17/2/21

The Band, el rumor de la carretera

En la colección de sagradas escrituras de La Banda -siempre con mayúsculas- Stage Fright esconde otro tipo de verdad. No el misterio de lo prohibido, la conspiración de saberse a espaldas del mundo recluidos en la casa rosada. Tampoco la solemnidad de lo histórico, el barro convertido en canción del álbum marrón. Más bien algo más mundano. Quizás menos épico también. Una continuación del Nuevo y el Viejo Testamento en versión compacta, un desfile polvoriento que a ratos recuerda al traqueteo de los viajes por el salvaje oeste. Pocos discos han captado mejor el rumor de la carretera, esa sensación de peligro, de estar a punto de perder el control. Envueltos en aquella bandera multicolor, The Band se suben a un carnaval de melodías country-rock sin brújula ni mapa al que agarrarse. ¿La única certeza? Intuir que aquella puede ser su última oportunidad de tomar al tren antes de que abandone la estación.

Stage Fright pinta una banda en la cresta de la ola, sintiendo el vértigo, al vaivén de la fama y el miedo escénico. La tragedia del “imposible vivir así” se estaba fraguando entre bambalinas. The Band se hacían mayores sin pretenderlo. Si en 1966 Dylan y compañía habían sido recibidos por el público británico bajo el grito de "Judas", un lustro después el Royert Albert Hall recibía a los canadienses como profetas de una revolución que reinaría en las emisoras FM durante buena parte de la década de los setenta. Justicia poética, que dirían algunos. Y es que a veces se nos olvida, pero los cinco de Woodstock nacieron originalmente para lucir sobre el escenario. Una juxebox ambulante que durante un par de temporadas abandonarían su motor original para esconderse al abrigo de las Catskills. Allí tendrían tiempo de sobra para lamerse las heridas de la batalla lidiada codo a codo con el Dylan de mercurio. Por desgracia para algunos el paraíso solo dura un instante. Era solo cuestión de tiempo que el rumor se extendiera más allá de la ladera de la montaña.

Escrita la leyenda de la Big Pink tocaba hacer realidad la profecía, salir de la madriguera para dar a conocer la palabra divina. Aunque para ello hubiera que hacer frente a la monotonía de la carretera y deslizarse por el desfiladero de la tentación. El primer vistazo al abismo llegaría en pleno 1969 bajo la carpa del archiconocido festival de la paz y el amor -el erróneamente bautizado Woodstock Festival-. Pero aquella nunca fue su guerra. Un año después los canadienses se subirían a un tren muy diferente. Un viaje que se amoldaba más a las maneras ambulantes de La Banda. Durante dos semanas Grateful Dead, Janis Joplin, los Flying Burrito Brothers, Buddy Guy, Delaney & Bonnie y los propios The Band recorrerían las llanuras canadienses subidos al vagón secreto del Festival Express. Entre estación y estación no faltarían las jam sessions y los viajes astrales con ayuda de los sospechosos habituales. Ya saben, ácido, marihuana y el resto de acompañantes en el botiquín del músico de la época. La nube tóxica de humo que dejaron a su paso todavía puede vislumbrarse desde lo alto de los rascacielos de Vancouver.

Recuperadas para las recientes bodas de oro de Stage Fright, algunas de las grabaciones registradas de manera pirata durante aquellas noches de traqueteo y comuna hippy retoman el espíritu improvisado de las Basement Tapes. Tienen algo de broma privada y comedia de variedades. Títulos como Mojo Hannah o Rockin' Pneumonia & The Boogie Woogie Flu. Tan solo The W. S. Walcott Medicine Show -una de esas nuevas canciones que acabaría incluida en el tercer disco de los canadienses- se colaría en la mezcla final. Una melodía saltarina que anunciaba el tono festivo del disco, su rumor de pasacalles y el regreso a los aromas añejos de los antiguos medicine shows. La canción terminaría incluyendo en su versión de estudio el saxo barítono de John Simon, responsable de la producción de los dos primeros discos de La Banda y que no volvería a participar en un álbum de los canadienses hasta el “nunca-del-todo-valorado-como-se-debiera” Islands de 1977.

A partir de ese momento sería el propio Robertson el encargado de organizar las piezas del puzzle desde la mesa de mando. Tanto es así que el guitarrista no ha dudado en alterar el orden de los factores para esta edición 50 aniversario. Aunque, al contrario de lo que nos enseñaron en el colegio, en este caso sí cambia el producto final. Si el listado original subrayaba el surtido, la melting pot de sabores diversos desparramándose por el mapa norteamericano; la reconstrucción moderna transforma el laberinto en línea recta, haciendo buena aquella opinión extendida que califica a Stage Fright como la colección más netamente rockera de la banda. Al final, tanto si nos quedamos con nuestro vinilo de toda la vida como si optamos por el nuevo trayecto, lo bueno de este juego es que nos da pie a imaginar nuestro propio itinerario. ¿Cómo hubiera sonado el disco si hubiese comenzado con el suspiro nocturno de All La Glory? ¿O con la majestuosidad de The Rumour? ¿Se imaginan haber puesto el álbum en el tocadiscos por primera vez y escuchar el rock rasposo a lo NRBQ de Time To Kill? Personalmente hubiera elegido la ceremonia gospel de Sleeping para abrir el camino. Aunque tampoco me importa que, como en la nueva versión, cierre el lote con su armonías de catedral soul. Sinceramente después de escucharla sin freno durante los últimos días no me cabe duda de que está al nivel de otras cumbres del cancionero del quinteto de las Catskills como Tears of Rage o Rockin' Chair.

Por supuesto, no está de más subrayar también que Stage Fright, en contra de otra de esas opiniones extendidas más de la cuenta, nunca tuvo nada que envidiar respecto a los dos elepés que le precedieron. Si no me creen escuchen el directo del Royal Albert Hall incluido en la reciente edición de lujo del álbum. Canciones como The Shape I'm In, Strawberry Wine o la propia Stage Fright encajan a la perfección junto a clásicos como Dixie Down o The Weight dentro del repertorio de una banda que, alcanzado el año 1971, parecía imbatible sobre las tablas. No hay que olvidar que en diciembre el grupo grabaría uno de los mejores discos en vivo de la historia -Rock of Ages- y uno de los primeros en esa larga lista de dobles en directo habituales en el catálogo en las estrellas de rock de los setenta. Pero esa es otra historia que habrá que dejar para un capítulo aparte.

De momento nos quedamos estacionados en el andén de Stage Fright, con el silbido del tren anunciando la próxima parada mientras miramos de reojo a lo que dejamos atrás. Un equilibrio inestable, sobre el filo que separa el mito de la realidad. En 1970 The Band estaban a punto de deslizarse por la lenta colina de lo mundano. Pero antes de convertirse en músicos de carne y hueso tendrían una última oportunidad todavía de disfrutar del paraíso. Un último paseo inocente por las raíces vírgenes del rock&roll. Un último momento de felicidad inocente. Acierta en la diana la reseña publicada por Pitchfork hace tan sólo unos días -no leeréis nada mejor sobre el asunto, os lo aseguro-. “Stage Fright dibuja una esfera completamente diferente de influencias: es un álbum de boogie sin parangón, cuya manera de tocar establece a The Band como maestros del groove al mismo nivel que Booker T. y los Meters y establece un predicamento para seguidores como Little Feat o NRBQ”. Y añade: “A veces la música tiene que soportar el peso, y otras veces necesita sentirse liviana”. Anoten en su cuaderno de grandes citas. Puede que Stage Fright ofrezca un viaje ligero a simple vista. Una vez recorrido acarrea, como el resto de los discos de The Band, el peso de lo eterno, el rumor de una verdad tallada en piedra. Rock of ages.


3 comentarios:

  1. Me quito el sombrero ante tan extraordinaria reseña. Solo cometes un error, si me permites indicártelo. Lo mejor que se puede leer sobre Stage Fright no es la reseña de Pitchfork. Lo mejor es esta entrada en Calle 51. Muchas gracias, Javi.

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    1. Me sacas los colores, Miguel. Sobre todo viniendo de la persona que escribió 'Imposible vivir así'. Abrazos. Turn it up!

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  2. Muy buen texto, Javier, tenemos una visión parecida del tercero de The Band. Ahí va la mía:

    https://raggedglory.blogspot.com/2017/12/stage-fright.html

    Un abrazo.

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