13/3/21

Karen Dalton, en su propio tiempo


Hace unos días salía a la luz uno de los pocos vídeos en los que se puede ver a Karen Dalton tocando en directo. Grabado en el Golden Rose Pop Festival celebrado en Montreux en el año 71, muestra a la artista tejana en uno de esos momentos extraordinarios en los que recibió el aplauso merecido del público. También constata por qué Dalton nunca abandonaría el círculo minoritario de los artistas de culto. Durante los escasos quince minutos que dura la actuación la cantante apenas aparta la mirada del escenario y en las pocas ocasiones que levanta el gesto lo hace en dirección a sus compañeros de tablas, quizás en busca de una conexión que nunca termina de llegar, quizás demasiado profunda como para aflorar a la superficie.

Llegado el momento de la despedida los músicos abandonan la escena sin grandes ceremonias. El espectáculo ha sido hipnótico, pero los cientos de jóvenes que se arremolinan en torno al escenario apenas parecen haberse dado cuenta, esperando tal vez a la llegada de propuestas más excitantes para el oído de la época. Un aplauso final, que suena más a compromiso que a verdadera reverencia, deja un poso agridulce flotando en el aire. Aquella sería la última vez que Dalton pisaría suelo europeo y la última vez que escucharíamos su voz antes de su muerte veintidós años más tarde. Atrás dejaba una obra de extensión casi minúscula, pero que seguirá persiguiéndonos en los días que vendrán.

Dicen los que la conocieron que Karen Dalton nunca se sintió cómoda compartiendo su música con extraños. Especialmente la suya propia. Dalton, según cuentan, era capaz de escribir canciones como cualquiera de los songwriters de la época, aunque por desgracia ninguna de ellas acabaría en los escasos discos que grabó. La tejana, versada en el torrente de la tradición, siempre prefirió echar mano de material ajeno, parapetándose detrás de melodías clásicas y composiciones de contemporáneos como Tim Hardin y Freid Neil. De alguna manera era su forma de aislarse contra el mundo. También la confirmación de que lo suyo tenía más que ver con el sustrato de blues, esa música que había nacido a mediados del siglo XIX pero que parecía haber estado allí durante siglos, enterrada en las aguas de Mississippi esperando a que alguien la sacara del fondo del barro.

Como los intérpretes del sur, Dalton cantaba casi siempre de memoria, a la manera de los antiguos trovadores medievales. En It's So Hard To Tell Who's Going To Love You The Best, su primer disco de estudio como tal, la cantante interpreta una decena de canciones casi de corrido, como si tuviera miedo de que se le fueran a olvidar o la cinta se fuera a acabar en cualquier momento. Lo cierto es que el productor Nick Venet, en un intento por superar las reticencias de Dalton a registrar su música en un estudio, había convencido a la propia Dalton de que la cinta había dejado de girar durante el tiempo que duraría la sesión. Una mentira piadosa que explica esa atmósfera libre e informal que se transpira en toda la grabación, esa sensación de estar colándose en un lugar sagrado y secreto reservado sólo a unos pocos. Aquel sonido de grano y pizarra parecía encajar como un guante con la voz de la tejana.

Con los años sería habitual que a Dalton se le comparara con Billie Holiday. Ella, que siempre fue más de Bessie Smith, terminaría detestándolo. Escuchando su debut uno puede hacerse la idea de por qué. Vale que canciones como Sweet Substitute o Blues On The Ceiling parecían haber sido sacadas directamente del repertorio de Lady Day. El poso sin embargo era diferente. Mientras que la intérprete de Philadelphia había tenido que lidiar con el látigo de la discriminación racial y el azote de esa América en blanco y negro de la primera mitad del siglo XX, el tormento de Dalton era más personal, nunca del todo trazado de manera explícita. Lo que sí tendrían ambas en común sería su incapacidad para cortar por lo sano con el yugo de la adicción, condenándolas a una muerte prematura y a un final trágico. Pero no, el sufrimiento que Dalton proyectaba en sus interpretaciones era de otra pasta. Una tristeza que a ratos podía sonar cercana, pero que casi siempre finalizaba con un gran signo de interrogación.

En It Hurts Me Too, una de las canciones más sentidas de It's So Hard, la tejana intenta encontrar consuelo en un amor que, a pesar de lo que pudiera parecer a primera vista, siempre estuvo roto bajo la superficie helada. Habitual en el repertorio de muchos de los intérpretes de blues de Chicago como Elmore James o Junior Wells, aquella canción tomaría un nuevo significado entre los labios de Dalton. Pocos lo sabían, pero cuando Dalton decidió probar suerte en el Greenwich neoyorquino de comienzos de los sesenta la tejana ya acumulaba dos divorcios en su currículum sentimental, además de dos hijos de los que la cantante nunca se separaría del todo.

Aquello contrastaba de lleno con la situación de sus compañeros de escenario en el Cafe Wha?, jóvenes sin compromisos ni ataduras dispuestos a dejarlo todo por una revolución que no tenía tiempo para madres y cuidados. Nada de esto impediría que Dalton apareciera de manera regular en los cafés de la zona junto a nombres que hoy en día persisten en nuestra memoria. Los mencionados Tim Hardin y Fred Neil, con los que la intérprete siempre compartió ese velo trágico y adictivo, la acogerían en su círculo y ella les devolvería el favor versionando alguna de sus canciones. Bob Dylan, con el que Dalton llegaría a compartir escenario en un par de ocasiones, afirmaría años más tarde que la de Texas fue durante un tiempo su cantante favorita. “Karen tenía una voz como Billie Holiday y tocaba la guitarra como Jimmy Reed”, escribiría en sus Crónicas. De nuevo la dichosa comparación con Lady Day.

Por desgracia ninguno de estos halagos serían suficientes para que Dalton consiguiera firmar un contrato de grabación. Si es que de hecho la artista andaba detrás de uno. No importa. Hoy en día -maravillas de este tiempo en el que casi todo termina saliendo a la superficie- contamos con dos registros de aquella Dalton intentando hacerse un hueco en el Greenwich de Dylan y compañía. Green Rocky Road, el primero de ellos, contiene nueve grabaciones caseras en las que la cantante se acompaña casi en exclusiva del banjo. De aspecto rústico e intención desconocida, muestra a una artista enredada en la corriente del revival folk, de piel curtida aunque sin el duende de sus registros posteriores.

Más interesante, Cotton Eyed Joe recoge un set doble que la cantante dio en el Boulder en el año 62. Además de incluir canciones como In The Evening o la mencionada It Hurts Me Too que aparecerían años más tarde en su debut, este disco en directo nos acerca al estilo libre y único que la norteamericana mostraría en sus grabaciones de finales de los sesenta. En Old Hannah la voz de Dalton parece poseída por el espíritu de Odetta. Good Morning Blues la emparenta directamente con el blues pantanoso de Lead Belly. En muchos de los cortes el ambiente recuerda al Live at the Old Quarter de Townes Van Zandt. El hecho de que apenas una veintena de personas acudieran al concierto explica por qué, a diferencia de otras ocasiones, la de Bonham mostrara un semblante relajado, incluso añadiendo comentarios y chascarrillos entre canción y canción.

Todavía tendrían que pasar varios años para que muchos de los merodeadores del Greenwich volvieran a escuchar el nombre de Karen Dalton. Durante este periodo la cantante seguiría dando conciertos de manera esporádica junto a su marido Richard Tucker. Especialmente habitual fue su presencia en los cafés de Colorado a donde la pareja había huido en busca de una vida más sencilla. 1966, otra colección de descartes inédita hasta hace relativamente poco, recoge un ensayo de la pareja antes de una de aquellas actuaciones en la zona, completando el cuadro de esa Dalton en proceso de transformación. Escuchar canciones como Reason to Believe o Other Side to This Life en la voz de la tejana tiene algo de inapropiado, como asomarse a esa versión más relajada e íntima de la cantante casi siempre ausente en sus grabaciones de estudio. Puro ejercicio de voyeurismo folk.

Aquel debut grabado de manera casi pirata y la mención de su nombre en una de los títulos de las célebres cintas del sótano de Dylan y The Band -la emocionante Katie's been gone- serían las últimas señales de vida de la cantante antes de un cambio de década que pillaría a nuestra protagonista con las maletas rumbo a Woodstock. Tal vez siguiendo el rastro de aquella melodía compuesta por Robertson y Manuel o simplemente oliéndose que en la villa a las afueras de Nueva York encontraría un ambiente más propicio para su propuesta, la tejana buscaría una segunda oportunidad al abrigo de las Catskills. De aquel traslado surgiría In my own time, segundo disco de estudio y trabajo por el que todavía muchos recuerdan a la cantante hoy en día. Un álbum convertido en objeto de culto y moneda de cambio para los buscadores de melodías imperecederas. Imprescindible.

Con su portada invernal y su letrero de hilo dorado Dalton parecía imprimir su nombre en la historia menor de la villa de Woodstock. Los tonos marrón-ocre y aquella versión de In a Station, una de las canciones compuestas por Richard Manuel para el debut de The Band, confirmaban la conexión. Pero era esa sensación de estar ante el alma gemela del teclista de La Banda la que sellaba el acuerdo. De alguna manera tanto Dalton como Manuel pasarían a la historia como emotivos cantantes de soul, aunque en su manera de interpretar siempre asomara el abismo triste del blues. No nos engañemos: la garganta de Richard dibujaba el perfil de Ray Charles, pero su alma acabaría ahogándose en las aguas del Mississippi. En el caso de la tejana sería una versión del clásico de Percy Sledge, When a Man Loves a Woman, la que mostraría su versatilidad más allá del folk gótico de sus inicios. How Sweet It Is y One Night of Love imaginaban con sus costuras blues-rock lo que podría haber sido de Dalton en la jungla de los setenta de no haberse apagado la luz antes de tiempo. Take Me insistía con las atmósferas de cabaret soul mientras la voz de la norteamericana se dejaba mecer por el vaivén del piano de John Simon.

Are you Leaving for the Country cerraba In My Own Time señalando el camino a seguir para la cantante tejana, retirada de los escenarios desde mediados de los setenta. Pero sería la inicial Something on Your Mind la que con los años marcaría el verdadero pulso de la obra de la artista. Con su ritmo penetrante y su intención retórica - Let these times show you that you're breaking up the lines / Leaving all your dreams too far behind / Didn't you see you can't make it without ever even trying? - aquella melodía parecía lanzar al vacío la pregunta que nadie se había atrevido hacer hasta ahora: ¿qué pasaría si dejáramos de intentarlo? Durante años fueron muchos los que trataron de desvelar el secreto del genio de Karen Dalton. El truco, como casi siempre en estos casos, estaba al alcance del oído. Una voz personal educada en las fuentes del blues, una manera única de interpretar, siempre balanceándose sobre la delgada línea que separa lo celestial de lo puramente terrenal. En definitiva, una artista que nunca renunció a marcar su propio ritmo, su propio tiempo en este mundo.   

 

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