5/4/20

Discos para una república invisible IX


Lo reconozco: entre la inocencia de su debut y el malditismo de su tercer registro, siempre preferí el júbilo adolescente de Radio City. Puede que fuera aquella portada de color carmín, aquel encuadre pop de letras redondeadas que recordaba a un tiempo pretérito, ese en el que uno podía cantar una canción como I'm in love with a girl y no ser tachado de cursi. Siempre pensé que Big Star se habían equivocado de década. Su derroche melódico recordaba a los felices años sesenta, tiempo de armonías y guitarras radiantes. Sin embargo su energía anunciaba lo que estaba por llegar, el power-pop y el impulso alternativo. Su influencia es incalculable en muchas de nuestras bandas favoritas de los noventa.

Puede que en aquella elección influyera también la ya mítica tienda de discos madrileña. Bautizada como el segundo trabajo de la banda de la gran estrella, fue en el rincón de la Guardia de Corps donde comencé a descubrir música más allá de los referentes heredados de la colección de discos de mi padre. Allí se mezclaban reediciones de Ernie Graham y Curtis Mayfield con material nuevo de Zoe Muth y Beachwood Sparks. Si alguien había nombrado a Alex Chilton y compañía como “la mejor banda del planeta de la que nunca oirás hablar”, el puesto de Conde Duque ostentaba con orgullo el título de la tienda de discos más pequeña y con mejor selección del mundo. Sentarse en una de las terrazas de la plaza mientras repasábamos nuestras últimas adquisiciones se convirtió en uno de nuestros pasatiempos favoritos durante aquellos años universitarios.

Fue allí, por supuesto, donde compré mi copia de Radio City. Y fue nada mas salir de la tienda, con el disco entre las manos, rojo, sin estrenar, reluciente, cuando me enamoré a primera vista de la música de Big Star. Desde ese momento la banda de Memphis, con sus melodías adictivas y sus letras de amor adolescente, se convirtieron en un oasis en el que refugiarse. Una trampilla por la que colarse a un tiempo pasado, recuerdo de aquellos días en el que el mundo se reducía a buscar entre cubetas de discos y pasear nuestras lecturas de metafísica. Eran otros tiempos. Despreocupados, quizás un poco ingenuos, pretéritos al fin y al cabo. Éramos felices y todo parecía posible. Lo seguimos siendo, por supuesto. Aunque a nuestra manera.    

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