Aquellos tres primeros discos habían
conseguido mezclar urgencia y melodía, desenfreno y finura sin
necesidad de perder la compostura. Puede que Reigning Sound echaran
mano de una fórmula ya de sobra conocida -la referencia cromática
al Fun House de los Stooges en la carátula Too Much Guitar no era
casual-, pero lo hacían con una elegancia ausente entre sus
compañeros de generación. Quizás aquellas pintas de extras en una
película de Tarantino que exhibían en la portada de su debut
despistaran a más de uno. Incluso esa insistencia en los tonos sepias
y los trazos melancólicos que parecía emparentarlos directamente
con bandas como Teenage Fanclub o los Pernice Brothers. Una vez
subidos a un escenario, Greg Cartwright y los suyos eran capaces de
raspar como el que más.
Así, no es de extrañar que el
cuarteto con base en Tennesse acabara encajado en esa nueva ola de
bandas que, estrenado el nuevo milenio, reivindicaban el rock
desaliñado y simplón de tiempos pretéritos. Como antaño, Detroit
seguía siendo el epicentro. Combos como the Dirtbombs o The Gories
ponían el acento en un sonido cargado de nitroglicerina y ganas de
hacer bailar al personal. Derrapes guitarreros que en apenas tres
minutos lograban el éxtasis. Una ecuación que, en el caso de
Reigning Sound, tendría su mayor exponente en canciones como
Straight Shooter o Brown Paper Sack, ambas incluidas en el redondo
Time Bomb High School. La continuación -el nombrado Too Much Guitar-
redoblaba la apuesta con el registro más abrasivo del combo. Por
suerte aquella versión desmelenada y exhuberante del cuarteto de
Memphis quedaría plasmada también sobre las tablas en el
imprescindible Live At Goner Records.
Sin embargo, Cartwright parecía tener
otros planes para la banda. Cansado de permanecer en el vagón de
cola o simplemente en busca de nuevas horizontes, decide abandonar la
meca del soul sureño y resituar su centro de operaciones en el
estado de Carolina del Norte. Atrás dejaba un grupo que,
aunque seguiría manteniendo el nivel en sus producciones -si no me
creen escuchen el último registro del combo, Shattered-, ya no sería
lo mismo. También un puñado de composiciones que habían quedado
desperdigadas por el camino, sin hueco en el borbotón creativo de
una formación en racha. Reunidas en 2005 bajo el rótulo de Home for
Orphans, aquellas canciones sin hogar mostraban un camino
alternativo más allá de las guitarras saturadas y el frenesí
subterráneo.
Abren la colección Find Me Now y If
You Can't Give Everything, dos pruebas irrefutables de que bajo el
fuego incandescente del rock&roll se esconde un compositor capaz
de emular al Dylan de Bringing It All Back Home. Medication Blues #1
reimagina la canción que cerraba Too Much Guitar en clave tex-mex.
Una senda, la del sonido fronterizo, que Cartwright recupera también
para la crepuscular y austera Funny Thing. Carol inaugura esa versión
más dulce, casi crooner, que explotará de manera definitiva en
Shattered. También hay tiempo para recuperar If Christmas Can't
Bring You Home -una de las canciones incluidas en el single de temática
navideña y portada homenaje a los Byrds de la banda- y dos cortes
-Pretty Girl y Without You, versión de Gene Clark esta última-
abandonados durante las sesiones de grabación del debut del grupo.
Cierra el lote una toma en directo del Don't Send Me No Flowers, I
Ain't Dead Yet, original de The Breakers, probablemente la primera
banda de rock garajero en la historia de la ciudad de Memphis en
pasar por un estudio de grabación.
El recuento final arroja una colección
que, aunque anunciada como simple recopilación de descartes, se
mantiene en pie sin necesidad de grandes soportes. Particularmente
amable en el apartado sonoro, sin la pegada de referencias anteriores, a buen seguro que
sorprendería a muchos de los que habían seguido la trayectoria del
grupo hasta la fecha. En ella Cartwright entrega su perfil más
frágil y vulnerable, un paraguas en el que se refugian el country
sureño y el soul cósmico, la admiración por los sonidos sixties y
el infalible destello guitarrero. Un hogar construido a base ruinas
pretéritas, generoso en su deuda con el pasado, pero fiel a la marca melódica de la banda. Con él el líder de
Reigning Sound bajaba la persiana y ponía rumbo a la costa este. Algunos
le dieron entonces por amortizado, finiquitado quizás para el negociado de la música. Él en cambio, consciente de que todavía le quedaba cuerda para rato, se reivindicaba con aquella
canción, grabada por primera vez cuarenta años atrás pero cuyo mensaje seguía sonando igual de venenoso en pleno 2005: “No me envíes flores (todavía
no estoy muerto)”.
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