25/8/20

Justin Townes Earle, la tristeza de la salvación

Justin Townes Earle solía decir que a nadie le gustan las canciones felices. Su cancionero, lleno de tragos amargos, bien podía servir de ejemplo. La soledad, ese sentimiento siempre presente en el género vaquero, estuvo latente en muchas sus melodías. Sin embargo bajo esa fachada apesadumbrada se escondía un músico vital y corajudo. Un intérprete que sobre el escenario destilaba la clase de John Hiatt mientras recuperaba los sonidos añejo del blues y el country-folk. Golpeado por la adicción durante su adolescencia, sería la vida de músico itinerante la que le salvaría de una más que segura caída en los infiernos. Habría recaídas, claro. También la sombra de un padre ausente, media vida caminando por los márgenes de la sociedad. “I am my father's son / never know when to shut up” reconoce el menor de los Earle en la melancólica Mama's Eyes. Pero, sobre todo en la última década, habría júbilo y dedicación al arte de la canción. Quizás por ese motivo, por haber encontrado la vocación entre los acordes de una guitarra, duele un poco más leer la noticia de su muerte con apenas 38 años. Atrás deja un puñado de discos sobresalientes y un cancionero que apuntaba maneras de grandeza de haber llegado su autor a la vejez.

Lo cierto es que Justin estaba destinado a dedicarse al arte de la canción. Hijo del legendario Steve Earle, fue su padre el que decidió bautizarle con el nombre del no menos legendario Townes Van Zandt. De él tomaría ese espíritu inquieto e impredecible. También esa capacidad de decirlo todo con apenas tres acordes y un puñado de versos. En Little Rock & Roller, canción incluida en Guitar Town, el mayor de los Earle retrata esa sensación de nostalgia por el hogar mientras intenta contactar por teléfono con el pequeño Justin en mitad de una gira. Un sentimiento que terminaría filtrándose en muchas de las canciones del joven escritor. A pesar de aquella ausencia, sería el propio padre del músico el que le daría la primera oportunidad sobre un escenario. Sería en el MerleFest acompañados de Guy Clark y con un repertorio en el que se incluían canciones de la leyenda Doc Watson. El propio Watson se encontraba entre el público. “Somos Earles, somos arrogantes y siempre nos sentimos bien con los que hacemos, pero aquello fue intimidante”, aseguraba Justin.

Fruto de aquella arrogancia o simplemente en busca de un camino propio, pronto el menor del clan comenzaría a grabar las primeras canciones bajo su firma. The Good Life y Midnight at the Movies, sus dos primeros álbumes para el sello de referencia del género Bloodshot Records, seguían la senda del country-folk polvoriento que Justin había mamado desde pequeño, aunque apuntado parte de lo que estaría por llegar. Justin Townes Earle parecía moverse a sus anchas en los terrenos menores, las canciones de apariencia sencilla y sentimiento profundo. Sería sin embargo el jubiloso y medicinal Harlem River Blues el que le abriría las puertas del éxito. Con él Earle trazaría aquella biografía de músico salvado por el gospel y el blues. El poder curativo del río y el paso del tiempo atravesaban las letras de aquellas once canciones con las que el de Nashville comenzaría a zafarse de la sombra de su padre.

Nothing's Gonna Change The Way You Feel About Me Now, la continuación de título agridulce, mostraba a un Earle bañado por los sonidos del soul de Memphis. En Am I That Lonely Tonight, la canción que abre la colección, el autor regresa a ese sentimiento ausencia que su padre había dibujado en Little Rock & Roller. “A veces solo querría que hubieses llamado” se lamenta Justin mientras la voz del progenitor suena en la radio. A partir de ese momento el joven músico comenzaría a usar aquella sensación como combustible de un cancionero el que, ya sí, solo cabría la primera persona y el trazo personal. El díptico Single Mothers / Absent Fathers no dejaba dudas de las intenciones autobiográficas de su autor. También confirmaba que el propio Justin había entendido que, a pesar de los sinsabores de una infancia sin padre, sólo había una persona responsable de sus propias desdichas: él mismo. No había pizca de revanchismo o rabia en el tono del bardo. Más bien la asunción de que no hay mejor material para escribir canciones que la experiencia propia.

Editado en 2017, Kids In The Street, con su tono honky-tonk y su belleza cotidiana, terminaría convirtiéndose en el testimonio de ese nuevo Justin Townes Earle, maduro, felizmente casado y reconciliado con su propio pasado. Con su gorra a lo Huckleberry Finn y sus gafas redondas, el músico parecía recuperar el costumbrismo de Woody Guthrie, la sencillez del crisol sonoro norteamericano. La confirmación de ese buen momento llegaría en 2019 con The Saint of Lost Causes, en el que el norteamericano navegaba con maestría entre el blues y el folk, el country y el soul sin perder en ningún momento la brújula de la canción artesana. Por desgracia aquella obra redonda, de portada sacra, terminaría sirviendo de testamento último para un músico con todavía mucho que decir. De alguna manera en apenas ocho discos Justin Townes Earle había sido capaz de tocar todos los palos de la tradición y salir vencedor, trazar una trayectoria de nombre propio, más allá de apellidos, contar su propia historia y dibujar los contornos de una carrera que habría seguido dejando álbumes para el recuerdo de no haberse cruzado la parca con el destino del músico. La tristeza de sus canciones suena hoy un poco más profunda.


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