29/3/21

Simon & Garfunkel: viejos aromas, nuevos horizontes

Aunque la pareja de Queens alcanzaría cotas más altas y a buen seguro más aplaudidas, su tercer disco terminaría convirtiéndose en un callejero de todas las avenidas sonoras abiertas por el dúo en aquellos cinco años de aventura conjunta. Bajo aquel título de aroma a campiña y receta casera -Parsley, Sage, Rosemary & Thyme- se escondía una rosa de los vientos apuntando en todas direcciones. Un surtido quizás un tanto irregular, sin canciones tan recordadas por la memoria colectiva como Mrs. Robinson o Sounds of Silence, pero con suficiente empaque como para reclamar su lugar propio en el canon Simon & Garfunkel. La encrucijada antes del reconocimiento universal.

Parsley, Sage, Rosemary & Sage se presentaba como una colección de música que “lidia con el significado de la vida sin ser una simple recolección balbuceante de imágenes tomadas de un mundo de fantasía y sueño”, según rezaba la contraportada de cartón. Ni el inocente folk de café universitario de su debut ni el dramatismo de Bridge Over Troubled Water, último capítulo del dúo antes de que Paul Simon iniciara una andadura en solitario que lo consagraría como uno de los mejores escritores de canciones de los setenta y -por ende- de la historia de la música popular. Algo a mitad de camino, tal vez menos directo, de apariencia menor a primera vista, pero que premiaba al oyente atento. Un álbum en el que a las armonías vocales 'marca de la casa' se unían el songbook centenario, el pop caleidoscópico de la época y hasta la caricatura dylaniana. Presente, pasado y futuro. El espíritu centrifugador del año 66 pasado por el filtro folk-rock de la pareja neoyorquina.

A diferencia de su predecesor, ensamblado en torno al éxito inesperado de Sounds of Silence -en su versión eléctrica, por supuesto-, Parsley, Sage, Rosemary & Sage tiene el poso de lo planeado. Un intento por parte del dúo de Queens de subirse al tren de lo inmediato, dejando a un lado el sonido más canónico del revival folk, enterrado por los mismos que lo habían elevado a moda del momento apenas un par de años atrás. Tres meses de estudio junto a Bob Johnston, que durante aquellos primeros compases de 1966 alternaría labores de producción entre este Parsley, Sage, Rosemary & Sage y el doble de mercurio rubio de Dylan, darían como resultado una docena de canciones que sugerían sin terminar de romper el molde. Que quede claro: esto no es Blonde on Blonde. Ni lo pretende. Pero algo de ese espíritu irreverente, libre de ataduras, termina colándose en la mezcla. Por primera vez los de Queen se permiten pensar fuera de lo inevitable.

Quizás en un intento por esconder sus verdaderas intenciones, el lote abre con una composición tomada del baúl tradicional. La hipnótica brisa de Scarborough Fair no sólo ponía título a aquel álbum con su estribillo aromático, sino que, con su arreglos barrocos, nos trasladaba directamente al frondoso bosque del folk británico. Una fábula de tintes medievales que terminaría apareciendo, junto a la archiconocida Mrs. Robinson, en la banda sonora de El Graduado. Imposible no asociarla a aquellas escenas de la cinta en las que un desnortado Dustin Hoffman busca salida a sus cuitas morales de joven adulto. Scarborough Fair es meditación trascendental y viaje astral. Un oasis verde dentro de una jungla de sensaciones. Sin ir más lejos la continuación en el disco -Patterns- podría pasar como canto hippy de no ser por aquella guitarra de trastes gruesos y esas percusiones tribales que no hubieran desentonado en un disco de Richie Havens. Demasiado exótico para Paul y Arthur.

De intenciones pacificadoras, Cloudy y The 59th Street Bridge Song ponen el contrapeso ligero al álbum. “Slow down, you move too fast / You got to make the morning last / Just kicking down the cobblestones / Looking for fun and feeling groovy” no parecían versos escritos por la misma pareja de músicos que meses atrás se habían convertido -sin quererlo, eso sí- en reporteros del conflicto nuclear con su “canto al silencio”. Cierto es que Simon nunca fue ni Guthrie ni Seeger. Tampoco el tipo más hip y cool de la Gran Manzana. Tanto que en canciones como A Simple Desultory Philippic se permite el lujo de caricaturizar el gracejo dylanita sin rubor -”He's so unhip that when you say Dylan / He thinks you're talking about Dylan Thomas”-. Menos conseguido, el intento de mezclar el espíritu navideño y el boletín de guerra en 7 O'clock News/Silent Night puede sonar atrevido a la primera escucha, pero el asombro da paso al desconcierto en apenas unos segundos.

Parsley, Sage, Rosemary & Thyme funciona, claro, cuando Simon deja de intentar ser profeta o cazador de tendencias y se rinde al embrujo de la canción. Lo que mejor sabe hacer, vaya. For Emily, Whenever I May Find Her recrea los paisajes de Scarborough Fair para convertirse en la gran sorpresa inesperada del lote. Una simple carta de amor que no habría desencajado en los instantes más acústicos de los discos de Jefferson Airplane. The Dangling Conversation recurre a los arreglos de cuerda para narrar aquella novela rosa un tanto relamida e intelectual -”Like a poem poorly written / we are verses out of rhythm”-. Pero la verdadera joya del lote es sin duda Homeward Bound. La épica del one-way ticket, el equilibrio perfecto entre drama y emoción y esas notas iniciales inciertas y cargadas de esperanza redondean estos ciento cincuenta segundos eternos. Simon & Garfunkel firmarían canciones tan buenas, pero nunca mejores que esta. Igualmente, el dúo de Queens publicaría álbumes seguramente más recordados, vitoreados, plagiados. Pero nunca tan excitantes y refrescantes como este Parsley, Sage, Rosemary & Thyme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario