27/2/21

Nancy Sinatra, cantándole a los sueños

Pocas instantáneas representan mejor el espíritu radiante del año 66 como aquella fotografía de una joven Nancy Sinatra subida a uno de los icónicos autobuses rojos de la capital inglesa. La melena rubia, el bullicio del Swinging London sonando de fondo y esas botas de cuero que terminarían convirtiéndose en la marca registrada de la hija mayor de los Sinatra. Tanto que en los tres discos que la cantante publicaría de manera casi consecutiva en el año en el que la década explotó -parafraseando el título de John Savage- la de New Jersey repetiría atuendo de rodilla para abajo. Era de esperar. These Boots are Made for Walkin' -la canción por la que muchos todavía recuerdan a Nancy- se había convertido en un éxito casi de manera casi inesperada en enero de 1966. La continuación no se haría esperar y apenas unos meses después Reprise editaría How Does That Grab You?, repitiendo con Billy Strange a los arreglos y Lee Hazlewood a la producción. Para cuando el tercero de estos elepés llegaba a las tiendas bajo el rótulo de Nancy in London la mezcla comenzaba a mostrar síntomas de agotamiento. How Does That Grab You, Darlin' copiaba de hecho el ritmo trotón de These Boots pero perdiendo parte del aplomo por el camino. El sencillo apenas llegaría al número 19 en las listas británicas, quedando condenado al olvido.

Aquella canción -y veintidós más- forma ahora parte de Start Walkin' 1965-1976, recopilatorio editado hace unos días por los campeones de Light in The Attic que recorre la trayectoria musical de una cantante que siempre quiso ser más que una chica de marquesina y póster. La historia de la mayor de los Sinatra había comenzado de hecho unos años antes, a comienzos de la década para ser más exactos, con una serie de sencillos de pop melódico que apenas habían logrado arañar las listas. A pesar de lo que pudiera parecer, la conexión familiar, lejos de servir de impulso, había terminado convirtiéndose en un obstáculo en el despegue de su carrera discográfica. Frente al desparpajo juvenil de bandas como los Beatles o los Byrds, el apellido Sinatra representaba de alguna manera el viejo régimen, lo seguro y lo inmutable, la música que escuchaban nuestros padres, todo aquello contra lo que había que revelarse. Lo curioso es que Nancy, lejos de romper con el estilo refinado de su padre, terminaría dedicando buena parte de su carrera a recoger lo aprendido en casa y dotarlo de un empuje nuevo para disfrute de las nuevas generaciones.

Bang Bang por ejemplo podría haber encajado sin problemas en el cancionero de su padre. Sin embargo, frente a los arreglos barrocos y elaborados del patriarca, la progenitora escoge la crudeza de la una simple guitarra eléctrica. Inmejorable carta de presentación. Para cuando So Long Babe veía la luz a finales de 1965 ya no había vuelta atrás. Aquella historia de ruptura sin lágrimas, a lo “ahí te quedas que yo tengo mejores cosas que hacer”, encajaba a la perfección con los arreglos agridulces de Billy Strange. Las cuerdas aportan la dosis justa de melodrama mientras la batería marca el ritmo de una mujer que ya nunca pararía de crecer musicalmente. Friday's Child empleaba los mismos ingredientes aunque llevándolos hasta el extremo. La interpretación urgente de Sinatra, entre la desesperación y el desacato, ponía voz a toda una generación de jóvenes que solo querían que llegara el viernes para divertirse y no mirar atrás. Rebeldía encapsulada en los dos minutos y medio que ocupan la cara de un siete pulgadas. 

La culminación de esta fórmula llegaría meses después con You Only Live Twice, tema central de la película de James Bond. Aquella primera estrofa recogía en tan sólo cuatro líneas el espíritu de una década encerrada entre la amenaza nuclear y la factoría de sueños pop. “You only live twice / Or so it seems / One life for yourself / And for your dreams”. Al mismo tiempo abría el camino para lo que llegaría después. Esto es, la asociación a tiempo completo con Lee Hazlewood y la consagración de Sinatra como reina de la canción como vehículo cinematográfico. A partir de ese momento las producciones de la cantante dejarían de ser simples retratos al estilo “mujer intentando hacerse hueco en un mundo de hombres” para convertirse en pequeñas operetas con escenografía, personajes y giros de guión incluidos. Summer Wine, una de las primeras canciones en las que Sinatra y Hazlewood compartirían micrófono, empleaba por ejemplo el lienzo de los arreglos de cuerda para dibujar el cuadro nostálgico de las últimas tardes de verano. Arkansas Coal, una de las sorpresas más gratificantes recogidas en este Start Walkin', incluye varios movimientos y cambios de escena que emulan con maestría la arquitectura pop de los mejores Beach Boys. 

Con la incorporación del productor de Oklahoma tanto a los labores de composición como a los arreglos, la cantante aprovecharía también para demostrar que su voz de terciopelo era capaz de adaptarse a otros territorios menos anclados al pop juvenil de sus comienzos. Sand, otra de esas canciones a dúo con Hazlewood, supondría su primera incursión como tal en las arenas movedizas de la psicodelia. Jackson, el clásico de Johnny Cash y June Carter, era puro cosmic country acentuado por las notas de esa pedal steel a punto de salirse del pentagrama. Lady Bird escondía tras su impulso épico a una pareja disfrutando de una química que, a pesar de los rumores, nunca abandonó los límites de lo artístico. De hecho el éxito del combo Sinatra-Hazelwood no impediría que la de New Jersey volviera a grabar con Billy Strange a comienzos de los setenta. Ni la inocente Happy ni el homenaje directo a The Mamas & The Papas en How Are Things in California llegarían demasiado lejos, no obstante. Un segundo disco a la limón con Hazlewood en el año 72 y el irregular Woman pondrían punto y seguido a una carrera que poco a poco acabaría apagándose ante el desinterés de la propia Nancy.

Canciones como Paris Summer, Down from Dover o (L'étè Indien) Indian Summer cierran el periodo que abarca Start Walkin' anunciado lo que podría haber sido. Frente a las producciones rugosas a las que había sido sometida durante buena parte de los sesenta, Sinatra había conseguido convertirse en apenas una década en la maestra de la sutileza pop. Como en Friday's Child, le bastan un par de líneas y un estribillo para dejar huella. Eso sí, sin necesidad de calzar botas o alzar la voz por encima del bullicio de la ciudad como antaño. Su presencia y esa capacidad única de elevar aquellas rodajas de realidad a la altura de epopeyas grandiosas, puro celuloide, deberían ser suficientes para rubricar su firma en el olimpo de las mejores intérpretes de la historia del pop. Puede que -todavía hoy- la mención de su nombre vaya casi siempre acompañada de su contraparte masculina, ya se trate de la herencia paterna o su asociación con el genio de Hazlewood. Ella, lejos de renegar del pasado, mantiene en pie el relato. Sin ellos no habría habido Nancy Sinatra, eso seguro. Pero sin ella aquellas historias de emancipación juvenil y ensoñación femenina no habrían sido más que eso, historias. Notas en un pentagrama. Como en la letra de You Only Twice, Sinatra cantó primero para ella misma -y a veces para otros-, pero sobre todo cantó para hacer realidad sus sueños. Los suyos y los de todos.


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