6/4/20

Discos para una república invisible X



Nos engañaron. Durante años nos vendieron la moto de que el country era esa música casposa y pasada de moda, un producto para hillbillys de salón y tipos que soñaban con beber cerveza en el asiento trasero de una ranchera. Por suerte nos dimos cuenta a tiempo. Rebuscamos en las cubetas de discos de saldo y encontramos que tras las camisas vaqueras y los sombreros de ala ancha se escondía una música sencilla y apegada a la tierra, que apelaba al hombre llano, al granjero y al currito, al tipo que las pasa canutas para llegar a fin de mes. Nos enteramos de que aquellos personajes quemados, que dibujaban su perfil en el horizonte del medio-oeste americano, no eran tan diferentes a nosotros. De hecho eran uno de los nuestros.

Y así comenzamos a fijarnos en aquellos discos olvidados de Johnny Cash y en la clase infinita de Gordon Lightfoot. Enchufamos la radio los fines de semana para escuchar a Manolo Fernández y viajamos por La Ruta Norteamericana de Fernando Navarro. Echamos la mirada al frente y descubrimos que también en nuestros días se hacía buen country. Comenzamos a guardar un rincón en la estantería para la pequeña-gran obra de la Welch, reservamos una balda para Lucinda Williams, seguimos indagando. Encontramos hueco también para esos personajes secundarios, tipos que no aparecen en las portadas de las revistas del ramo pero que siguen alimentando nuestro amor por aquella música honesta y pura. Eilen Jewell, el menor de los Earle, la infalible Neko Case.

Dentro de este último grupo siempre hubo un lugar especial en esta casa para Zoe Muth. Original de Seattle, sus tres discos a comienzo de la década representan todo lo que el country debería ser. O al menos lo que pensamos que debería en nuestro pequeño refugio. Esto es: una música sin artificios, tocada con el corazón, sin manierismos ni dramas de telenovela. En las canciones de Muth los personajes echan de menos y rompen a llorar, cogen autobuses a deshora y se largan sin decir adiós. Luchan por sobrevivir en un mundo que ya no existe, ese en el que sigue habiendo consuelo y tiempo para trabajar con las manos. Como en Never Be Fooled Again -¿la mejor canción country de la última década?- abandonan el hogar para buscar una vida mejor. Fracasan, envejecen, endurecen su piel y siguen emocionándose cada vez que cantan a Hank Williams y Bill Monroe. Viven para contarlo. En fin, resisten.

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