10/7/20

Jason Molina, en capilla



Tiene la música de Jason Molina la capacidad de unir dos sentimientos aparentemente contradictorios: soledad y camaradería. Adicto a su propia compañía, Molina siempre quiso formar parte de una banda. La encontró, y desde ese momento decidió abandonar los caminos angulosos de Songs: Ohia. Con Magnolia Electric Co., su vehículo creativo desde 2003, recibiría los mayores aplausos y viajaría acompañado de su propia tribu de músicos. La carretera, ese símbolo siempre presente en su cancionero, se convertiría en su vida. También en su perdición. La aventura del músico vagabundo se tornaría en condena y pronto los días se convertirían en losas solo mitigadas por la depresión y el alcohol. El final, ya lo sabemos, trágico. Pero eso no quita que el camino mereciese la pena.

Podríamos decir que 2005 fue el último verano feliz de Jason Molina. Rejuvenecido, con una nueva nómina de acompañantes, el norteamericano podía por fin llevar a la carretera aquellas canciones de verbo eléctrico y sonido barnizado. Magnolia Electric Co. -el álbum- le había abierto las puertas de la comunidad indie-rock gracias a aquellas reseñas que lo comparaban con Neil Young y Will Oldham. Espoleado o quizás simplemente en busca de nuevas cotas, Molina y su cohorte se lanzarían con fuerza a la conquista del asfalto en un impulso que les llevaría a recorrer las cicatrices del mapa norteamericano. De aquel latigazo nacería Trials & Errors, primera referencia en directo con Groth, Schreiner, Kapinus y Rice, editada unos meses antes de What Comes After The Blues, estreno en estudio del quinteto.

Europa, sin embargo, era otra historia. Aunque algunos todavía recuerdan el paso de la formación por el coqueto Bush Hall de Londres durante aquel 2005, el resto del continente todavía reaccionaba de manera tímida a la propuesta de Molina. Entre las muescas en el calendario: una fecha en París y una posterior parada por el País Vasco. Entre medias un par de días de descanso que parecían la excusa perfecta para aminorar la marcha. La suerte quiso que en ese trayecto se cruzaran un par de locos empeñados en que el de Ohio recalara en Toulouse, aquel enclave del sur francés que recibe el nombre de “la ciudad rosa” por su construcción de ladrillo y su luz tenue. Molina, reticente al principio, accede, convirtiendo aquella fecha en la única de la gira en la que el músico se presentaría a solas sin su nueva banda. Bendita soledad.

Con la única posibilidad de celebrar el concierto en una vieja capilla, Molina parece optar por su cancionero más profético. En In The Human World el compositor canta “todas las cosas buenas están dormidas en este mundo / para dejar que la oscuridad vague a sus anchas”. Las canciones rebotan en la cúpula del templo como homilías religiosas. No hay redención sin embargo en las palabras del norteamericano, aunque sí una cierta sensación de que, a pesar de la tormenta, sigue habiendo motivos para la lucha. En Riding with The Ghost Molina recita “mientras tú estabas ocupada llorando por mis viejos errores / yo he estado ocupado intentando cambiar”. Nashville Moon y Leave the City incluyen a Michael Kapinus a la trompeta, las únicas notas de aquella noche que no saldrían de las manos y la voz del líder de Magnolia. Carmelita, la canción del siempre reivindicable Warren Zevon, favorito en el universo Molina, parece recuperar ese sentimiento de desesperación habitual en los conciertos del norteamericano.

El resto del relato adquiere tintes místicos o epifánicos, dependiendo de quién lo cuente. Gérald Guibaud, uno de los promotores del concierto, cuenta que “los fans escucharon religiosamente la actuación de Jason. Recuerdo a la gente alrededor del escenario. La presencia y humildad de Jason irradiando a través de la alcoba. Tenía una increíble voz angelical. Todos sabíamos que este era un momento único abriéndose ante nuestros ojos. A veces me encuentro con gente en la ciudad que todavía habla de aquel concierto quince años después”. Gilles Deles, encargado de la grabación, asegura que cuando el intérprete comenzó a tocar Magnolia “sentí que todo el público encontraba en esta canción un eco de aquellos sentimientos de ruptura compartidos”. Esta era la clase de reacción que provocaba -y sigue provocando- la música del líder de Magnolia Electric Co. entre sus seguidores. Un sentimiento de comunidad, de soledad compartida capaz de apagar el fuego del día a día.

Recuperada estos días por Secretly Canadian, la grabación de aquel concierto de Touluse recoge el testamento crudo de esa noche única. Las canciones y el sonido de las cucharillas de café, el silencio reverencial y el murmullo de aquellas doscientas personas apretadas junto al altar de La Chapelle. No sabemos cuántos de ellos conocerían la música de Molina antes de entrar en el templo, pero a buen seguro que todos saldrían de él con una huella imborrable. La banda, recargada tras dos días de esparcimiento, seguiría su camino, en busca de un rumbo que pronto se quebraría. Un año más tarde Jason Molina se mudaría a Europa en un intento por alejarse de viejos hábitos y compañías. Londres, la ciudad escogida, se convertiría en la primera en una larga lista de idas y venidas de un Jason tratando en vano de luchar contra la enfermedad. Todavía habría momentos de entusiasmo y felicidad en la carrera del de Ohio. Pero ninguno como ese sentimiento de libertad y comunión del verano de 2005. Como canta en aquella canción que cierra el repertorio de Toulouse: “en mi vida he tenido mis dudas / pero esta noche creo que las he resuelto todas”.

 

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