17/5/20

Swamp Dogg: hurgando en la materia gris del soul


Inteligencia, descaro, ironía, inconsciencia, caos. No es que al soul le faltaran ninguna de estas cosas, pero, para ser honestos, tampoco andaba sobrado. En 1970, año en el que Jerry Williams decidió rebautizarse con el nombre de Swamp Dogg, la música negra parecía haber entrado en las casas de media América. No así en los cerebros. Curtis Mayfield, uno de los compositores más despiertos de su generación, acababa de abandonar las costas relucientes de los Impressions para embarcarse en un viejo interior que le llevaría a grabar alguno de sus mejores registros en solitario. Marvin Gaye todavía tardaría un año en atreverse a editar su material más abiertamente político. Williams, en cambio, parecía no tener tiempo que perder. Ya lo avisaba en el título de su primer disco: Total Destruction to Your Mind. Swamp Dogg venía a hurgar en nuestras mentes. Canciones como Synthetic World y These Are Not My People profundizaban en la herida de la conciencia nacional. Redneck, original de Joe South, resultaba corrosiva en la voz de un músico negro del sur de Estados Unidos. Demasiado veneno para el cuerpo. 

De alguna manera Swamp Dogg, con su soul de alma forajida, se negó a casarse con nadie. Como aquellos de nosotros que soñábamos con ese día en el que los indios vencieran por fin a los vaqueros, el de Virginia siempre eligió el bando contrario. En Call Me Nigger se queja de que solo pensemos en tipos como él cuando usamos la palabra en cuestión y, no sin ironía, reclama su uso para referirse a todos los negros. “Los de Puerto Rico, los de Cuba, los de Alemania, los de Rusia, los judíos”. “¿Eres blanco? Puede que tú también seas un nigger”, se regodea. We Need a Revolution y God Ain't Blessing America son, bueno, más directas en su mensaje. Al menos sobre la superficie. ¿Se puede ser dulce y cantarle a “las cucarachas que no se mueren”?. Escuchen Fuck The Bomb... Stop The Drugs y juzguen ustedes mismos. Incluso cuando pisa el freno y se pone nostálgico el de Virginia enseña los dientes. En la monumental Don't it you wanna go home, otra lectura de un tema de Joe South, esa nostalgia se convierte en lamento. “Now the grass don't grow and the river don't flow like it did in my childhood days”. Shut Your Mouth, su primera incursión en el hip-hop, pasa revista al estado de la nación de las barras y estrellas durante la presidencia Nixon. Ladra, se revuelve, apunta sin importarle el quién y el cómo. Dispara y después pregunta. Sin duda el camino más rápido para enfurecer a los tipos de traje y corbata. Así se expresaba el propio Dogg en una entrevista para la revista Ruta 66: 

“Para la portada de Rat On, inicialmente pensé que una rata era una idea bonita, a diferencia de un caballo, un canguro, un camello o un perro. Para mí era la primera vez que se representaba el hombre negro en la cima de algo. Pero a ellos les sentó como una buena patada en el culo. Se cabrearon de lo más. Luego hice aquel mini tour con la Free Army de Jane Fonda y aquello acabó de arrojar más hielo en nuestra relación. Supongo que pensaron que tenían que echar a aquel negro que les estaba causando tantos problemas. La gota que colmó el vaso fue cuando me di cuenta que habían cambiado el titulo de mi canción «God Blessed America For What» y habían quitado el For What. Lo hicieron porque recibieron amenazas y represalias legales de la fundación Irving Berlín. Así que decidí anunciar a toda página del Crawddady que Irving Berlin era un viejo verde chupa pollas que podía besarme mi negro culo. Supongo que ese anuncio no me colocó en una buena relación con los del sello.” 

A pesar de su actitud kamikaze, Dogg consiguió encadenar en la primera mitad de los setenta cinco discos a cada cual más sublime. En Cuffed, Collared & Tagged -”Esposado, arrestado y marcado”- el de Virginia versiona el Sam Stone de John Prine, uno de los pocos tipos que permanecerían a su lado desde la distancia que otorga la admiración mutua. La canción, convertida casi de manera inmediata en un himno antibélico, retrata a ese veterano de guerra a la vuelta de Vietnam, perdido, descreído -”Jesucristo murió por nada, supongo”-, que se lamenta de que “las canciones dulces nunca duran mucho en la radio”. No era ese el problema, precisamente. Al menos para Swamp Dogg. Su soul podía ser suave y enérgico al mismo tiempo, jugueteaba con el pop y se dejaba seducir por los nuevos sonidos del funk. Nada de esto importaba. De alguna forma la industria ya había decidido que aquel tipo con pintas de insurgente y materia gris ingobernable tenía que fracasar. 

Y a buen seguro que lo consiguieron. Lo que no sabían es que Dogg era perro viejo y tenía una cosa muy clara: uno siempre puede elegir los términos de su propia derrota. La carrera del soulman es la historia de un fracaso sonado, un tipo regodeándose de su propio descalabro. Si quieren indagar en la filosofía de vida del "perro del pantano", escuchen In My Resume, versión cantada de su currículum vital. If I Die Tomorrow (I Lived Today), una de esas canciones de amor que dicen más de lo que cuentan, es otro buen ejemplo de esa actitud de tierra quemada. Si muero mañana, al menos he vivido hoy. Los que asistieron a su última gira española cuentan que, en un momento de su concierto en Madrid, el artista se quitó la camisa dejando al descubierto una cicatriz que cruzaba su pecho de arriba y abajo. Una herida para recordarnos que algunos nunca lo tuvieron fácil, una muesca más para un tipo que siempre tuvo claro que, a pesar de los golpes, iba a conseguirlo. 

Y así ha sido. Mientras otras estrellas se apagaban antes de la cuenta, la música del de Virginia ha logrado sobrevivir al paso del tiempo y, casi sin quererlo, encapsular la banda sonora del último medio siglo. Soul, funk, R&B, hip-hop, country y otra media docena de estilos se dan cita en una producción que, ya en su sexta década ininterrumpida, parece lejos de mostrar síntomas de agotamiento. Sin ir más lejos, los últimos años han visto al de Virginia coquetear con la música electrónica y experimentar con el autotune de la mano de Justin Vernon. Sorry You Couldn't Make It, su último disco, por contra, supone su regreso al soul más canónico. Si es que algo así se puede decir de alguien como Swamp Dogg. Editado a comienzos de este 2020, su portada de colores intensos y encuadre western nos muestra al artista vestido de cowboy, ramo de rosas en mano, reinando en aquella escena de carretera. Pocos artistas habrían salido ilesos de semejante sirope melodramático. Pero Swamp Dogg está hecho de otra pasta. 

Sorry You Couldn't Make It es un disco de amor y de redención. Por una vez, y sin que sirva de precedente, el norteamericano rehusa la batalla. Emociona, sonríe sin una pizca de ironía, reconforta. “A good song has universal appeal / It'll make you laugh / Make you cry / It has something everybody can feel”. En Memories el intérprete comparte micrófono con el veterano John Prine, en la que a la postre sería su última grabación en vida. Escucharle hoy cantar esos versos hoy duele un poco más. “Memories don't leave like people do / and that's why anytime, anywhere I can still be with you”. Disfrutar de la carcajada de estos dos supervivientes de la música en Please Let Me Got Around Again es capaz de endulzar el día más gris. De alguna manera Prine y Dogg, con sus carreras en paralelo, representan dos de los últimos ejemplos de una estirpe de songwriters en peligro de extinción. Aquellos que lidian con el fracaso convencidos de que no hay derrota en la batalla, tan sólo un nuevo capítulo en la historia de la vida. Aquellos, sobre todo, que saben apreciar una buena canción, venga de donde venga. Como canta Dogg en su último disco: “A good song don't care who sings it / A good sing don't care who plays it / A good song is what the world needs”.

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