En el guión de los Jayhawks nunca
entraba la idea de perdurar. Nacidos en una época en la que la música
de raíces se había convertido en algo demodé, la banda de
Minnesota estuvo a punto de disolverse tras apenas un año de vida después aquel accidente de carretera que obligaría a Gary Louris
a permanecer en el dique seco durante una buena temporada. Por suerte el guitarrista regresaría
a la formación y con él la perfección de de Hollywood Town Hall y
Tomorrow The Green Grass, santo y seña del despertar roots de los
noventa, pilar imprescindible de eso que hoy algunos llaman
Americana, cumbre y caída de un éxito fugaz y modesto.
Con ellos The Jayhawks se colocarían
en la rampa de salida de esa generación de músicos norteamericanos
capaces de mirar al pasado sin perderle el pulso al presente. Por
desgracia pronto llegarían las fricciones provocadas por las ideas y
venidas del inquieto Mark Olson. Pequeñas sacudidas en el frágil
equilibrio de una banda que, a pesar de contar con una nutrida
comunidad de seguidores entre la crítica especializada, nunca llegó
a romper el cascarón del gran público. Como canta jocosamente
Louris en The Man Who Loved Life: “This traveling band was not well
received / No open arms or reception lines / Just handlebars wearing
five point stars”.
De alguna manera ese espíritu
vulnerable y precario terminaría filtrándose en las canciones de
los minesotarras. Sound Of Lies, el primer disco de la formación sin
Olson, esconde la decepción de la ruptura bajo capas de folk-rock
agridulce y pop en tecnicolor. ¿Era Smile realmente un disco
sonriente? ¿O es Rainy Day Music una colección gris y melancólica
como su propio título indica? Ni sí, ni no, ni todo lo contrario.
El regreso fugaz de Olson en Mockingbird Time tampoco resolvería la
ecuación. Mucho menos el sonido rasposo de Paging Mr. Proust, en el
que los Jayhawks acuden a Peter Buck para la producción. Entre
medias, temporadas de barbecho y callejones sin salida, cambios en la
alineación, adicciones, victorias menores y odas a la resistencia.
La historia de una banda que, a pesar de los continuos cambios en el
guión, vivió para contarlo.
Xoxo, última grieta en el camino de
los Jayhawks, sirve de testamento a este espíritu testarudo de la
formación norteamericana. Puede que para alguno de los seguidores de
Louris y compañía los caminos que surca esta nueva colección de canciones sean
ya de sobra conocidos. El folk preciosista y esas armonías vocales
que harían llorar al mismísimo Brian Wilson, los guiños a los
sonidos clásicos de Gran Bretaña -el consorcio con Ray Davies le ha
sentado de maravilla a la banda- y esa capacidad única de tejer
melodías sin apenas esfuerzo. Más novedoso resulta ver que, después
de más de tres décadas en la brecha, The Jayhawks sean capaces de
entregar un nuevo lote de canciones sin necesidad de grandes
aspavientos ni ajustes de cuentas con el pasado. Más dulce, menos agrio; más melódico, menos dramático.
Ayuda que, para este nuevo
episodio, la banda haya decidido recuperar mucho de lo recorrido en
los últimos treinta y cinco años. Los tonos ocres y ese sentimiento
de ventanillas del coche bajadas, la radio y el hogar, la nostalgia
que no es tristeza si no serenidad. Obligados a reivindicarse con
cada giro del guión, The Jayhawks firma por fin un disco en el que
tiran la toalla desde el principio. Perdida la batalla de la fama,
sólo queda persistir en una fórmula que, sorprendentemente para algunos, sigue
funcionando disco tras disco. Quizás Xoxo no gane nuevos adeptos
para la causa del cuarteto, pero bien puede valer como lección para veteranos y entrados en años. Apunten: resistir, permanecer fieles a
una manera de hacer las cosas, es también una forma de vencer. Sobre
todo si el resultado es un disco tan redondo y reconfortante como este
que nos regalan los Jayhawks.
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