18/2/14

La pócima pop de Kelley Stoltz



Escaleras abajo las lavadoras dan vueltas día y noche. Mientras, en el piso de arriba, son el piano y la guitarra de Kelley Stoltz los que ponen banda sonora al bloque de pisos. Estamos en el barrio de Mission, en pleno corazón de la soleada Frisco, lugar de residencia de este músico que un día acompañó al malogrado Jeff Buckley durante su aventura neoyorquina. Dejada atrás la bohemia de la costa este, Stoltz ha dedicado sus últimos años a construir una pequeña factoría musical, convirtiéndose de manera casi accidental en pionero de toda una nueva generación de jóvenes músicos californianos. Él fue el primero en reivindicar con fuerza aquellas raíces olvidadas por el tiempo. Brian Wilson y los rincones olvidados de Nuggets. Psicodelia y pop. Fuzz y guitarras tostadas. Espíritu amateur lejos de las discográficas de relumbrón.

Los discos de Kelley Stoltz parecen el bocado perfecto para el oyente melómano, capaz de picotear en épocas y estilos sin miedo a reivindicar nombres aparentemente alejadas en el tiempo y el espacio. No obstante no hay que olvidar su tercer trabajo consistía en una recreación de principio a fin del Crocodiles de Echo & The Bunnymen. Una banda que nadie esperaría en la cartera de influencias de un músico que siempre se ha movido en territorios más soleados y melódicos. Sin embargo, ahí reside la grandeza de Stoltz, capaz de firmar una tonada de folk sepia y al instante siguiente insuflar vida a una melodía de pop-rock resultón. Su falta de complejos podría servir de lección a más de uno en estos tiempos de autenticidad impostada y revivals de cartón.

Por suerte, el norteamericano nunca ha pretendido sentar cátedra. En sus grabaciones caseras, compuestas, interpretadas y facturadas por él mismo en su casa-estudio, siempre permanece el sonido redondo y desenfadado de lo hecho a la primera toma, sin darle muchas vueltas. Canciones al servicio de la melodía. La manera más sencilla de alcanzar la tonada perfecta. Un credo al que se han unido también otros vecinos “ilustres” de la ciudad. The Fresh & Onlys, Sonny & The Sunsets y Ty Segall han seguido las enseñanzas de maestro Stoltz, convirtiéndose en embajadores de esa antigua manera de hacer música. Esto es, juntándose unos cuantos amigos a ver qué surge. Conformando, de esta manera, una pequeña escena subterránea de rock afilado y pop luminoso con el sello Frisco al frente.

No es sólo que todos ellos compartan afinidades sonoras, sino que ponen el acento en el aspecto festivo y comunitario de la música. El propio Stoltz aseguraba hace un tiempo en una entrevista que cuando decidió mudarse a la ciudad, los garitos y salas de conciertos estaban copadas por aquella generación de artistas asociados a la etiqueta del anti-folk. Nombres como Skygreen Leopards, Devendra Banhart o Joanna Newsom. “Un día vas a un concierto y no te está permitido hablar” denunciaba el artista. En ese momento las guitarras afiladas y el groove de una buena batería parecían vetados para la mayoría del público.

A pesar de ello los primeros pasos en solitario del compositor seguían teniendo el poso de la nostalgia y los tempos relajados. Como una especie de Ray Davies melancólico, los cuatro primeros trabajos de Stoltz se sujetaban en su mayoría en las teclas de un piano que el californiano convirtió en instrumento fetiche. Algo que cambió a mediados de la pasada década tras su gira junto a los Raconteurs de Jack White. Fueron ellos los que le enseñaron que se podía hacer rock lustroso sin necesidad de perder la intención pop. De aquella epifanía nacerían Circular Sounds (2008) y el sobresaliente To Dreamers (2010), empuje final de una carrera que por fin traspasaría los círculos estrictamente undergrounds. También surgiría una amistad que ha terminando llevando a Stoltz a firmar por el sello de Jack White, Third Man Records.

El primer fruto de esta asociación llegó la pasada temporada bajo el nombre de Double Exposure (2013). Un álbum que, sin perder la senda marcada por sus anteriores trabajos, sorprenderá a muchos de los fans del californiano. Melodías cristalinas, mayores desarrollos y una base rítmica convertida en protagonista indiscutible del minutaje. Como aquellas lavadoras del piso de abajo, Kelley Stoltz ha vuelto a agitar su pócima mágica de pop redondo, psicodelia trotona y rock subterráneo para dar lugar a una fórmula que se antoja nueva, aunque mantiene las mismas costuras. Al fin y al cabo, Stoltz siempre será aquel chaval obsesionado con las viejas mesas de mezclas y los libros con la palabra 'Beatles' en el lomo.

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