3/12/22

El arte obsoleto de hacer canciones


Han tenido que ser los últimos días de noviembre, esa época del año en la que las tardes son sinónimo de recogimiento y las farolas comienzan a brillar antes de tiempo, los que hayan traído a casa las nuevas canciones de Nacho Para. Un álbum nacido al costado del desierto almeriense pero que tiene en su portada el vértigo y el paisaje salvaje de las cumbres de la Alpujarra. Quizás por eso o simplemente porque al final son las canciones las que terminan encontrado su lugar, yo encuentro en este No parking tickets in the clouds cobijo para el invierno londinense, refugio hecho de piel de borrego y cuerdas tañidas bajo la lluvia y la niebla inglesa. A pesar de que su autor transite caminos polvorientos mucho más al sur. Puede que en eso radique precisamente la magia de este disco, pequeño y humilde en su gestación, pero universal en su capacidad para calar hondo. En arañarnos un poco a todos los que hemos caído en su embrujo. No venderá millones de copias, pero este No Parking tickets in the clouds puede presumir de haber emocionado a todo el que lo ha escuchado.

Y es que en él se dan cita la camaradería montañera y el confesionario de estufa y carbón, la tormenta de arena sahariana y la brisa caledónica, el northern soul y la coraza africana, completando así un recorrido vital que tiene mucho de álbum de fotos y recuerdos. Como en los viejos archivadores que todavía guardamos en el altillo de la alcoba, Nacho Para -nuestro Nacho, el mejor cantante al otro lado del Canal de la Mancha, el que más nos emociona al menos- ha hecho acopio de experiencias pasadas y melodías olvidadas en el baúl de la memoria para completar en doce instantáneas una suerte de autobiografía cantada. Un cuaderno de califragía personal en el que la primera persona, sin rubor y con mucho sentimiento, reina por primera vez en la boca del piloto de la Bantastic Fand. Gracias Nacho por abrirte en banda. Tu atrevimiento es nuestro gozo, un espejo en el que mirarnos cuando sentimos el vértigo de la vida.

No es que en la todavía corta -aunque inmensa en su resonancia- discografía de los murcianos no encontremos mucho de la pluma de Nacho. Que la hay y en abundancia. Él es el motor que hace girar esa furgoneta ambulante de canciones que tan pronto mira por el retrovisor a la California de los Byrds como reclama el sonido propio de la desert town cartagenera. Pero conviene nunca olvidarlo: en ese galope único de la Fand resuena siempre el deseo de compartir, la gloria y la alegría, el esfuerzo común y la celebración de los días de feria. Un nosotros que, con el paso de los años, se ha ido ampliando más allá de los estrictos límites de la banda hasta filtrarse a cada uno de los que formamos esa gran familia construida en torno al calor de las canciones bantásticas. Los éxitos de la Fand, aunque siempre modestos, son también un poco nuestros.

Esto -el disco de Nacho- es en cambio otra cosa. Algo más personal. Un desvío si se quiere del tronco común que, cosas de las canciones, ha terminado desembocando también en la carretera principal de la Bantastic Fand. Un reencuentro feliz con la tribu murciana acontecido tras el parón pandémico, pero que originalmente había nacido con otra intención. Quizás la de servir de punto y aparte para que su autor hiciera inventario de tiempos pretéritos y curvas tomadas. Tal vez la de dar simplemente salida a un lote de composiciones, algunas de las cuales llevaban más de tres décadas en el tintero. Sin más refugio que su propia voz y su guitarra. Coloreando aquí y allá con ayuda de alguno de los miembros la “fanda”. Pero con su firma impregnándolo todo. Desde el libreto de polaroids personales hasta esas letras que hablan de vidas vividas y paseos por el jardín profundo del alma, esto es Nacho Para en su versión más honesta y directa. Ya lo canta el propio autor en la taciturna Ain't Got No Time: “I'm leavin' for the country, so are you / Even if it's raining I'll stay true”.

No es la única canción del álbum en la que el almeriense echa mano de la metáfora climática para ilustrar ese viaje interior del alma. Rain or Shine o una convenientemente vaporosa Fog In The Air se suman al parte meteorológico-musical de la colección. Confirmando también que es este un disco fuerte en el apartado introspectivo, definitivamente menos festivo que las anteriores entregas de Nacho junto a la Fand. Aquí se trata de mirar hacia dentro y mostrar las entrañas a pecho descubierto, no tener miedo a exponer las vergüenzas y las dudas. “I roam in desperation / I walk in all directions but / 'Round the some old place” canta en Fog In The Air, apuntalando esa sensación de fragilidad. “So far I'm still standing” concluye en Rain or Shine, poniendo el rayo de esperanza, renovando nuestra confianza en que a pesar de los pesares nos mantendremos erguidos.

Cortes como Drivin' North o Move Around aligeran la carga trascendental, corroborando que no todo en este No parking tickets in the clouds son acordes astrales. La primera, rodada y jubilosa, habla de reencuentros y ciudades por visitar con la ayuda de unos arreglos de vientos que dan al conjunto un toque callejero. Move Around juega en cambio a ser un blues sin serlo del todo. Coquetea con el género de los doce compases cuando sopla notas de armónica, reclama su origen rural con el traqueteo del dobro, ese instrumento centenario. En Hurry Up es el violín el que pone lo brochazos de melancolía en una de esas letras en las que su autor parece estar dirigiendo sus palabras a sí mismo y a nadie más. Sensación idéntica deja Rowdy Boy, aunque Nacho asegure que se trate de una canción dedicada a un viejo amigo que hace tiempo tomó su propio camino. Puede que en eso radique también la grandeza de este disco. En hacer que lo personal y lo ajeno, la confesión individual y la narración de vidas extranjeras, se entrelacen sin que uno sepa muy bien si Nacho esta hablando de sí mismo o de cada uno de los que acercamos la oreja a sus canciones.

Pero si hablamos de grandeza no podemos pasar por alto una canción como Great Creation, verdadero corazón de la colección. No sólo porque se encuentre en su ecuador o porque su forma original cumpla ya más de treinta años en el songbook de su autor, confirmando ese sensación de panorámica vital que atraviesa todo el álbum. También lo hacen sus contornos caledónicos, ese comienzo perezoso, lleno de embrujo, con la armónica silbándole al viento, una letra que habla del nudo mismo de la cuestión, de ese acto creativo que sigue siendo un misterio incluso para el propio Nacho. Creamos, cantamos, ponemos una letra detrás de otra, no por algo tan insustancial como la ambición o el aplauso general. Lo hacemos por simple satisfacción personal, por oír al otro en nuestras propias palabras. Great Creation, con su letra sencilla y cómplice, en el que el yo se disuelve en el otro, es puro éxtasis trascendental. “I can't stand it anymore / I just want to hear your song / From you I am singing too”.

Mucho se ha hablado y escrito también sobre las influencias de Nacho a la hora de escribir sus canciones. Él, siempre honesto, nunca las ha ocultado. Su deje remite al arrastre dylanita y esa alegría en el rasgeo de la guitarra tiene algo de Ali Farka Touré. Los Byrds y Tom Petty bombean sangre desde su corazón. Y qué decir de su idilio con el Harrison juvenil. Sin ir más lejos el almeriense editó hace unos meses un volumen dedicado al Concert for George, esa celebración extática de la música del Beatle que cumple estos días veinte años. En él Nacho mezcla testimonio personal -él tuvo la suerte de estar aquella noche en el Royal Albert Hall- y vena periodística, gusto por la anécdota y sabiduría del que lleva media dedicada a contar historias. Un libro que tiene algo de tributo personal, pero que nunca cae en la ceguera del fan. Una recolección de lo que ocurrió aquella noche mágica en el patio de butacas y sobre el escenario londinense; las canciones que sonaron en la voz de Clapton, McGuinn, McCartney, Petty, Preston y un largo etcétera; los recuerdos del propio autor y esa sensación de estar viviendo uno de esos días que pasarán a la Historia -con mayúsculas- de la música popular.

En No parking tickets in the clouds, que duda cabe, hay trazas del sonido Harrison. Aunque sólo sea porque ambos, disco y libro, fueron paridos en épocas similares. Pero es en este álbum donde encuentro al Nacho más alejado de sus referentes habituales, más él mismo, menos atado por ese lenguaje americano y polvoriento que ha terminado definiendo el universo de la Fand. El paisaje es otro. Más áspero a ratos, menos determinado a agradar en el apartado melódico. Tan sólo Muses, la canción que cerraba Welcome to Desert Town, acierta a servir de enlace entre la producción de la Fand y este Nacho de rompe y rasga. Las tonalidades en sintonía blancoynegro, la emoción a flor de piel, la sensación de que al finalizar la canción te falta el aire, coinciden en una y otra. Un cierto aire al Not Dark Yet dylaniano, a ese Morrison subido al monte de Common One o al arrugado de The Healing Game. Cumbres para sus autores como lo es No parking tickets in the clouds para Nacho.

Una ascensión que no podía haber sido posible sin la ayuda de sus amigos. La del soul brother Joserra, que escribe de su puño y letra las notas del libreto. La de Isabel Márquez y Pablo Vizcaíno, que ayudan al autor a desentrañar el misterio de la lengua de Shaskespeare, un idioma que, como los que llevamos media vida escuchando a los Beatles y a los Kinks, sentimos tan nuestra como la cervantina. La de los miembros de la Fand, que van apareciendo aquí y allá en los créditos, arropando a Nacho, pero dejando que sea él el que ponga el alma y el empuje. El Hammond y los arreglos de viento de Carlos Campoy en la vanmorrisiana Into the light. Los aires bluegrass de la mandolina de Ivan Estefanía y el banjo de Paco del Cerro en In the afternoon. Los coros iniciales de Paloma del Cerro en Rowdy Boy. La slide guitar de Fernando Rubio en Great Creation. Insisto: la slide guitar de Fernando Rubio en Great Creation. Sólo esa slide es capaz de justificar la grandeza de un disco como No parking tickets in the clouds. Lo juro, amigos.

Hace unos meses el propio Rubio editó su tercera rodaja en solitario, confirmando que para muchos de nosotros 2022 será recordado ya para siempre como el año bantástico. Titulada 20th Century, en ella el cartagenero eleva la apuesta que nos había encandilado con ese Cheap Chinese Guitar de hace casi un lustro. Esto es: canciones vitalistas y un nervio rock que tan pronto se deja lleva por los contornos soul como dibuja el mejor de los ganchos pop. Let It Out, una de esas piezas radiantes y rodadas, entraría dentro de este segundo vagón. También cabría la inicial It Won't Take Too Long o ese estribillo bautizado como Wondering Aloud que podría haber salido de los surcos del Rainy Day Music de los Jayhawks. Ole Hostel Inn predica los placeres de la vida sencilla -”fried tomato sauce and life”- en una de esas composiciones que demuestra que no hace falta ningún alarde virtuoso para conseguir que las cuerdas de una guitarra lloren y hablen con sentimiento. Fernando es nuestro J.J. Cale y nuestro Robbie Robertson. Pero sobre todo es la sencillez del acorde y el artesano de la canción redonda.

Lo consigue especialmente en una embriagadora Last Night I dreamed of you, verdadera menina en una colección a la que no le faltan obras de arte para un museo de la canción perfecta. La harvest moon veraniega se mezcla con los sueños nocturnos en una pieza de reflejo cristalino. Soul de baja intensidad pero de gran carga emocional. Para cuando la canción enfila sus últimos compases y la armónica de Fernando comienza a soplar ya sabemos que estamos ante de una de esas composiciones que seguirán sonando durante decenios en nuestro refugio musical. Porque de eso va este 20th Century. De refugiarse en las canciones -y en la amistad- como antídoto infalible contra la tempestad que arrecia ahí afuera. De celebrar el mundo sencillo y cercano con melodías y acordes. De reivindicar el arte obsoleto de componer canciones. Un oficio que, como apunta el título del disco, parece de otro siglo. Una antigualla que sin embargo, como algunos se empeñan en recordarnos temporada tras temporada, sigue gozando de un puñado de seguidores escasos aunque, eso sí, fieles en su empeño.

Tiene algo de quijotesco eso de seguir editando discos a la vieja usanza. Sin más recompensa que la sonrisa del que está al otro lado. Que no es cosa menor, vaya. Ya lo habíamos dicho e insistimos aquí. Llega un momento en la vida en la que uno deja de hacer las cosas por algo tan insípido como la ambición o el reconocimiento. Que lo hace por simple satisfacción personal. Porque le sale de dentro o porque simplemente no sabe hacer otra cosa. Nacho Para y Fernando Rubio no saben hacer otra cosa que escribir canciones bonitas. Y nosotros se lo agradecemos con estas palabras. Gracias por las canciones y por el calor, amigos. Permitidme que os bautice desde el cariño como nuestros Don Quijote y Sancho Panza de la canción. Locos-cuerdos de la melodía, caballeros andantes de la música hecha con mimo, reliquias de otro siglo que a fuerza de perseverar han editado nuestras rodajas favoritas de este 2022. No las mejores o las que más portadas llenarán. Si no las que más nos han emocionado, las que más llevamos dentro, las que sentimos cercanas como la piel. Las que, en definitiva, permanecerán por los siglos de los siglos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario