Toda música tiene una geografía. Un mapa de carreteras, un dónde y un cuándo. Una brújula señalando en dirección a uno de los cuatro puntos cardinales. La conquista del oeste. El lejano oriente. El norte, inabarcable. El mito del sur. La música de James Elkington tiene un poco de todos ellos y mucho de hazaña personal. Originario de Chorleywood, allí donde los últimos resquicios de Londres se funden con las colinas de Chiltern, su sonido remite a los finos estilistas del folk británico, al aroma a campiña y madera de Pentangle, cuando no directamente a Bert Jansch, uno de sus más ilustres miembros. Sin embargo, las canciones de Elkington, siempre sobrias y elegantes, son algo más que un simple ejercicio de memoria.
Instalado desde hace casi dos décadas
en la gélida ciudad de Chicago, su nombre ha terminado
convirtiéndose en sinónimo de buen gusto. No es raro verle
colaborar con Nathan Salsburg, guitarrista de toque fino y vasto
conocimiento de la tradición sonora norteamericana. Juntos grabarían
en 2015 un disco a la limón en el que daban rienda suelta a sus
fantasías sonoras a las seis cuerdas. Joan Shelley, compañera
habitual de Salsburg, también figura en la lista de colaboraciones
del británico. Incluso un tótem como Richard Thompson, institución
del folk inglés, ejemplo de cómo madurar sin perder un ápice de
calidad, ha requerido de los servicios de Elkington.
Parte de la culpa de este éxito,
modesto pero merecido, la tiene Jeff Tweedy. Vecino ilustre de la
comunidad musical de Chicago, el líder de Wilco descubrió en
Elkington a un músico fino y maleable, ideal para ese sonido suave y
minimalista que el compositor de canciones como Jesus, Etc. y Ashes
of American Flags practica desde hace unos años. Alejado de sus
registros más rasposos y agrios, estos días Tweedy prefiere la
sencillez de una nota bien tocada a la tormenta eléctrica de sus
primeros años al frente de Wilco. Un arte en la que Elkington parece
ser el maestro. Con él giraría en la presentación en vivo de
Sukirae, aquel disco familiar grabado entre el propio Jeff y su hijo
Spencer. Con Tweedy, en su estudio de grabación, ha registrado el
propio Elkington sus dos álbumes en solitario hasta la fecha.
Si en Wintres Woma, su debut de título
invernal, Elkington abogaba por un sonido preciso y alejado de
florituras, en el reciente Ever-Roving Eye el de Chicago mantiene coordenadas
aunque insuflando vida a ese esqueleto acústico. Repite eso sí portada refractaria, de leves aires psicodélicos, insistiendo en el retrato en primera persona. Un
álbum este, que en los estrictamente musical, gustará a los que han seguido los últimos pasos de Steve
Gunn, a los que se identifican con los momentos más terrenales de
Red River Dialect o los que disfrutan cada vez que Tamara Lindeman,
el nombre detrás de The Weather Station, publica un nuevo disco.
Precisamente es esta última la encargada de dotar ese tacto sedoso a
las canciones de Elkington. Su voz sobrevuela en canciones como Go
Easy on October, uno de los momentos más dulces del lote y también
uno de los que más remite a ese folk desnudo de campiña y aroma
campestre. Ever-Roving Eye, la canción que da nombre a la colección,
también incluye la aportación de Lindeman en unas de esas extrañas ocasiones en los que
maestro y discípulo se tocan con la punta de los dedos y uno parece
estar escuchando los discos clásicos de Richard y Linda Thompson.
Sin embargo, si algo diferencia a este
segundo trabajo del británico frente a su debut de hace tres
temporadas es la aportación de Spencer Tweedy. Con su toque
amortiguado, mínimo, a la batería, siempre al servicio de la
canción, el hijo del líder de Wilco aporta savia joven a un
repertorio que juega siempre en el límite entre el folk y el jazz.
Late Jim's Lament exhibe ese ritmo elegante a la vez que brioso,
como un descarte de los Pink Floyd de More. Se suman a la ecuación
una guitarra de aromas españoles y unos efectos de voz que la
convierten en una tonada única en el cancionero del guitarrista. Un
Elkington particularmente tétrico, le canta, como buen británico,
al miedo a la impuntualidad, cuando no directamente al temor a morir
sin terminar la tarea vital auto-impuesta. Repite temática existencial en la inicial Nowhere Time. Una canción esta que comienza de manera
apacible con ese motivo acústico pero, de nuevo gracias a la
aportación de Spencer Tweedy, acaba propulsada hacia terrenos más
elevados y rocosos.
En el otro lado del espectro se
encuentran cortes como Leopards Lay Down o Moon Tempering, con las
seis cuerdas ocupando la mayor parte del protagonismo instrumental.
Dos pruebas irrefutables de que Elkington es capaz de emular a
veteranos como Michael Chapman o Davy Graham sin miedo a quedar
ensombrecido por la comparación. Dos perlas acústicas para dejarse
llevar por el traqueteo suave de la música de Elkington. Redondea el
conjunto Much Master, corte final con su melodía recurrente a la
guitarra. Una canción con forma de nana, una balada con arreglos de
pedal-steel y viento que cierra el disco en su momento más álgido.
Hay algo ensoñador en las palabras de Elkington. También un intento
por poner orden y sosiego en este mundo caótico que se nos escapa
entre las manos.
Es Ever-Roving Eye un álbum de
sencillez acústica y fe en la canción sin artificios. En él el
guitarrista no solo consigue la cuadratura del círculo -sonar
humilde y atrevido al mismo tiempo- si no que logra lo que para
muchos requiere años de práctica: hacer que lo difícil parezca
sencillo. No se engañen, bajo esa aparente inocencia folk se esconde
un guitarrista fino y bregado en las artes de las seis cuerdas. Un
tipo que sabe que, como en las grandes cosas de este mundo, menos a veces es más. Un geómetra capaz eliminar
todo lo accesorio para dejar que la belleza de las líneas rectas y
los acordes limpios hablen por sí solos. En definitiva, la confirmación de que las buenas canciones, esos objetos extraños y
fascinantes, solo pueden entenderse si uno deja que florezcan por sí
solas. Dejando que sean ellas, con su capacidad única para trazar mapas y coordenadas vitales, las que nos marquen la senda a seguir. Como canta el propio compositor en Nowhere Time: "There's a master plan somebody understands / And I wish that one was me". Amén, Mr. Elkington.
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