20/3/21

Fruit Bats, el desfile interior

Hace días que intento escribir sobre alguno de los discos que han girado con frecuencia en las últimas semanas en casa. Supongo que la pereza, ese pecado infeccioso, ha vuelto a hacer de las suyas. Esa sensación recurrente de querer arrancar sabiendo que todo está todavía a medio hacer. Dicen los que opinan de esto y aquello que cuando este desastre acabe saldremos a conquistar las calles como aquel que bebe por primera vez de la fuente divina después de cuarenta años en el desierto. Yo, que siempre andé escaso de esperanza o que como mucho la fié a pasado mañana, seguiré aquí en mi fortín, enredado entre canciones y películas. Después de un año de vaivenes ligeros me apetece seguir paladeando los placeres cotidianos, pasear por el vecindario y visitar a esos amigos que durante meses vivieron como yo, encerrados en sus búnkeres de ladrillo sin vistas al mar ni salidas de emergencia. Habrá que dejar los planes lejanos y las grandes aventuras para mejor ocasión. De momento me conformo con viajar con ayuda de unos cuantos discos que se han ido colando por la ranura del buzón.

Uno de los que más alegrías me ha dado en este mes de marzo que no termina de desperezarse ha sido el último trabajo de Eric D. Johnson, o lo que es lo mismo Fruit Bats. Titulado The Pet Parade, el de Chicago nos propone una ruta por los rincones cercanos, una especie de celebración privada de esos lugares comunes pero olvidados, invisibles hasta hace tan sólo unos meses. Con el pulso emocionante de la canción que le da título, The Pet Parade abre un desfile de canciones que nunca se alejan demasiado de las aguas del folk campestre y del aroma a chimenea. Un viaje sin grandes sobresaltos que a ratos recuerda a los Fleet Foxes más pop como se despeña por las montañas escarpadas de nuestros discos favoritos de My Morning Jacket y Phosphorescent. Incluso -corríjanme si me equivoco- se escucha a ratos el eco de los mejores Supertramp, especialmente en esas tomas vocales celestiales. De cualquier manera, no se fíen y vayan directamente a la fuente original porque, como en toda obra personalísima y única, no hay mapa que le haga justicia. Esto es un disco de Fruit Bats en nombre y espíritu. Quizás más acentuado en su faceta rural, pero con el sello de Eric D. Johnson cosido en la solapa interior.

Los más astutos reconocerán a nuestro protagonista del libreto de firmas de Bonny Light Horseman, aquel disco purasangre que tantos buenos momentos nos dio la temporada pasada. Junto a Anaïs Mitchell y Josh Kaufman, el trío norteamericano editaría a comienzos del veinte un álbum de poso clásico que nos acompañó durante aquellos meses en los que todo parecía derrumbarse. Una suerte de recreación del sonido de la Harry Smith Anthology sin el grano de las viejas cintas pero con el mismo olor a tierra mojada y a porche trasero. Pura inocencia y armonía, escuchándolo hoy me viene a los labios el debut de Crosby, Stills & Nash. Quizás más norteño y montaraz, menos californiano y pristino, pero ya me entienden. Uno de esos triángulos equiláteros tan difíciles de encontrar en la música en el que tres voces empastan con naturalidad. Un cruce genial en el que las canciones parecen haber sido escritas sin apenas esfuerzo en una tarde a la orilla del río. En definitiva una vuelta a las esencias sin necesidad de manierismos de cartón ni sombreros de paja comprados en la tienda de disfraces. El folk como comunión y sencillez, tan sólo y tanto al mismo tiempo.

Una sensación similar alberga este The Pet Parade aunque en este caso, como ya hemos comentado, el viaje es mucho más personal. Los casi siete minutos iniciales abren en canal el dique de los recuerdos de este año pandémico, mientras llaman a la puerta de todo aquel preparado para escuchar la palabra sencilla de su autor. “Here we are, once again here” repite Johnson en el estribillo como si nunca nos hubiéramos ido del todo. Es este vaivén entre los días que pasamos “mirando por la ventana del salón viendo como el sábado se convertía en domingo” y los días que vendrán, imposibles de imaginar todavía, el que marca el paso de las canciones. Melodías exquisitas y textos en primera persona como Cub Pilot y Holy Rose, dos de los momentos más animados del lote. Complete, esa tonada austera y pura, bien podría haber salido de la pluma de John Prine con versos como "all the cars on the freeway at night / honkin' sad songs for you". Discovering tiene algo de epifanía country-soul, al estilo de nuestros admirados Hiss Golden Messenger. En All In One Go el de Chicago dibuja el perfil del océano sobre el horizonte, más como anhelo que como realidad; una imagen que se repite en On The Avalon Stairs. Algún día, Eric, lo prometo. Algún día volveremos a ver el mar y la carretera. Mientras tanto seguiremos aquí, disfrutando del desfile interior.


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