Escaleras abajo las lavadoras dan
vueltas día y noche. Mientras, en el piso de arriba, son el piano y
la guitarra de Kelley Stoltz los que ponen banda sonora al bloque de
pisos. Estamos en el barrio de Mission, en pleno corazón de la
soleada Frisco, lugar de residencia de este músico que un día
acompañó al malogrado Jeff Buckley durante su aventura neoyorquina.
Dejada atrás la bohemia de la costa este, Stoltz ha dedicado sus
últimos años a construir una pequeña factoría musical,
convirtiéndose de manera casi accidental en pionero de toda una
nueva generación de jóvenes músicos californianos. Él fue el
primero en reivindicar con fuerza aquellas raíces olvidadas por el
tiempo. Brian Wilson y los rincones olvidados de Nuggets. Psicodelia
y pop. Fuzz y guitarras tostadas. Espíritu amateur lejos de las
discográficas de relumbrón.
Los discos de Kelley Stoltz parecen el
bocado perfecto para el oyente melómano, capaz de picotear en épocas
y estilos sin miedo a reivindicar nombres aparentemente alejadas en
el tiempo y el espacio. No obstante no hay que olvidar su tercer
trabajo consistía en una recreación de principio a fin del
Crocodiles de Echo & The Bunnymen. Una banda que nadie esperaría
en la cartera de influencias de un músico que siempre se ha movido
en territorios más soleados y melódicos. Sin embargo, ahí reside
la grandeza de Stoltz, capaz de firmar una tonada de folk sepia y al
instante siguiente insuflar vida a una melodía de pop-rock resultón.
Su falta de complejos podría servir de lección a más de uno en
estos tiempos de autenticidad impostada y revivals de cartón.
Por suerte, el norteamericano nunca ha
pretendido sentar cátedra. En sus grabaciones caseras, compuestas,
interpretadas y facturadas por él mismo en su casa-estudio, siempre
permanece el sonido redondo y desenfadado de lo hecho a la primera
toma, sin darle muchas vueltas. Canciones al servicio de la melodía.
La manera más sencilla de alcanzar la tonada perfecta. Un credo al
que se han unido también otros vecinos “ilustres” de la ciudad.
The Fresh & Onlys, Sonny & The Sunsets y Ty Segall han
seguido las enseñanzas de maestro Stoltz, convirtiéndose en
embajadores de esa antigua manera de hacer música. Esto es,
juntándose unos cuantos amigos a ver qué surge. Conformando, de
esta manera, una pequeña escena subterránea de rock afilado y pop
luminoso con el sello Frisco al frente.
No es sólo que todos ellos compartan
afinidades sonoras, sino que ponen el acento en el aspecto festivo y
comunitario de la música. El propio Stoltz aseguraba hace un tiempo
en una entrevista que cuando decidió mudarse a la ciudad, los
garitos y salas de conciertos estaban copadas por aquella generación
de artistas asociados a la etiqueta del anti-folk. Nombres como Skygreen Leopards,
Devendra Banhart o Joanna Newsom. “Un día vas a un concierto y no
te está permitido hablar” denunciaba el artista. En ese momento
las guitarras afiladas y el groove de una buena batería parecían
vetados para la mayoría del público.
A pesar de ello los primeros pasos en
solitario del compositor seguían teniendo el poso de la nostalgia y
los tempos relajados. Como una especie de Ray Davies melancólico,
los cuatro primeros trabajos de Stoltz se sujetaban en su mayoría en
las teclas de un piano que el californiano convirtió en instrumento
fetiche. Algo que cambió a mediados de la pasada década tras su
gira junto a los Raconteurs de Jack White. Fueron ellos los que le
enseñaron que se podía hacer rock lustroso sin necesidad de perder
la intención pop. De aquella epifanía nacerían Circular Sounds (2008) y
el sobresaliente To Dreamers (2010), empuje final de una carrera que por fin
traspasaría los círculos estrictamente undergrounds. También
surgiría una amistad que ha terminando llevando a Stoltz a firmar
por el sello de Jack White, Third Man Records.
El primer fruto de esta asociación
llegó la pasada temporada bajo el nombre de Double Exposure (2013). Un
álbum que, sin perder la senda marcada por sus anteriores trabajos,
sorprenderá a muchos de los fans del californiano. Melodías
cristalinas, mayores desarrollos y una base rítmica convertida en
protagonista indiscutible del minutaje. Como aquellas lavadoras del
piso de abajo, Kelley Stoltz ha vuelto a agitar su pócima mágica de
pop redondo, psicodelia trotona y rock subterráneo para dar lugar a
una fórmula que se antoja nueva, aunque mantiene las mismas
costuras. Al fin y al cabo, Stoltz siempre será aquel chaval
obsesionado con las viejas mesas de mezclas y los libros con la
palabra 'Beatles' en el lomo.
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