23/2/21

Margo Timmins y el arte de la versión

Resumiendo mucho podríamos decir que sólo existen dos formas de hacer una versión. Una, intentar captar el estilo de su autor recuperando por el camino algo del espíritu original de la canción. Otra, tal vez más atrevida, tomar la partitura como excusa para llevar la canción a tu propio terreno. De las dos sólo una es la correcta. Bueno, quizás 'correcta' no sea la palabra que buscamos. Adecuada, justa, interesante. Quien piense que las canciones están ahí como losas, inmutables al paso de los años, puede ir abandonando este texto. El hilo que nos ha llevado hasta aquí solo puede entenderse por ese caminito de baldosas que han ido dejado intérpretes y músicos a lo largo de décadas. Las canciones nunca se terminan, solo se abandonan, dijo alguien un día. Recordamos a sus autores no por un acto de vanidad, sino como un simple gesto de reverencia. Nuestra deuda termina en el momento en el que la música comienza a sonar.

Algo de eso -más bien mucho- saben los Cowboy Junkies. Dueños de un estilo particular nunca imitado del todo, la banda canadiense puede presumir de haber pagado siempre sus deudas. Con la carretera y con todos los que le precedieron en el largo camino de la canción. Su cancionero está plagado de ejemplos de esto último. Versiones de Neil Young y Lou Reed, recreaciones de melodías escritas por Hank Williams y Waylon Jennings adornan cada noche su repertorio en directo. Si la anchura de una banda se mide por la amplitud con la que abrazan autores e intérpretes para llevarlos a su territorio, los Cowboy Junkies son la banda más grande del planeta. Lo son al menos en esta casa. Que es lo que importa.

A fin de cuentas pocos pueden decir que han aguantado como ellos en esto de la música durante más de tres décadas sin necesidad de sucumbir a la tentación de la moda. Vale que en algún momento de la década de los noventa algún tipo de traje y corbata pensó que podía hacerse un nombre con la ayuda de los Junkies. El cuarteto acababa de editar su imprescindible The Trinity Sessions, convertido al instante en objeto de culto, y la corriente de tendencias volvía a abrazar el legado del blues y el folk. La cosa no cuajó, claro. Por suerte para nosotros.

A cambio los cuatro de Toronto nos han regalado una de las historias más gustosas de la música reciente. No una con muchos triunfos ni grandes desvíos. Su discografía podría colocarse en fila india, un disco detrás de otro, y apenas notaríamos los baches en la carretera. Lo suyo tiene que ver más con la insistencia en una manera de hacer las cosas. Esa que aprendieron de los clásicos -Robert Johnson siempre estuvo en el horizonte de su sonido- y que sigue funcionando como el primer día. Cada uno de sus álbumes contiene una muesca en el camino, un pequeño giro que justifica con creces el esfuerzo. Si lo que andan buscando son sorpresas, vayan desfilando hacia otra parte. Si lo que quieren es una banda mordiendo en el hueso de las canciones, haciendo bueno el dicho -”it's the singer not the song”- están de suerte.

Hace unos días el grupo compartía uno de las joyas hundidas en su baúl de piezas olvidadas. The Ty Tyrfu Sessions lleva en la portada el nombre de Margo Timmins, cantante de la formación, pero mantiene mucho del espíritu original Cowboy Junkies. Ya saben, ese sonido noctámbulo, ese cruce entre el rock narcótico y el blues de luna llena. La diferencia en este caso es que Timmins no firma ninguna de las canciones. Grabado de manera sencilla en la granja de la propia cantante y compuesto en exclusiva de versiones de otros autores, The Ty Tyrfu Sessions desnuda una decena de estándares de la canción popular para lucimiento de la intérprete. Bueno, tal vez 'lucimiento' no sea la palabra adecuada. Temple, buen gusto, tesón. Los seguidores de los canadienses bien saben que la de Toronto nunca necesitó de grandes dispendios vocales para lucir clase.

En Tomorrow Is A Long Time, el clásico perdido de Dylan, le basta con un simple hilo de voz para emocionar. En Father and Son de Cat Stevens cada estrofa eleva un poco más la leyenda. Things We Said Today podría haber encajado en un disco de los Junkies con ese aroma a cabaret de madrugada. Timmins pulsa la tecla adecuada en Walking on a Wire, la canción que ponía punto y final al matrimonio musical entre Richard y Linda Thompson. Bruce Springsteen, del que los Junkies ya habían rescatado su State Trooper, aporta If I Should Fall Behind. Una pena que aquella recreación del Dance Me to the End of Love de Cohen se cayera de la secuencia final. Dylan repite con Girl from the North Country.

Cierra el disco una lectura majestuosa del Side of the Road de Lucinda Williams. En ella la de Louisiana dibuja una de esas fotografías descorazonadas tan recurrentes en su cancionero.

You wait in the car,
On the side of the road.
Let me go and stand awhile
I want to know you're there, but I want to be alone
If only for a minute or two,
I want to see what it feels like to be without you.
I want to know the touch of my own skin,
Against the sun, against the wind

Me perdonarán los seguidores más fieles de Lucinda, pero pocas voces me provocan esa misma sensación de desazón y tristeza, esa nostalgia dulce del que sabe que no hay vueltas atrás, como la de Margo Timmins. Puede que la cantante de los Cowboy Junkies carezca del ardor y el genio de Williams, su verbo áspero -ambas aprendieron todo lo que saben de las fuentes del blues- produce las mismas huellas en el barro. Esas que antes dejaron clásicos y maestros contemporáneos de la canción popular. Ese rastro que nos recuerda que, vengan donde vengan, las canciones no son más una excusa para seguir construyendo el camino. Aunque sea desde los márgenes.

Antes de acabar, una última vuelta al disco. Una última parada "al borde de la carretera". Puede que en Side of the Road Lucinda estuviera cantando sobre esa clase de desamor que todos conocemos -y hemos sentido alguna vez-. Pensándolo mejor, bien podría estar hablando también de otro tipo de ruptura. Esa que ocurre cada vez que cantamos o simplemente escuchamos una canción. Ese tipo de (des)amor que algunos de nosotros sentimos casi en exclusiva por la música.

If I stray away too far from you,
Don't go and try to find me.
It don't mean I don't love you
It don't mean I won't come back and stay beside you.
It only means I need a little time,
To follow that unbroken line
To a place where the wild things grow,
To a place where I used to always go

Quizás en eso resida el arte de la versión. En seguir “aquella línea continua hacia un lugar donde crece lo salvaje, hacia un lugar donde solíamos ir”. Lo familiar y lo desconocido. Seguimos necesitando que alguien cante las canciones de ahora y de siempre. Sobre todo si ese alguien se llama Margo Timmins.


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