El tiempo ha sido caprichoso con el bueno de Bill Fay. Con dos discos en la aurora de los setenta, olvidados por la mayoría, rescatados años más tarde del polvo del olvido, su música parecía haber quedado anclada en ese pasado remoto reservado a nostálgicos y soñadores. No había dicho el músico inglés su última palabra.
Nadie se imaginaba que cuarenta y un año después Fay regresara sin más excusa que un puñado de canciones. Lo curioso del asunto es que, lejos de traernos a un “nuevo” Fay, menos ingenuo, más sabio, aquel disco de 2012 parecía mantener ese mismo tono de homilía terrenal que el propio Bill había practicado en sus obras de juventud. Como si el tiempo nunca hubiera pasado, en Life Is People Fay seguía hablando de los mismos temas, rezando en los mismos altares, viviendo esa misma vida sencilla al norte de Londres. Puede que por el rostro del británico asomaran algunas arrugas o que ya fuera imposible imaginarle sin esa mirada epicúrea, pensativa. La voz, más quebrada, seguía manteniendo el mismo coraje de antaño.
La buena nueva no se hizo de rogar y a este regreso inesperado le seguirían dos secuelas más. Who Is The Sender?, más barroco y afectado, editado en 2015. Y el reciente Countless Branches, austero en sus formas y celestial en su mensaje. Entre medias apenas un puñado de entrevistas y una aparición en el programa de Jools Holland interpretando a solas The Never Ending Happening, canción incluida en Life Is People. Poco más. Lejos de aprovechar el regreso a los teletipos y a la tinta de las revistas el británico prefirió mantenerse en la sombra, evitar cualquier tentación de convertirse en el nuevo Sixto Rodríguez. Su semblante siempre fue otro. Como confesaba en su último disco: “Permaneceré aquí / entre las colinas de mi juventud / Me quedaré aquí / y buscaré la verdad oculta entre los espinos / y las flores que florecen / No, no viajaré al otro lado del mundo”.
Lo que pocos saben es que entre aquellos álbumes de juventud y esta trilogía de madurez la llama se mantuvo siempre encendida. Nunca paró Bill Fay de componer esas canciones sanadoras. Lo atestigua la reciente reedición de Still Some Light, recopilación que recupera aquel tiempo perdido. Dos volúmenes en total, de los cuales el primero se consagra por completo a tomas primigenias de sus piezas de los setenta. El segundo documenta por su parte esas composiciones que el bueno Fay iría recogiendo en sus años en la penumbra, finalmente pasadas a cinta en 2009. Un cofre lleno de reliquias para el pequeño y fervoroso grupo de parroquianos que seguimos viendo en el músico británico a nuestro profeta de lo cotidiano y lo menor. Los años pasarán y estas canciones permanecerán. Os lo aseguro.
Como en el título de la reciente canción de Fay, nos llenamos de gozo y asombro escuchando de nuevo estas grabaciones polvorientas. A mitad de camino entre la toma espuria y el espíritu maquetero, van desfilando por este Still Some Light canciones ya conocidas y otras que habían permanecido ocultas hasta la fecha. En el primer lote destacan una arrolladora Release Is In The Eye o una fantasmagórica Tell It Like It Is. Sing Us One Of Your Songs, May, una de nuestras favoritas del debut de 1970, mantiene el tono de elegía a pesar de perder la pompa fúnebre de los redobles militares. Inside The Keeper's Pantry y Pictures of Adolf Again suenan casi idénticas a su forma final. Emocionan de igual manera. También Dust Filled Room, ta vez la canción que mejor resume la escritura de Fay. Sencilla, llena de ternura, paciente. Cierra el primer volumen una toma de I Hear You Calling que pone la voz de Fay al frente. “I hear you calling from the riverbank...”
Pero es, como es de esperar, en ese conjunto de composiciones inéditas donde el seguidor de Fay encontrará mayores satisfacciones. Canciones como la bucólica Backwoods Maze, la dramática Sun Is Bored o una There's A Price Upon My Head que acciona los mismos resortes emocionales que Tiny, descarte del reciente Countless Branches. El comienzo de Just To Be A Part recrea en cambio los primeros acordes de la añeja Laughing Man, uno de los cortes de Time of The Last Persecution. Con Arnold Is A Simple Man el londinense retoma el pincel de retratista que ya había practicado en Dust Filled Room. Love Is The Tune confirma lo que ya muchos sospechábamos: que el amor siempre fue el verdadero motor de la obra de Fay. Un amor universal, sin fisuras ni peros.
Para el segundo lote de canciones, el grabado por el propio músico en su hogar a finales de los dosmil, el londinense se refugia en la soledad de la voz y los teclados. De nuevo Fay mezcla canciones que irían apareciendo en sus discos postreros -War Machine, City of Dreams, I Will Remain Here- con piezas descatalogadas hasta la fecha. Be At Peace With Yourself, un ejemplo de lo primero, sigue encogiendo el alma. There Is A Valley aparecería más tarde en el mencionado Life Is People donde Fay compartiría micrófono con Jeff Tweedy en This World. Aquí, arropada por la producción casera del londinense, hace relucir el brío luminoso de aquella toma final. Peace On Earth, con un único verso acabado en signo de interrogación -”¿cuándo habrá paz en la tierra?”-, desnuda el mensaje pacifista de un cancionero que siempre mantuvo el compromiso con los justos.
Una curiosidad cierra este segundo volumen. Firmada e interpretada por John Fay, hermano de nuestro protagonista, I wonder sirve como abrazo familiar y como homenaje a ese espíritu hogareño que siempre desprendieron las grabaciones de Bill. Cuenta el propio músico en el texto que acompaña a Still Some Light que con quince años él y John solían turnarse al piano y la guitarra mientras interpretaban canciones de Little Richard y Ricky Nelson. Lejos quedaban los sueños de entrar algún día en un estudio de grabación. Tal vez por ello Fay sea el primero en sorprenderse al recordar el camino quijotesco de sus canciones. El chispazo irrepetible de los discos para la Decca de 1970 y 1971, el intento fallido de retomar el pulso a finales de los setenta, el ostracismo de los años en el olvido, la recuperación paulatina de una figura querida por muchos y el regreso sereno aya en nuestros días.
Llegados al final sólo queda recrearse en la diosa fortuna. Este medio centenar de cortes recogen el legado de un tipo que, con suerte, seguirá viviendo por muchos años esa vida sencilla al norte del Támesis. Quizás le queden unos cuantos discos más en el horizonte. Quizás no. El tiempo, caprichoso siempre con el bueno de Bill Fay, decidirá por cada uno de nosotros. Una cosa es segura: las canciones de Bill Fay, estas y las que vendrán, seguirán ahí. Lo atestigua el propio Fay en el libreto de Still Some Light, donde se deshace en agradecimientos con todos aquellos que han mantenido y siguen manteniendo el interés por su música. Es este, el cariño por estas canciones, las que justifican una reedición que ya tardaba demasiado en llegar. Háganse con ella si todavía creen en los milagros.
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