23/5/14

Jolie Holland y el aguijón envenenado del blues


"Tóxico como el licor de tus labios o el aguijón feroz de los mejores escorpiones. 
Lo llaman blues, y créeme, electrocuta."
Julio Valdeón en Efe Eme

Hay algo tozudo en el blues. Un instinto de supervivencia inédito en otro géneros del cancionero popular. Sólo así se explica que ese ritmo triste, a ratos jubiloso, casi siempre sentido, arrastre ya cien años de historia. Decía Muddy Waters que “el blues tuvo un hijo y lo llamó rock.” Pues bien, a estas alturas, podríamos decir que el padre se hizo abuelo, tuvo nietos, bisnietos y sigue viviendo plácidamente, pasando las tardes ociosas en su mecedora a orillas del Mississippi. Porque sí, el blues sigue vivito y coleando. Con los achaques propios de la edad. Pero con la robustez justa como para enganchar a unos cuantos generación tras generación. La última en caer rendida a sus pies, Jolie Holland, joven artista tejana que acaba de editar un álbum sumergido en las aguas profundas del sur de Estados Unidos.

A Holland la habíamos cogido la matrícula hace tres temporadas tras la aparición de Paint of Blood, quinta entrega discográfica de una carrera que se había movido con soltura por los terrenos del country más trotón y polvoriento. La sombra de Lucinda Williams planeaba, siempre en el horizonte. No sólo por afinidades estilísticas, sino por una voz que, como en el caso de la de Lousiana, mezclaba gárgaras de miel y whisky a partes iguales. Sin embargo, aquel impulso revisionista de Holland parecía haber tocado techo en el anteriormente mencionado Paint of Blood. Un trabajo de factura perfecta, académico y, por tanto, falto de atributos como para sobresalir en el abultado mercado de la música de raíces. Tocaba mover ficha.

Para su último disco la tejana ha enfilado la autopista 61, rumbo sur, para empaparse de las melodías turbulentas del delta. A su manera, claro. El chorro de voz sigue ahí, en primer plano. Sin embargo, frente a la finura de anteriores entregas, Holland se deja llevar. Tocaba romper el equilibrio, asumir riesgos. Envenenado por el aliento del blues, Wine Dark Sea es un álbum cargado de tormentas eléctricas y galopadas sin domar. Lleno de cortes largos, espesos, no aptos para aquellos que buscan la placidez de una pedal-steel. Ni rastro de las botas con espuelas y los sombreros de ala ancha. Holland se mancha las manos de barro y mojo. Disco para escuchar en las noches lluviosas. O en las mañanas de niebla persistente.

El embrujo, no obstante, le dura a la artista apenas cinco canciones. Acaso demasiado intoxicada por el licor del blues, I Though It Was The Moon cierra una primera cara de esas que dejan un nudo en la garganta. Pasen página. The Love You Save inaugura una segunda mitad en la que Holland abre las ventanas, deja pasar unos cuantos rayos de luz que convierten su arrebato en puro soul. Piensen en una Betty Lavette en sus años mozos, cantando después de una noche demasiado larga. Piensen también en aquella Nina Simone entregada a la poesía vehemente cuando escuchen Palm Wine Drunkard. Escuchen Waiting For The Sun para hacerse una idea de lo que es capaz de hacer Holland cuando decide firmar un tema redondo rodeada de una sección de vientos, al más puro estilo Stax. Tom Waits, declarado fan de la música de la tejana, también sobrevuela la mezcla. Y todo aquel que haya metido los pies hasta el fondo en las tierras encharcadas del sur de Estados Unidos.

El cómputo, no obstante, deja a la larga un poso amargo. Agradecido por ese giro inesperado, el oyente puede tender a sobrevalorar el acabado. Holland no es una cantante de blues, ni de soul. Pero tiene tablas para ello. Clase de sobra para firmar su Tonight's The Night, su joya oscura. El aguijón es profundo, sí. El blues tiene una nueva hija bastarda, una nueva discípula lanzada de cabeza y sin salvavidas a un mar del que es difícil escapar. Cuidado, no se electrocuten.

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