un tenderete a escuchar el sonido de la mandolina y la guitarra zapateando. Aquí festejamos también una buena dosis de electricidad y soul. No hay que olvidar que fue allí, en el sur de Estados Unidos, donde nacieron los Allman Brothers y las joyas del sello Stax, la fuente de todos nuestros deseos. Sin ellos nos seríamos lo que somos ni tendríamos a bandas actuales como Drive-By Truckers o The Sheepdogs

Sin ir más lejos estos últimos acaban de editar un nuevo artefacto que les confirma como reyes del género escrito en presente. No esperen grandes sorpresas cuando se acerquen a él. Tan sólo una nueva confirmación de que la rueda sigue girando. Los norteamericanos beben directamente del manantial de Otis Redding, The Band y Lynyrd Skynyrd para lograr que el río siga fluyendo. Ya saben: la carretera sirviendo de combustible, el cuero quemado cerca del amplificador y una banda en estado de gracia que, con Changing Colours, vuelve a colocarse en primera línea de salida de ese rock que, tan pronto coquetea con el country, como se lanza hacia terrenos más rocosos. Resultado sobresaliente y sin casi despeinarse. 

Más desapercibido pasará sin embargo la última referencia de Jerry David DeCicca. En él también se da cita ese paisaje sureño de horizontes amarillos, reflejos de Alabama y el Bayou. No obstante, mientras The Sheepdogs logran prender la mecha con cada estribillo, DeCicca prefiere esbozar pequeños brochazos de realidad. Su estilo, sencillo y cristalino, tiene mucho del Randy Newman del directo del 71. Una decena de composiciones que se apoyan casi exclusivamente sobre las notas de piano. Un estilo que oscila entre el gospel sanador y la herencia folk que se posa en toda aquel que canta sobre cruces de caminos y ríos que desembocan en el mar. Con el Mississippi inundando su garganta, DeCicca parece cantar desde una pequeña capilla de Tupelo o desde la orilla de un meandro. Un cuadro en el que se dan cita Dios y los personajes anónimos, la ternura y la redención, los pequeños pecados que sólo perdona el tiempo. 

Precisamente es este último asunto el que abre el disco. Una composición que con semejante título -Time the Teacher- nos remite directamente a la sabiduría filosófica de Leonard Cohen. También lo hacen esos coros y esos arreglos de viento, puro gospel para curar las heridas del día a día (“I found meaning in your kiss / Made it home for supper / Before the night shook its fist”). Cada vez que el intérprete repite el estribillo, cada vez que simplemente lo recita, uno entra en una especie de trance y sueña con dejarse llevar río abajo hasta golpear con las olas del Golfo de México. 

Le sigue una canción de aromas veraniegos. Watermelon es Randy Newman, esa capacidad de hacer grandes los asuntos más insignificantes (y reírse a carcajada limpia de los mayores quebraderos de cabeza de la humanidad). Lírica de lo menor. Con ella nos viene a la cabeza las tardes estivales, el sol tostándonos la espalda, meriendas en el patio y chapuzones en la piscina. También la contraportada del mítico disco de Bobby Charles, con el que DeCicca comparte esa sencillez en la melodía, esa manera de cantarle a los buenos tiempos sin grandes ceremonias. I Must Be in a Good Place Now

Lazy River es el corazón envenenado de la colección. Su letra lleva una carga de profundidad que penetra hasta lo más hondo del alma del que la escucha. La interpretación nos recuerda al Civil Wars de Joe Henry. Los arreglos también, especialmente esa trompeta silenciosa, que al comienzo apenas suena como un murmullo y se convierte en un grito de redención cuando la canción alcanza sus cotas más altas. “I didn't pack my troubles but I buried my past / Bought some new flip-flops and a wide-brimmed straw hat / The turtles and tourists swim like brothers / The ducks and the drunks get into trouble”. Entre la parábola y la poesía, el cantante se convierte en el filósofo de la montaña, ermitaño que comparte su sabiduría para toda aquel que tenga los oídos suficientemente abiertos para escuchar.  


En Grandma's Tattoo se da cita uno de los personajes más entrañables de la galería de DeCicca. Ternura y orgullo, el autor necesita apenas una decena de versos para dibujar a esa abuela socarrona y un poco rockera, que a sus 73 años sólo quería tatuarse a un colibrí para aprender a volar. La música recuerda al Lou Reed de Perfect Day y Walk on the Wild Side, como si el compositor de la Gran Manzana cambiara Coney Island por Lake Charles. Hay mucho de esa habilidad del de la Velvet Underground para retratar los personajes más inadaptados y alejados de clichés en este Grandma's Tattoo

Kiss a Love Goodbye es puro cine, novela filmada en 35 mm. Una vieja historia de amor le sirve a DeCicca para firmar su composición más narrativa. Las imágenes de la autopista, una bombilla fundiéndose, aquella inundación del año 89, quedan registradas en un rollo de celuloide. Un cierto tono sepia inunda toda la canción, un cierto aire de nostalgia por esos besos perdidos. “I can still taste salt on your skin / And cheap beer on your breath”. No hay una pizca de rabia o arrepentimiento, más bien un recuerdo por los buenos tiempos que quedaron en el pasado. “It was the summer we spent together / So free and young and high”. 

La cara B comienza con una de las pocas canciones que se apoya sobre las seis cuerdas de una guitarra. Epidermis folk que sigue el contorno de las composiciones de Townes Van Zandt, arena y madera, cabaña abandonada a las afueras de Houston. La letra vuelve a arrojar una galería de imágenes vibrante y preciosa. “We're building castles that last forever” canta DeCicca mientras se deja impregnar por el espíritu de la sal y la brisa del golfo, de las plataformas petrolíferas “centelleando como estrellas muertas” en la costa sur de Texas. Cada vez que el cantante alcanza el último verso -“The only reminder that beauty can scar”- y la canción se pierde en el reproductor uno siente un cosquilleo en la garganta, como si cualquier intento de añadir una sola palabra a lo ya dicho fuese inútil. 

El contraste sonoro llega con Walls of My Heart, la más jazzera del lote. El saxofón inicial nos pone en la pista: esto es puro Coltrane, un songwriter imbuido por el espíritu del A Love Supreme. El estribillo palpita como un inmenso blues, un agujero en el corazón que sólo puede llenarse cantando una y otra vez aquella letanía: “and a painted on the walls of my heart ...”. Aquí DeCicca nos entrega su interpretación más sentida y profunda. No se engañen, a pesar de la aparente calma que reina a lo largo de todo el minutaje este es un disco de emociones fuertes. La sangre corre a borbotones entre los surcos del vinilo. Ya saben, a veces no es necesario añadir nada para dar en la diana. El artista lo demuestra en este Walls of My Heart, tonada que vibra bajo la superficie como un terremoto subterráneo, especie de Astral Weeks que podría alargarse hasta el infinito. 

Tiene que ser Woodpecker la que reduzca la presión acumulada. Con ella regresa el compositor de las pequeñas cosas, el observador de la naturaleza y los detalles que para el resto de los mortales pasan desapercibidos. La misma función cumple I Didn't Go Outside Today. La sencillez de la letra, los coros del estribillo, nos remiten al Bill Fay de Life Is People. Tanto que, con su oda a la paz personal y a la rutina, podría pasar como una relectura del Be at Peace With Yourself del veterano Fay. Palabras mayores, vaya. 

Cierra el álbum The Other Side, una composición con estructura blues y arreglos pantanosos. Una especie de súplica que espanta los malos espíritus y nos prepara para el final. Con ella concluye este viaje sinuoso, sin apenas traqueteos, un pálpito que lleva por título Time the Teacher. Con él Jerry David DeCicca pinta su obra maestra, un fresco en el que el sur y los arreglos de la Gran Manzana se dan de la mano. En él hay desesperación y mucha humanidad, como en los discos de Randy Newman. También la necesidad de salirse de la senda marcada. DeCicca consigue encontrar un camino prácticamente a oscuras, iluminando con sus letras un universo en el que las pequeñas cosas y los pensamientos cotidianos sirven de aliento. No le hacen faltan grandes fuegos de artificio. Ni siquiera elevar la voz. Tan sólo una pluma y la convicción de que hay alguien al otro lado, escuchando, dotando de vida a sus historias.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado el post, una maravilla de reseña. He escuchado el disco hoy mismo y me parece estupendo. Me emociona la sencillez de los arreglos, la voz pausada y la melancolía de sus letras. En mi cabeza Cohen, Lou Reed y, como no, Van Zandt. Saludos

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    1. Gracias, Antonio.
      El disco es una maravilla. Muy Joe Henry, muy Cohen. Un poco áspero en las primeras escuchas, pero una vez que te sumerges en él resulta balsámico.
      Saludos

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