Tiene la música de Jason Molina la
capacidad de unir dos sentimientos aparentemente contradictorios:
soledad y camaradería. Adicto a su propia compañía, Molina siempre
quiso formar parte de una banda. La encontró, y desde ese momento
decidió abandonar los caminos angulosos de Songs: Ohia. Con Magnolia
Electric Co., su vehículo creativo desde 2003, recibiría los mayores aplausos y viajaría acompañado
de su propia tribu de músicos. La carretera, ese símbolo siempre
presente en su cancionero, se convertiría en su vida. También en su
perdición. La aventura del músico vagabundo se tornaría en condena
y pronto los días se convertirían en losas solo mitigadas por la
depresión y el alcohol. El final, ya lo sabemos, trágico. Pero eso
no quita que el camino mereciese la pena.
Podríamos decir que 2005 fue el último
verano feliz de Jason Molina. Rejuvenecido, con una nueva nómina de
acompañantes, el norteamericano podía por fin llevar a la carretera
aquellas canciones de verbo eléctrico y sonido barnizado. Magnolia
Electric Co. -el álbum- le había
abierto las puertas de la comunidad indie-rock gracias a aquellas
reseñas que lo comparaban con Neil Young y Will Oldham. Espoleado o
quizás simplemente en busca de nuevas cotas, Molina y su cohorte se
lanzarían con fuerza a la conquista del asfalto en un impulso que
les llevaría a recorrer las cicatrices del mapa norteamericano. De
aquel latigazo nacería Trials & Errors, primera referencia en
directo con Groth, Schreiner, Kapinus y Rice, editada unos meses
antes de What Comes After The Blues, estreno en estudio del quinteto.
Europa, sin embargo, era otra historia.
Aunque algunos todavía recuerdan el paso de la formación por el
coqueto Bush Hall de Londres durante aquel 2005, el resto del
continente todavía reaccionaba de manera tímida a la propuesta de
Molina. Entre las muescas en el calendario: una fecha en París y una
posterior parada por el País Vasco. Entre medias un par de días de descanso que parecían la excusa perfecta para aminorar la
marcha. La suerte quiso que en ese trayecto se
cruzaran un par de locos empeñados en que el de Ohio recalara en
Toulouse, aquel enclave del sur francés que recibe el nombre de “la
ciudad rosa” por su construcción de ladrillo y su luz tenue.
Molina, reticente al principio, accede, convirtiendo aquella fecha en
la única de la gira en la que el músico se presentaría a solas sin
su nueva banda. Bendita soledad.
Con la única posibilidad de celebrar
el concierto en una vieja capilla, Molina parece optar por su
cancionero más profético. En In The Human World el compositor canta
“todas las cosas buenas están dormidas en este mundo / para dejar
que la oscuridad vague a sus anchas”. Las canciones rebotan en la
cúpula del templo como homilías religiosas. No hay redención sin
embargo en las palabras del norteamericano, aunque sí una cierta
sensación de que, a pesar de la tormenta, sigue habiendo motivos
para la lucha. En Riding with The Ghost Molina recita “mientras tú
estabas ocupada llorando por mis viejos errores / yo he estado
ocupado intentando cambiar”. Nashville Moon y Leave the City
incluyen a Michael Kapinus a la trompeta, las únicas notas de
aquella noche que no saldrían de las manos y la voz del líder de
Magnolia. Carmelita, la canción del siempre reivindicable Warren
Zevon, favorito en el universo Molina, parece recuperar ese
sentimiento de desesperación habitual en los conciertos del
norteamericano.
El resto del relato adquiere tintes
místicos o epifánicos, dependiendo de quién lo cuente. Gérald
Guibaud, uno de los promotores del concierto, cuenta que “los fans
escucharon religiosamente la actuación de Jason. Recuerdo a la gente
alrededor del escenario. La presencia y humildad de Jason irradiando
a través de la alcoba. Tenía una increíble voz angelical. Todos
sabíamos que este era un momento único abriéndose ante nuestros
ojos. A veces me encuentro con gente en la ciudad que todavía habla
de aquel concierto quince años después”. Gilles Deles, encargado
de la grabación, asegura que cuando el intérprete comenzó a tocar
Magnolia “sentí que todo el público encontraba en esta canción
un eco de aquellos sentimientos de ruptura compartidos”. Esta era
la clase de reacción que provocaba -y sigue provocando- la música
del líder de Magnolia Electric Co. entre sus seguidores. Un
sentimiento de comunidad, de soledad compartida capaz de apagar el
fuego del día a día.
Recuperada estos días por Secretly
Canadian, la grabación de aquel concierto de Touluse recoge el
testamento crudo de esa noche única. Las canciones y el sonido de
las cucharillas de café, el silencio reverencial y el murmullo de
aquellas doscientas personas apretadas junto al altar de La Chapelle.
No sabemos cuántos de ellos conocerían la música de Molina antes
de entrar en el templo, pero a buen seguro que todos saldrían de él
con una huella imborrable. La banda, recargada tras dos días de
esparcimiento, seguiría su camino, en busca de un rumbo que pronto
se quebraría. Un año más tarde Jason Molina se mudaría a Europa
en un intento por alejarse de viejos hábitos y compañías. Londres,
la ciudad escogida, se convertiría en la primera en una larga lista
de idas y venidas de un Jason tratando en vano de luchar contra la
enfermedad. Todavía habría momentos de entusiasmo y felicidad en la
carrera del de Ohio. Pero ninguno como ese sentimiento de libertad y
comunión del verano de 2005. Como canta en aquella canción que
cierra el repertorio de Toulouse: “en mi vida he tenido mis dudas /
pero esta noche creo que las he resuelto todas”.
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