25/3/21

El blues y yo

Al blues no se llega por atajos. Hay que buscarlo y agarrarse a él con todas tus fuerzas. Puede que por el camino, enredado en la telaraña del blues, pierdas algo de la esperanza que te queda en este mundo sin compasión. A cambio encontrarás un pedazo de humanidad. Un amigo fiel que, a fuerza de insistir, se convertirá en la prueba definitiva de que existe un paraíso y está en este mundo. Aunque tiene fama de música del purgatorio, el blues pertenece a esta tierra y a este paisaje. Al sur norteamericano y al suburbio de Manchester. El blues, ese sentimiento escondido en todas las canciones posibles, nos pertenece un poco a todos. Pero sobre todo mira de frente a los que nunca se sintieron parte de nada. A los desheredados y a los olvidados por la historia, a los que lloran porque no les dejan ser lo que simplemente son. A los trabajadores de la fábrica y a los jornaleros de los invernaderos. A los callejones del burdel y a las esquinas que no aparecen en las guías de turismo. A aquella parte de nosotros que no nos atrevemos a compartir por miedo, vergüenza o simple pudor.

Jackie Kay, poeta y escritora original de Glasgow, nació en el lado equivocado de las vías del tren. O al menos eso le contaron hasta que encontró el refugio del blues. Bessie Smith, negra como el tizón y bollera, se convertiría en el espejo en el que se miraría la Jackie Kay de doce años. La heroína que todos buscamos a esa edad en la que comenzamos a darnos cuenta de que el mundo está lleno de villanos. También la puerta a un mundo de misterio y fantasía. La biografía de Bessie Smith, como la de la mayoría de los cantantes de blues, siempre estará repleta de leyendas y exageraciones. Su muerte, en 1937, incluso más. Víctima de un accidente de tráfico, el relato oficial nos cuenta que la negativa del hospital a admitir a una “paciente de color” desencadenaría el final fatal. Un relato que debe su verdad a la repetición más que a ninguna prueba fehaciente del suceso. Convertimos a nuestros héroes en eso, héroes, para evitar enfrentarnos a la cruda realidad.

Bessie Smith no fue una santa ni un modelo a seguir en muchos aspectos de su vida. Lo cuenta Jackie Kay en su reciente libro dedicado a la cantante. También cuenta que muchos de los que la conocieron la definían como una persona extremadamente generosa, orgullosa de sus raíces sureñas y de su don, esa capacidad para expresar el más profundo de los sentimientos -esto es, el blues- con un simple hilo de voz. Tanto es así que la mayor parte de las canciones que Smith cantó tenían esa palabra y no otra en el título. Hard Time Blues, Young Woman's Blues, Jail House Blues, Sinful Blues, Rainy Weather Blues, Haunted House Blues, Yellow Dog Blues, Bleeding Heart Blues... Puede que fuera una triquiñuela de su agente para venderla en el boyante mercado de la música negra de mediados de los veinte. O simple y llanamente la constatación de que todas sus canciones estaban teñidas de ese tono azul melancólico. Bessie Smith cantaba el blues porque era lo único que había vivido. Bessie Smith era el blues.

Su vida apenas duró 43 años pero en ese corto espacio de tiempo lo vivió todo. Viajó de punta a punta del mapa norteamericano, subido a los carromatos de los minstrel shows o a las tablas de los clubes de las grandes urbes. Triunfó en el Apollo Theatre de Harlem y en los caminos polvorientos a la orilla de las vías. Bessie Smith es toda la historia del blues, de los campos de algodón a los escenarios con sillones de ídem. Sin ella no tendríamos ni a Billie ni a Ella ni a Aretha ni a Nina ni a Amy ni a tantas otras. Cuando la depresión entró en escena, Bessie Smith siguió cantando sobre los mismos asuntos. Su canción Nobody Knows You When You Are Down and Out se convertiría en el gran testimonio de aquella época trágica. Un recuerdo de tiempos mejores, si es que alguna vez los hubo. Un canto a la amistad ebria y vital de alguien a la que casi nunca le importó lo que dijeran. Algo a lo que agarrarse en los días en los que el mundo resulta demasiado gris.

Once a lived a life of a millionaire, 
Spendin' my money, I didn't care
I carried my friends out for a good time,
Buying bootleg liquor, champagne and wine 
 
Then I begin to fall so low, 
I didn't have a friend and no place to go 
So if I ever get my hand on a dollar again, 
I'm gonna hold on to it 'til them eagles grin  

Nobody knows you, when you are down and out
In my pocket not one penny, 
And my friends I haven't any

De alguna manera Bessie Smith, sus canciones, su historia, decían aquello que otros no querían oír. Dibujaban la huella nunca borrada de ese sur salvaje y racista. Denunciaban los callejones sin salida del amor romántico. Servían de antídoto contra la soledad que todos hemos sentido alguna vez. Aunque tildado con frecuencia de deprimente, no hay mejor terapia que escuchar un disco de blues. Especialmente uno de Bessie Smith. Nadie suena tan real, tan honesta, tan humana como ella. Bessie, como todos los que vivieron una vida que merece ser vivida, fue feliz y desdichada al mismo tiempo. Disfrutó del trayecto y la carretera y sufrió el maltrato machista en sus propias carnes. Presumió de fama en los joints más sórdidos de los barrios negros mientras la población blanca la veía como un entretenimiento demasiado pecaminoso para mencionar en alto. Ay, la hipocresía. Bessie Smith lo sabía y por eso nunca se mordió la lengua. O al menos eso cuentan algunas de las leyendas que circulan en alguna de las biografías sobre la cantante.

No es el caso de la de Jackie Kay. La autora escocesa prefiere imaginar sin embellecer, preguntar sin necesidad de aleccionar. Decíamos que la vida de los cantantes de blues está plagada de mitos y exageraciones. Un hueco que muchos han aprovechado para colar su versión maniquea de la historia. Los buenos y los malos. Los amos y sus víctimas. Kay, consciente de la trampa, prefiere tirar de imaginación. Bessie Smith es una carta de amor a ese fantasma que sonreía en la portada de Any Woman's Blues, el disco que cambiaría la vida de aquella niña negra, bollera y de Glasgow con apenas doce años. Bessie Smith es literalmente una carta de amor. Entre fábulas y apuntes biográficos, la autora incluye alguna de las misivas que hubiese escrito a la cantante de no haberse muerto hace casi ochenta años, imaginando una suerte de diálogo directo con la artista de los ojos oscuros. Algo que algunos criticarán como simple ejercicio de fanatismo. Sinceramente: ojalá todos fuéramos tan fanáticos como Kay. Ojalá todos escribiéramos con la franqueza y la sinceridad y las dudas y el amor por nuestros héroes que desprende Bessie Smith de Jackie Kay.


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