11/2/21

Nuestro Nueva Orleans


Para los que nunca hemos cruzado el rubicón oceánico, América es pura fantasía. Un espejismo moldeado por años de películas y canciones llegadas desde el otro lado del Atlántico. Recuerdo que hubo un tiempo en el que me imaginaba Nueva York tal como lo pintaba Woody Allen. Bohemio y alborotado, con un teatro de películas europeas con subtítulos en cada esquina. Después llegarían Lou Reed y Robert de Niro para emborronarlo todo. California, Frisco y alrededores eran la meca del rock en tecnicolor, el festival de Monterey y los Jefferson Airplane colándose por la ranura del subconsciente. Nashville, una caricatura. Cowboys de cartón y Dolly Parton. Por las chimeneas de las fábricas de Chicago salían volutas de blues y soul. Por las llanuras de Texas asomaba el perfil de cuero de John Wayne ¿Y Nueva Orleans? La esquina de Luisiana seguía siendo un misterio.

Con el tiempo fui reescribiendo una a una mis lecciones de geografía yankee, aunque sin lograr pasar de la teoría a la práctica. Quizás cuando el polvo de este desastre se esfume. O tal vez en otra vida. Mientras espero a que cualquiera de los dos llegue, repaso mis apuntes sobre la ciudad que ve morir el Mississippi cada día. Reviso Treme, la serie que David Simon le dedicó hace ya casi una década. Vuelvo a escuchar Our New Orleans, el recopilatorio reeditado estos días por Nonesuch Records. Ambos imprescindibles para tomar el pulso a la ciudad norteamericana tras otro desastre que hoy parece menor -el huracán Katrina- y que según cuentan los que viven allí sigue dejando cicatrices a la vista.

No es casualidad que el serial televisivo de Simon no tuviera un final como tal. Tampoco que sea la historia más personal del periodista de Baltimore. No la mejor -McNulty y Bunk siempre estarán en nuestro olimpo personal-. Pero sí la más personal. En la que se nota más el trazo y el cariño. En el que el drama -que lo hay y mucho- se endulza por la necesidad de encontrar una esperanza. No me malinterpreten: ver Treme se hace duro a ratos. Seguir la historia de esa dueña de bar intentando salir a flote en mitad de la zona más castigada por el huracán. Navegar por el crimen y el pillaje que sucedió a la catástrofe. Sin embargo bajo cada derrota personal hay un desfile y una lágrima que sabe a victoria. Agridulce, pero victoria en definitiva. Quizás sea la única manera de enfrentarse al carácter de Nueva Orleans. Asumir que no tiene remedio. Evitar bajo cualquier excusa intentar arreglar el entuerto -como hace algún mafiosillo sin escrúpulos que se cuela de rondón en la trama de Treme-. Zambullirse en el caos de esa ciudad en la que la música criolla y los aromas europeos se dan la mano. Perderse para nunca encontrarse.

Un regusto similar al que deja Our New Orleans, la mencionada compilación musical que cumple estos días dieciséis años. Editada meses después del paso del Katrina, el álbum serviría para recaudar fondos para los damnificados por el desastre -natural, primero, y político, más tarde-. También para confirmar que cualquier intento de encerrar el caudal sonoro de la ciudad de Luisiana en los límites de una única corriente resulta siempre en vano. Ragtime, zydeco, soul festivo, voodoo blues, canción protesta, explosiones de brass bands, jazz en blanco y negro, gotas de rock sudoroso, country empapado por las aguas del delta, garabatos de pop de cámara... Todos los caminos del mapa sonoro norteamericano desembocan en Nueva Orleans. Para algunos de nosotros La Meca siempre estuvo allí. Prometemos peregrinar algún día. Mientras, tendremos que conformarnos con seguir las huellas de su rastro sonoro con la ayuda de este Our New Orleans. Que no es poco.

Abre el artefacto Allen Toussaint, rey musical de la ciudad con todo merecimiento, recitando ese 'yes we can' que poco tiempo después Obama convertiría en leitmotiv político. Le sigue Dr. John, colgando sus plumas vudú durante un rato para deleitarnos con su vena más crooner. Si Nueva York tuvo a Sinatra, Nueva Orleans tiene su paseo a vista de pájaro en el World I Never Made del doctor. No podía faltar el celebérrimo What a Wonderful World del hijo pródigo de la ciudad, Louis Armstrong. O un When The Saints Go Marching In interpretado en esta ocasión por Eddie Bo. Pocos se acuerdan hoy de él, pero durante seis décadas su piano representó como nadie la Historia musical de la ciudad. Junto a Fats Domino o Professor Longhair, él es el rhythm&blues de Nueva Orleans.

Los que quieran recrear el sonido ocre de las películas de Woody Allen pueden recurrir a la 'serenata de la ciudad creciente' del Dr. Michael White. Para los más valientes una cucharada de bourbon y picante suministrados por los Buckwheat Zydecco, que además de firmar una canción en solitario colaboran en un tema con Ry Cooder. A mitad de camino entre la solemnidad y el drama aparece la Preservation Jazz Hall Band, institución centenaria de la ciudad capaz de pintar en unos pocos brochazos el espíritu dual de la ciudad. Alegría y tragedia unidas por el sonido sencillo de las cuerdas. Completan la receta The Wild Magnolias -imposible no recordar las escenas del carismático Clarke Peters vestido de big chief en Treme- y Carol Fran, que aporta el acento francófono a la mezcla.

Pero si hay alguien que pincha en el hueso de este Nueva Orleans en ruinas, herido pero nunca hundido, es Randy Newman con su recreación sinfónica de Louisiana 1927. Angelino de nacimiento, el maestro de la canción sardónica siempre se sintió muy cercano a Luisiana, donde pasó muchos de sus veranos de juventud. Quizás por ello o simplemente porque pocos estilos encajan tanto en la manera de componer de Newman como el inclasificable batiburrillo del French Quarter, dedicaría una de sus canciones de título geográfico -e histórico- al estado del sur yankee. Cada vez que el cantante repite ese estribillo profético -”they're trying to wash us away”- se te encoge el alma. Puede que en 1974, cuando Newman publicó la canción original, el de California pensara aquella crónica histórica -Luisiana sufrió de hecho una gran inundación a finales de los años veinte- como una simple metáfora de algo mucho más profundo. En mitad de la catástrofe huracanada de 2005 las palabras de Louisiana 1927 recuperarían su significado más literal. También su moraleja final, la misma que parece conducir los esfuerzos de David Simon en Treme. Esto es: pase lo que pase, la ciudad resistirá. 

Tal vez en eso resida el encanto y nuestra fascinación por Nueva Orleans. Frente a las luces brillantes de Nueva York, el colorido urbano de San Franscisco o el country chic de Nasvhille, la ciudad de Luisiana se ha mantenido impasible al paso del tiempo. Serena en sus maneras añejas, festiva como un carnaval que nunca termina de llegar al final de su propio baile de disfraces. Una y otra vez han intentado arrastrarla al fondo del mar como si de una antigualla sin valor se tratara. Venderla al mejor postor en la tómbola de la feria de tendencias. Una y otra vez ha seguido en pie. Puede que durante aquel verano de 2005 los diques de contención no pudieran contener los azotes del huracán. Otros muros invisibles -aunque mucho más firmes- permanecieron erguidos. Ya lo canta Steve Earle en la canción que cierra la primera temporada de Treme: “this city won't wash away / this city won't ever drown”. 


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