Tirar del hilo de las canciones hasta encontrar el nudo invisible que une unas con otras. Encontrar ese filo dorado que hace que una melodía siga arañándonos. Remover la tierra una y otra vez. Volver a asombrarse con lo desconocido. De eso se trata a fin de cuentas si hablamos de música.
Bien lo sabe Jake Xerxes Fussell, que desde hace unos años ha compaginado su labor como folclorista con la grabación de varios discos en los que interpreta sus hallazgos en el catálogo de la tradición sonora yankee. Una tarea que no es nueva, pero que parecía haber quedado en desuso en los últimos años. Con su semblante relajado y esa manera única de abrazar a los clásicos, el de Georgia parece seguir los pasos de Alan Lomax en esa aventura por reconciliarnos con una tradición que, lejos de sonar caduca, tiene mucho que decir en este mundo a punto de quebrar. Si una canción compuesta hace dos siglos todavía es capaz de decirnos algo, puede que no todo está perdido.
El problema cuando escarbamos en el pasado es, claro, por dónde empezar. Qué canciones elegir y cuáles obviar. Jake Xerxes Fussell lo tiene claro. “Las que me emocionen”. Ocurre por ejemplo con Run Mills Are Burning Down, una de las piezas incluidas en su último disco y que el norteamericano llevaba tocando desde su adolescencia. Cuentan los libros que la primera grabación que se conserva de esta composición data de 1965 y se la debemos a John Cohen, miembro fundador de los míticos New Lost City Ramblers, que tuvo la suerte de oírsela cantar a George Landers.
La canción sin embargo viene de más atrás y hunde sus raíces en la época de la Revolución Industrial. Turbulenta, despiadada incluso, sus versos documentan las miserables condiciones de vida de esa nueva clase obrera que comenzaba a formarse a comienzos del siglo XIX. Jake Xerxes Fussell consigue sin embargo que bajo esa crueldad asome la compasión y la ternura. El traqueteo sosegado de los versos acompasado con el giro de aquellos molinos centenarios hacen de Run Mills Are Burning Down un pasaje único.
Carriebelle, tonada dulce que esconde bajo su piel el sufrimiento de todo un continente, produce un efecto similar. Mitad work song, mitad canción de amor, en esta ocasión son los arreglos de viento los que ayudan a pasar el trago. Un recurso que se repite en varias de las canciones de Good and Green Again. Más acústico y áspero, el trovador norteamericano se ha apoyado en el guitarrista James Elkington para producir su cuarto trabajo. Él es el encargado de poner alguna de las notas de color -dobro, piano, mandolina- en un disco que transcurre entre lo bucólico y lo reverencial. Siempre al ritmo cadencioso de la guitarra del propio Fussell.
Tanto es así que en varias ocasiones es ella, sin necesidad del concurso de la voz del propio intérprete, la que conduce el conjunto. Las netamente instrumentales Florida, In Frolic y What Did the Hen Duck Say to the Drake? inauguran el cancionero de Fussell, que hasta ahora sólo había incluido canciones ajenas en sus disco. También alivian el peso de un álbum hondo en lo lírico. Love Farewell, en la que el autor comparte micrófono con Bonnie Prince Billy, recrea por ejemplo los ambientes bélicos con el rugido de los cañones sonando de fondo. Breast of Glass devuelve en cambio al de Georgia al territorio virgen de sus primeros registros. Apacible, recostado sobre la cubierta de ese barco que tan pronto surca las aguas del golfo de México como hace escala en el Londres victoriano. Con Fussell cada canción es una aventura.
En Washington el músico se atreve a poner música a un poema inscrito en una alfombra de 1890, confirmando de paso que cualquier excusa es buena para comenzar una canción. Dedicada al general Washington, ella es la encargada de cerrar un álbum que tiene en la inabarcable The Golden Willow Tree su nudo central. Su corazón y el camino a seguir. Nueve minutos cargados de intensidad acústica en los que el intérprete recupera la temática marinera que ya había practicado en canciones como The River St. Johns o St. Brendan's Isle.
En ella se cuenta la épica historia del barco del 'sauce blanco' que acabaría en el fondo del mar por culpa de la avaricia de su capitán. El relato transcurre de la siguiente manera: a punto de ser capturado por otro buque, uno de los miembros más jóvenes de la tripulación del Golden Willow Tree se ofrece a hundir el navío. A cambio el capitán le ofrece una copiosa recompensa en la que se incluye la mano de su hija. El joven marinero cumple con su misión, pero el general traiciona su parte del trato y nuestro héroe termina muriendo en cubierta. O acaba saboteando el propio Golden Willow Tree, según cuentan otras versiones. O, como ocurre en alguna ocasión, recibe parte de la recompensa, aunque no la mano de la hija del capitán, lo cual provoca la ira del marinero. O, como en las lecturas más trágicas de la fábula, simplemente se ahoga antes siquiera de alcanzar el Golden Willow Tree.
Sea cual sea la versión escogida, es ese final amargo, cargado de un mensaje que traspasa los estrictos límites costeros, el que ha hecho que la canción haya recorrido ya casi un siglo de música a ambos lados del Atlántico. La legendaria Carter Family la grabaría por primera vez en 1935 bajo el título de Sinking In The Lonesome Sea. Los Almanac Singers de Peeter Seeger y Woody Guthrie la incluirían en su colección de 'canciones del mar profundo y baladas balleneras'. Los ya mencionadas New Lost City Ramblers recuperarían la versión de la Carter Family ya en los sesenta. Odetta y Bob Dylan en cambio rescatarían el título alternativo de la canción: The Golden Vanity. Martin Simpson incluso lo usaría para dar nombre a su debut de 1976. Aunque estoy seguro que a Jake Xerxes Fussell le hubiera encantado el nombre con el que bautizaría su versión John Roberts: The Weeping Willow Tree.
Nosotros nos quedamos con la versión incluida en Good and Green Again. Un álbum que araña y nos agita por dentro. Que remueve el pasado. No con la intención de reescribirlo. Tampoco con la presuntuosa tarea de servirnos de lección. El pasado, pasado es. Ahí está para el que quiera recogerlo de la tierra o rescatarlo de los libros de Historia. Las fábulas que cuentan estas canciones nos recuerdan que hubo un tiempo en el que la gente trabajaba y sufría y luchaba y se enamoraba y alguno incluso moría por amor. O simplemente moría de viejo. Que es un poco a lo que puede uno aspirar en esta vida. A vivir y a escuchar canciones tan emocionantes como las de Jake Xerxes Fussell.
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