30/10/22

Jerry Lee Lewis, el fuego eterno del rock&roll


La primera vez que uno ve a Jerry Lee Lewis aporrear un piano el mundo se resquebraja. Un terremoto que no atiende a ninguna escala, un calambrazo directo al espinazo, te sacude, Y desde ese momento ya sabes que el mundo nunca será lo mismo. A mí me paso cuando tenía quince años y todavía no sabía qué era eso del rock&roll. Mucho menos quién era aquel tipo capaz de abusar de un piano de la manera en que lo hacía Jerry Lee Lewis. Pero aquella actuación en vídeo con un Lewis ya maduro pero pleno de energía, subiéndose sin pudor sobre las teclas, estrujando el micrófono con sus manos, restregando el sudor de su cuerpo sobre el marfil, dejando en definitiva con la boca abierta a aquel adolescente que en aquel momento todavía no sabía muy bien el significado de la música, lo cambiaría todo.

Nunca volví a encontrar aquella actuación. Tampoco lo intenté, por aquello de que hay cosas que suenan mejor en la memoria. Pero aquel primer encuentro con el rock primigenio, aquella exuberancia cruda, directa a la yugular, marcarían el rumbo. A mí y a toda una generación de rockeros que verían en Lewis la encarnación de todo lo que el género debía ser. Excitante, impulsivo, peligroso. La propia vida del músico de Louisiana lo fue y así lo plasmó Nick Tosches en Hellfire, volumen inflamable en el que se cuentan las idas y venidas de un tipo que subió al cielo y descendió al infierno sin necesidad de abandonar este mundo. Jerry Lee Lewis fue la llama eterna del rock&roll, el tipo capaz de prender literalmente fuego a su piano sólo para demostrar que podía hacerlo.

Criado en los ambientes religiosos del sur yankee, cuentan que el joven Lewis solía exprimir los himnos dominicales hasta hacer que una canción como My God is Real pareciera un pecado capital. La chispa del rock&roll ya había prendido en el de Louisiana y pronto abandonaría sus estudios para convertirse en músico de sesión de Memphis. A diferencia de otros compañeros de generación, Jerry nunca encontró oposición en casa para seguir los designios del rock, siendo su padre el primero en animarle a que viajara a la capital del estado de Tennessee para labrarse una carrera. Allí encontraría otro tipo de escuela más acorde a sus habilidades en la sede del sello Sun Records. Con la popularidad de Elvis por las nubes, Lewis entraría a formar parte en la bautizada como clase del 55, que incluiría también a Carl Perkins, Roy Orbison y Johnny Cash. Una promoción entre un millón.

Pero Jerry estaba hecho de otra pasta. Salvaje en sus actuaciones, puede que Presley volviera loco a todas las chicas. Sólo Lewis era capaz de invocar al mismísimo diablo con el simple movimiento de sus dedos sobre el piano. Canciones como Great Balls Of Fire o Whole Lotta Shakin' Going On, unido a su estilo teatral y desenfrenado, lo conectaban directamente con sus colegas al otro lado de las vías como Little Richard o Chuck Berry. También lo haría su insistencia en seguir una vida que no casaba con esa América puritana y mojigata. Si Berry había acabado en la cárcel por un asunto de faldas con una menor, la fama de Lewis acabaría de manera súbita cuando la prensa destaparía que se había casado con su prima de tan sólo trece años. Incluso los rockeros más salvajes tienen que mantener las formas.

Nada de esto ablandó al músico, que en 1964 regresaría a las tiendas con un directo grabado en el Star Club de Hamburgo, el mismo en el que los Beatles habían tocado meses antes de romper los moldes de la música popular. En aquellos frenéticos treinta y siete minutos el Killer se volvía a reivindicar como el último mohicano de aquella primera explosión rockera. Una lección de Historia de la música popular, un derroche de actitud en el que el de Louisiana incluye rendiciones de temas de la Motown y del propio Little Richard. También una lectura del clásico de Hank Williams Your Cheating Heart capaz de derretir el más helado de las corazones.

Con ella Lewis parecía anunciar su próximo movimiento, dedicando las siguientes décadas a reivindicar el legado de la música country en la llanura norteamericana. Colecciones como Another Place, Another Time o She Still Comes Around bien merecen un lugar en la biblioteca de cualquier aficionado al género vaquero. Ya en este siglo Lewis recibiría el homenaje de varias generaciones en álbumes como Last Man Standing o Mean Old Man, donde recreaba los clásicos del cancionero norteamericano con ayuda de un abultado número de invitados. Irreductible, incluso en aquellos ejercicios de nostalgia asomaba el genio irrefrenable de Lewis. Aquel crujido infeccioso que hizo tambalearse a todo el edificio de la música allá por mediados de los cincuenta. Con él se apaga la última llama del verdadero rock&roll.


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Gonzalo. Una figura de la talla de Jerry Lee Lewis se merecía unas palabras, aunque sólo sea por lo mucho que nos impactó la primera vez que le vimos sobre un escenario.

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