A mediados de los noventa nadie parecía acordarse ya de
Waylon Jennings. Los días dorados del country eran historia y
aquel grupo de forajidos que tambalearon la ciudad de Nashville a
comienzos de los setenta se había hecho viejo o, en el peor de los
casos, había pasado a mejor vida. Sin embargo, en plena eclosión
del grunge y la música alternativa, todavía había músicos
que reivindicaban el legado de Hank Williams y Johnny Cash.
Jóvenes que cabalgaban con una guitarra al hombro entre las
carreteras perdidas del sur de Estados Unidos y las grandes urbes del
norte. Country con espíritu adolescente, como el que habían
facturado Gram Parsons o el propio Jennings cuando se
atrevieron a juntar la tradición rural con el espíritu desenfadado
del rock&roll. Sangre nueva para una música que, a pesar de lo
que puedan decir las revistas de tendencias, sigue teniendo pies de
plomo.
Aquella raíces habían vuelto a brotar
gracias al empuje de grupos como Uncle Tupelo, The Jayhawks o
Blue Mountain. Rock con memoria, sin miedo a mancharse las
botas de polvo cuando la canción lo requería. Coordenadas por las
que transitaba también Hitchhike to Rhome, debut discográfico de
Old 97's. Cuatro músicos de Dallas que fomentaban su fama de
forajidos con aquellas melodías empapadas de bluegrass y
ardor sureño. Pronto su directo les daría la llave de entrada a
Bloodshot Records, convertida en casa residente del nuevo
aliento country. Aunque no sería la única puerta que se abriría
para ellos.
Corre el año 1996 y Waylon Jennings
se encuentra enfrascado en la que, a la postre, se convertiría en su
última gran gira. Superada aquella fama de músico fuera de la ley
de comienzos de los setenta, el bardo de Texas saborea las mieles del
éxito con más de medio siglo de vida a sus espaldas. Sin embargo, a
pesar de que sus conciertos se cuentan por llenos, a nadie parece
interesarle sus nuevas canciones. El artista que había retratado el
sur más triste y desolador, el desierto a medianoche en el que
héroes y villanos se dan de la mano, tiene que conformarse con un
público que sólo quiere escuchar sus viejos singles. Tozudo,
consciente de lo que vale el éxito, Jennings decide darle un último
trago a la vida.
Siempre en búsqueda de nuevos aliados,
el tejano se topa un día, casi por casualidad, con aquellos cuatro
músicos de Dallas que responden al nombre de Old 97's.
Bandoleros que disfrutan de tocar noche tras noche en garitos de
segunda, allí donde el viejo estilo de Merle Haggard fluye
lejos del radar de las grandes corporaciones. Aquel espíritu libre y
salvaje, puro rock&roll, no es más que el tributo que los
jóvenes músicos hacen a pioneros como Townes Van Zandt o
Billy Joe Shaver. Con veinte años de diferencia, claro. Dos
décadas que, para un músico castigado por la carretera y los
excesos, pueden convertirse en una losa. Jennings, aquejado de los
males de la edad y la nicotina, llevaba tiempo planeando su retirada
de los grandes escenarios, consciente de que debía dedicar sus
últimos años a una familia que había abandonado por una vida de
asfalto y noches en vela. Sin embargo, aquel descubrimiento tardío
bien merecía un último esfuerzo.
Después de leer el texto que el tejano
les dedica en The Austin Chronicle, Rhett Miller, líder
de Old 97's, decide ponerse en contacto con Jennings. La idea
de invitarle a grabar ya le ronda por la cabeza. Un sueño, una
posibilidad remota. La sorpresa llega cuando el veterano artista,
lejos de su previsible fachada de estrella del country, decide acudir
a la llamada. Al instante se reserva un estudio para registrar unas
cuantas canciones de Old 97's con la voz de Jennings en primer
plano.
Sin embargo, pasan los meses y nada se
sabe de aquellas sesiones. Mientras Old 97's continúan con
sus giras, Jennings anuncia su intención de abandonar buena parte de
su actividad musical en beneficio de la educación de su hijo.
Precisamente tendrá que ser Shooter Jennings, otro de sus
hijos, el que termine por recuperar aquellas grabaciones perdidas 16
años después. Un disco de pequeñas dimensiones (apenas seis
canciones, de las cuales sólo dos cuentan con ambos participantes)
en el que encontramos a Jennings creando escuela con su voz de cowboy
clásico mientras Old 97's insuflan aliento sureño. Cuatro
ángeles llevando en volandas al veterano artista, como muestra la
portada del álbum. Enérgica banda de acompañamiento para un
Jennings que presume de clase entre ferrocarriles y polvo. Como un
Johnny Cash cruzándose con un torbellino punk, Iron Road
abre un EP que se completa con The Other Shoe -balada que
ya había aparecido en el segundo disco de la banda- y otras cuatro
demos de canciones de Old 97's. Por desgracia nos quedamos con
las ganas de saber cómo habría sonado un elepé al completo con
ambos protagonistas. Sin embargo, siempre nos quedarán esa dos joyas
cortadas al vuelo, recuerdo de un encuentro que alumbra una verdad:
nunca mates al padre si puedes terminar juntándote con él.
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