30/9/20

Richard & Linda Thompson: historia de un matrimonio


A veces las cosas se acaban porque se tienen que acabar. Cuentan los libros que Richard y Linda Thompson tendrían que esperar hasta la edición de Shout Out The Lights en 1982 para vislumbrar las puertas del éxito en América. Para aquellas el matrimonio -el de verdad, el del día a día que asomaba tras las bambalinas del escenario- se había agotado hasta convertirse en barco a la deriva a la espera del inevitable naufragio. Una última gira caótica y un adiós agridulce servirían para bajar el telón. Se acabó lo que se daba. Que el último apague las luces al salir.

Dicen los que estuvieron allí que en aquel epílogo no hubo dramas ni tragedias. Más bien la simple constatación de que hay cosas que se agotan porque sencillamente han llegado a su final. Simple y llanamente. Atrás quedaban seis discos y una década en el que el duo formado por Richard y Linda demostraría que era posible hacer música cercana y sencilla pero al mismo tiempo poderosa, cosida puntada a puntada con su tiempo. En su libreto de melodías cabrían canciones de amor y himnos de tono festivo, lecciones para un mundo mejor y fábulas regadas de costumbrismo british. Música popular, a fin de cuentas. Ni más, ni menos.

La pareja se había conocido a finales de los sesenta en las sesiones de Liege & Lief, el disco de Fairport Convention que había reconciliado al rock británico con su pasado sonoro. La formación, fundada por el propio Richard Thompson, había terminado convirtiéndose en una especie de colectivo ambulante en el que terminarían militando nombres de la talla de Sandy Denny o Dave Matthews. Siempre balanceándose entre el goce de la electricidad y la necesidad de encontrar un sentido más profundo en la tradición, aquella familia disfuncional se convertiría en la primera gran experiencia musical del guitarrista. También en la confirmación de que el bueno de Richard funciona mejor cuando pilota a solas en el puente de mando.

Un intento por crear su propia versión de los Fairport -los efímeros The Bunch con Sandy Denny y la propia Linda a las voces- y un primer álbum en solitario de portada y título difíciles de digerir -aunque de contenido a reivindicar más allá de las críticas tibias del momento- parecían simples excusas antes de constatar lo inevitable: la química de los recién casados iba más allá de lo estrictamente privado. De su encuentro emanaba una mezcla única de dulzura y salitre, tradición centenaria y empuje. When I get to the Border, la canción que abriría el debut de la pareja, mostraba todos los ingredientes de esta poción. La vehemencia y la gloria de un sonido que olía a taberna y a iglesia, a fiesta improvisada y a cántico dominical. De fondo, la guitarra de Richard ponía nervio a una música que no renunciaba a mirar de frente a contemporáneos y rockeros en canciones como Calvary Cross o la titular I Want To See The Bright Lights Tonight.

La racha seguiría en los igualmente sobresalientes Hokey Pokey y Pour Down Like Silver, discos publicados en pleno ecuador de la década de los setenta. En ambos el matrimonio insistía en ese sonido rutilante y gipsy, esbozando canciones a pie de calle e historias de perdedores en busca de una dosis de buena suerte. La misma que parecía rehuir a la pareja. Si la edición de su debut había coincidido con la crisis del petróleo que retrasaría buena parte de las publicaciones en vinilo de la época, su continuación pillaría a la pareja ya en retirada, renunciando a los focos en beneficio de una nueva fe religiosa que les llevaría a abrazar la vida sencilla del campo. La carpeta de Pour Down Like Silver mostraba a un Richard con turbante, alejado del brillo glam de las estrellas de la época. El sonido de su guitarra seguía crujiendo entre los surcos del disco, pero por el camino el londinense había añadido los ecos trascendentales de canciones como Dargai y The Poor Boy Is Taken Away.

Una cosa quedaba clara: si Bob Dylan hubiese decidido cruzar el océano con su Rolling Thunder Revue a buen seguro que habría terminado apuntando su brújula en dirección al folk-rock de Richard y Linda. No sólo por esa vuelta a los orígenes sin nostalgia, al espíritu nómada del músico ambulante, al ir con lo puesto de ciudad en ciudad. También por esa insistencia musical en los tonos vagabundos y humildes. Si el de Duluth había encontrado en el violín de Scarlet Rivera el contrapunto sonoro a ese nuevo cancionero moruno y arenoso, Richard encontraría en el acordeón de John Kirkpatrick el compañero perfecto para sus excursiones guitarreras.

Streets of Paradise mostraba a la pareja en su apogeo, anunciando a los cuatro vientos su nuevo credo vital. “Cambiaría mi mansión de plata con un guarda en cada puerta / Cambiaría mi riqueza y mi tesoro / […] Por caminar por las calles del paraíso”. Night Comes In recuperaba la arquitectura monumental de Calvary Cross. The Sun Never Shines On The Poor demostraba que los Thompson podían exhibir pluma social sin necesidad de sermonear, meciéndose entre lo bíblico y lo popular. A Heart Needs a Home era directa y sencilla, una declaración de amor entre dos jóvenes músicos capaces de renunciar a todo por una vida en común.

Aquella luna de miel musical quedaría plasmada en una gira triunfal por las islas en 1975. En ella el matrimonio mezcla su química de arena y marfil con la verdad infalible de clásicos como Dark End of The Street o el Why Don't You Love Me de Hank Williams. De paso el propio Richard demuestra por qué aún hoy sigue siendo uno de los músicos más respetados entre el gremio de las seis cuerdas. No tanto por su evidente virtuosismo o su técnica limpia y eficaz a la guitarra, si no por esa capacidad de amoldarse a cualquier canción. Sólo él es capaz de sonar etéreo como David Gilmour -la mencionada Calvary Cross- y ardiente como en los momentos más fogosos del cancionero de Robbie Robertson y The Band -escuchen el It'll Be Me de Jerry Lee Lewis interpretado por la pareja en el imprescindible In Concert November 1975-.

Después llegaría el retiro auto-impuesto y con él quizás la sensación de haber arruinado el momento de gloria de un duo que ya nunca llegaría a alcanzar cotas similares hasta su capítulo final. El propio Richard sigue renegando a día de hoy de discos tardíos como First Light y Sunnyvista. Descatalogados hasta la publicación de la reciente caja recopilatoria Hard Luck Stories, lo cierto es que el tiempo ha sido más benévolo con aquellas canciones de lo que su propio autor se atrevería a admitir. Escuchar hoy la dulzura de Sweet Surrender o la pureza gospel de las primeras versiones de Strange Affair y First Light resulta reconfortante. Incluso los contornos demasiado suavizados de composiciones como You're Going To Need Somebody y Traces of My Love mantienen el tipo a pesar de su envoltura demasiado complaciente con la moda de la época. El rastro de la tradición sigue ahí, sólo hay que atreverse a desenterrarlo.

El cierre de esta historia con desenlace mecanografiado llegaría con Shout Out The Lights, aquella colección descarnada destinada a ser incomprendida desde el primer momento. Condenada como era de esperar a terminar empotrada en la tradición de discos de ruptura, aquel álbum era algo más que el testimonio del final de los Thompson como asociación artística. En su desesperación se vislumbra también el adiós de una época para la música. El fin del reino de las canciones en beneficio de la fachada y la purpurina. La propia pareja descartaría un primer intento de grabar aquellas composiciones tras toparse con la tozudez de Gerry Rafferty, empeñado en pulir las aristas de un duo que siempre se había caracterizado por mostrar sin rubor los flecos de su música.

En su versión final Richard asoma derrotado en la portada, tirando la toalla mientras Linda mira ausente desde la pared del dormitorio. Dentro el guitarrista dibuja su cancionero más desolador -Did She Jumped or Was She Pushed? y Wall of Death- pero también más esperanzado -Don't Renegade on Our Love-. Just the Motion saca a flote el registro más reposado de la pareja, un último sorbo de aquella química olvidada. Durante las sesiones el matrimonio recuperaría también el I'm a Dreamer de Sandy Denny, rindiendo tributo a su vieja compañera de viaje, fallecida un par de años antes. Quizás en sus versos se resuma buena parte del espíritu de aquella década conjunta: “Cuando la música suena es cuando todo cambia / Ya no nos vemos como totalmente extraños / Son todas esas palabras las que se interponen en el camino / de lo que quieres decir”.


2 comentarios:

  1. Gran texto y repaso. Adoro la música que hicieron esta pareja. Aún me caen lágrimas cada vez que escucho tonadas como "Walking On A Wire", que cancionero más exquisito, por momentos a la altura de los mejores Fleetwood Mac de Stevie Nicks. Abrazos.

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    1. Precisamente la caja que ha salido ahora tiene una versión del Walking on A Wire que, junto al I'm a dreamer de Sandy Denny, son de lágrima. Me ha hecho también mucha ilusión reencontrarme con un disco como First Light, del que el propio Richard reniega, pero que me parece también una joya (las demos que incluye la caja son oro puro). Los discos de estos dos son imprescindibles. Un abrazo, Chals.

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