29/12/20

Todos los buenos tiempos (y III)


I contain multitudes

Cuando despertemos del sueño y tengamos que recoger los restos de este desastre tendremos que empezar a pensar qué mundo vamos a dejarle a Dylan. El bardo de Duluth ha editado en 2020 un disco que muchos han querido leer como una carta de despedida. Un testamento para cuando sus canciones se hagan inmortales y no nos quede más consuelo que el recuerdo de los buenos tiempos. Dylan, que siempre renegó de la nostalgia, prefiere seguir mirando al frente, buscando su Atlántida en Key West, cruzando el rubicón entre lo caduco y lo eterno, añadiendo nuevos hitos a una trayectoria que se extiende ya durante seis décadas. Rough and Rowdy Ways es un tratado de la arruga bella y un homenaje al siglo de la bomba atómica y el rock&roll, una lección de cómo envejecer sin perecer en el intento y un aviso para las generaciones que vendrán: cuando todo esto pase, ya nada será lo mismo. Pero sobre todo Rough and Rowdy Ways se recordará como el disco del año de la pandemia. Un álbum profético y bíblico, que anuncia el desastre y suministra la cura.

En los surcos de estas canciones se esconde la gran tragedia de nuestra época. “Pasado, presente y futuro”, como canta el de Duluth en I Contain Multitudes. Un viaje por los aciertos y errores que nos han llevado a este cruce de caminos en el que lo viejo todavía no ha muerto del todo y lo nuevo amenaza con convertirse en ruinas apenas unos segundos después de nacer. No, no todo está perdido. Ni el mundo se acabará mañana como insisten los agoreros, ni el pasado es ese cementerio de estatuas y fotografías sepia para consuelo de nostálgicos. Ahí están los discos de Bill Fay y Shirley Collins, dos artistas octogenarios que han publicado en 2020 dos de los discos más emocionantes de la temporada. En su interpretación sosegada y su verbo sencillo se encuentra toda la sabiduría de los últimos decenios. La memoria centenaria de la que cantan John Prine y Swamp Dogg en la canción de este último. La tristeza del blues con olor a salitre del último álbum de Terry Allen y su banda misteriosa de forajidos. Si Dylan recurre a Walter Whitman y a Kerouac para escribir su crónica agrietada, el tejano echa mano del mito de Moby Dick para dejar constancia de su paso por este mundo. Cuánto daríamos algunos de nosotros por echarnos a la mar y dejar atrás todo esto.

Pero antes de tirarlo por toda la borda quizás merezca la pena echar un último vistazo por el retrovisor. Puede que 2020 haya sido una temporada para olvidar en muchos sentidos. No en el musical. En un año en el que todo parecía tambalearse, las estanterías de vinilos y las torres de cedés de casa se han convertido literalmente en nuestro refugio y en nuestra muralla contra el desastre. Especialmente las referencias con firma femenina. A Girl Called Eddy y el regreso de su suntuoso pop-soul. Nuestra venerada Gillian Welch, que este año nos ha sorprendido con cuatro volúmenes de canciones polvorientas. Phoebe Bridgers y sus confesiones de luna llena y bar a punto de bajar la persiana. El folk-rock llegado desde las antípodas de Nadia Reid. El sur yankee siempre a mitad de camino entre la tradición y la revolución de Margo Price, H.C. McEntire y las Secret Sisters. El soul profundo de Frazey Ford. Su paso firme, su carrera paciente, han sido una de las mayores satisfacciones que nos ha dado esta década que se cierra en apenas unos días. Lo mismo podríamos decir de Courtney Marie Andrews, que en este 2020 ha añadido una nueva muesca a su trayectoria con la publicación de sus 'flores marchitas', su disco más sentido y corajudo. ¿Quieren algún nombre más? Laura Marling, Kathleen Edwards, Lydia Loveless, Sarah Mary Chadwick, Native Harrow...

Y en el tintero una multitud de personajes secundarios y canciones para guardar en el baúl. Pequeños triunfos en un año escaso en este apartado. Chuck Prophet dando el pistoletazo de salida a su época arrugada con The Land That Time Forgot. Bill Callahan emulando el costumbrismo de Proust con sus tonadas familiares y hogareñas. La rabia sureña de Drive-By Truckers y el nihilismo juvenil de Fontaines D.C.. The Jayhawks, unos veteranos que nunca se fueron del todo y que vuelven a hacer lo que mejor saben en Xoxo. La elegancia folk de James Elkington y Cut Worms. The Hanging Stars, nuestros favoritos locales. Chencho Fernández y PIGMY, nuestros otros favoritos locales. Willie Nelson, Don Bryant y Dan Penn, clásicos que siempre tuvieron un estante especial en nuestra colección. Y luego está el caso único de Daniel Romano, enfant terrible del country-rock capaz de editar una docena de referencias en lo que llevamos de año. Su insistencia, su aliento inagotable, han servido de combustible para los que en algún momento de este 2020 estuvimos a punto de bajar los brazos. Incluso en estos tiempos hay quien tiene fuerzas para seguir intentándolo.

Nosotros seguiremos agarrados a la gramola cósmica de Murder Most Foul. En ella está todo lo que nos hace volver una y otra vez a las tiendas de discos. De Thelonious Monk a los Beatles pasando por Leadbelly, Charlie Parker y The Who. A buen seguro que dentro de unos años alguna de las canciones editadas en este 2020 pandémico pasarán a formar parte de aquel canon. O perecerán en el intento como las flores de las que habla Dylan en I Contain Multitudes. Sea como fuere, sirvieron de cura contra el desastre de estos últimos doce meses. Confirmaron que no todo estaba perdido. Construyeron los cimientos de un tiempo que, a pesar de parecer único y extraordinario, terminará convirtiéndose en un simple brochazo más en el gran cuadro de la Historia. Hay esperanza porque todavía quedan discos por descubrir. Hay esperanza porque todavía quedan canciones por escuchar. Ya lo dice Bob en Key West: “esta es mi historia, pero no donde termina”.


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