Lo reconozco: entre la inocencia de su
debut y el malditismo de su tercer registro, siempre preferí el
júbilo adolescente de Radio City. Puede que fuera aquella portada de
color carmín, aquel encuadre pop de letras redondeadas que recordaba
a un tiempo pretérito, ese en el que uno podía cantar una canción
como I'm in love with a girl y no ser tachado de cursi. Siempre pensé
que Big Star se habían equivocado de década. Su derroche melódico
recordaba a los felices años sesenta, tiempo de armonías y
guitarras radiantes. Sin embargo su energía anunciaba lo que estaba
por llegar, el power-pop y el impulso alternativo. Su influencia es
incalculable en muchas de nuestras bandas favoritas de los noventa.
Puede que en aquella elección
influyera también la ya mítica tienda de discos madrileña.
Bautizada como el segundo trabajo de la banda de la gran estrella,
fue en el rincón de la Guardia de Corps donde comencé a descubrir
música más allá de los referentes heredados de la colección de
discos de mi padre. Allí se mezclaban reediciones de Ernie Graham y
Curtis Mayfield con material nuevo de Zoe Muth y Beachwood Sparks. Si
alguien había nombrado a Alex Chilton y compañía como “la mejor
banda del planeta de la que nunca oirás hablar”, el puesto de
Conde Duque ostentaba con orgullo el título de la tienda de discos
más pequeña y con mejor selección del mundo. Sentarse en una de
las terrazas de la plaza mientras repasábamos nuestras últimas
adquisiciones se convirtió en uno de nuestros pasatiempos favoritos
durante aquellos años universitarios.
Fue allí, por supuesto, donde compré
mi copia de Radio City. Y fue nada mas salir de la tienda, con el
disco entre las manos, rojo, sin estrenar, reluciente, cuando me
enamoré a primera vista de la música de Big Star. Desde ese momento
la banda de Memphis, con sus melodías adictivas y sus letras de amor
adolescente, se convirtieron en un oasis en el que refugiarse. Una
trampilla por la que colarse a un tiempo pasado, recuerdo de aquellos
días en el que el mundo se reducía a buscar entre cubetas de discos
y pasear nuestras lecturas de metafísica. Eran otros tiempos.
Despreocupados, quizás un poco ingenuos, pretéritos al fin y al
cabo. Éramos felices y todo parecía posible. Lo seguimos siendo,
por supuesto. Aunque a nuestra manera.
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