Neil Young, de retiro espiritual en la portada sepia
No es cosa menor el nuevo trabajo del veterano Young, a pesar de las apariencias. Como de costumbre, el canadiense se las arregla para convertir un disco, sobre el papel rutinario, en una pequeña joya. Una muesca más en la discografía de un músico que puede presumir de haber tocado prácticamente todos los palos dentro del rock; desde las aventuras eléctricas junto a Crazy Horse, hasta sus ensoñaciones de trovador norteamericano, pasando por esa vena experimental presente en discos como Trans, Le Noise o incluso, por qué no decirlo, Are You Passionate?. Lo curioso es que, hasta la fecha, el sexagenario no había entregado un disco de estudio a pecho descubierto. Esto es, con la simple ayuda de su voz y su guitarra acústica. Extraño viniendo de un tipo al que casi siempre habíamos retratado a solas, al fondo de un teatro, con sus seis cuerdas y ese tono rasposo y dolorido. A Letter Home, su última referencia, se disfraza de disco de versiones del cancionero folk, pero esconde a un Young de nuevo en el alambre.
Por lo pronto, el artista se deja
acompañar de un peso pesado de la industria como Jack White.
Santificados ambos con el don de la eterna inquietud, la colaboración
entre el ex-White Stripes y el canadiense parecía crónica de una
muerte anunciada. Su filia por el sacrosanto rock de guitarras les
precede. Sin embargo, conscientes de que habría demasiados ojos
puestos en el proyecto, ambos han decidido evitar la tan en boga
figura del joven músico produciendo a la leyenda de la canción
(véase Dan Auerbach haciendo lo propio con Dr. John o el propio Jack
en su trabajo junto a Wanda Jackson). Para ello White y Young se
trajeron a un invitado inesperado: una cabina de grabación de los
años 40, restaurada por el propio Jack White para uso y disfrute de
todo aquel que quiera registrar su voz en los estudios de Third Man
Records.
El acabado final, como era de esperar,
golpea en la cara. Trago fuerte para empezar. Aquel sonido lleno de
grano, sin depurar, echará atrás a más de uno. Ahora que la
palabra retro está en boca de todos, convendría calibrar cuántos
aguantarían una dosis de este licor sin destilar. Young parece
echarse al hombro un puñado de canciones polvorientas, excavadas
directamente de la roca virgen. Dejen a un lado los escrúpulos.
Escupan la arena de la boca. Lo que aquí tenemos es al viejo Woody
Guthrie saliendo por el transistor. Un hilo de voz (olvídense por un
momento de los estéreos, los mp3 y demás victorias tecnológicas)
que parece llegar desde lo más hondo de la cuneta. Allí donde sólo
los más valientes se atreven a montar el campamento.
Aquel sonido sin pulir, de alguna
manera, se las ingenia para convertirse en un instrumento más dentro
un álbum que, de otra manera, hubiera estado condenado a las
estanterías de saldo y olvido. Ya se sabe, los discos con material
ajeno nunca estuvieron muy bien vistos entre los rastreadores de
autenticidad. El propio Young padeció el fenómeno hace un par de
años con Americanama, un álbum que, de no haber sido porque
anunciaba la primera colaboración entre el canadiense y Crazy Horse
en una década, hubiera sido recibido con indiferencia. Tras el
revés, la respuesta de Young no se hizo esperar. Meses después el
artista editaba el colosal Psychedelic Pill, obra magna en la
discografía de un músico con diamantes de sobra en el joyero.
Ahora, azuzado por ese carácter
indómito, Young contraataca con un trabajo sobrio en las formas,
hijo de una gira en la que el artista está recuperando clásicos de
su repertorio extraídos de After The Gold Rush y Harvest. Claro que,
A Letter Home, escarba muchos atrás. Buena parte de las canciones
escogidas por el músico superan el medio siglo girando en los
tocadiscos. Desde el clásico de Dylan, Girl From The North Country
(la edición especial del disco anuncia también una revisión de
Blowin' In The Wind), pasando por Reason To Believe de Tim Hardin o
composiciones de Bert Jansch y Gordon Lightfoot. Nombres que
aparecerían, todos ellos, en un recopilatorio al uso dedicado al folk
de los sesenta. Y es que la intención de Young, en este caso, no ha
sido el sumergirse entre valijas y rincones oscuros del sótano
musical, sino recuperar las tonadas con las que creció en la gélida
Winnipeg, al norte del continente americano.
El foco, a fin de cuentas, apunta
directamente al propio Neil y a sus interpretaciones del material con
el que dispone. Desgastadas hasta la saciedad por infinidad de
lecturas y relecturas, aquellos clásicos de la melodía desnuda sólo
dejan, a estas alturas, dos opciones para el osado que quiera
versionarlas. O disfrazarlas a gusto del intérprete o dejarlas tal
cual están, respetando la toma original. Una opción, esta última,
que parece primar en A Letter Home. Constreñido por las limitaciones
tecnológicas de la grabación, a Neil no le ha quedado más remedio
que retomar las composiciones a calzón quitado, reduciéndolas a la
mínima expresión, tal cual fueron escritas. Es el caso de Girl From
The North Country, que silba cual tonada marinera, o un Needle Of
Death (original de Berst Jansch) que estremece de bella. Quizás por
ello, en la segunda cara del vinilo el canadiense decide ampliar la
paleta, acaso temeroso de caer en la monotonía. El propio Jack White
se autoinvita al retiro espiritual de Young, añadiendo voz y piano a
On The Road Again (el corte más movido y rockero del lote) y dejando
las teclas a disposición de un Neil, que parece retomar la inocencia
pop de After The Gold Rush en una memorable interpretación de Reason
To Believe, el himno de Tim Hardin.
El cómputo global arroja luces y
sombras. Escalofríos y momentos rutinarios. Inevitable en un álbum
de material ajeno, siempre difícil de encajar en un tipo con un
universo tan propio como Neil Young. En cualquier caso, la
satisfacción por el trabajo bien hecho queda ahí. Como un
recordatorio de que mereció la pena el esfuerzo. Especialmente para
el propio autor que, lejos de sacar pecho, confirma la modestia del
proyecto con esa carta inicial que abre la rodaja. Allí, el veterano
artista aprovecha la oportunidad que le ofrece la vieja cabina de
grabación para acordarse de su madre, de su infancia y hasta del
sufrido hombre del tiempo. Parece que el viejo Young le está
cogiendo el gusto a esto de escarbar en el pasado. A la edición hace
unos meses de sus memorias (Waging Heavy Peace: A Hippie Dream,
recientemente traducido al castellano), se une ahora este A Letter
Home, último volumen de una serie de discos de carácter sobrio
(Silver & Gold, Prairie Wind, Chrome Dreams II) que, como viene
siendo tradición en los últimos años, sirven al canadiense para
hacer inventario, ponerse la capa nostálgica y recostarse en brazos
de la memoria. La mala leche, qué duda cabe, conviene siempre
administrarla acompañada de buenas dosis de electricidad.
Así que, antes de lanzar los reproches
de turno, háganse a la idea. A Letter Home es una obra pequeña en
la formas, un capricho disfrazado de regalo para los seguidores del
canadiense. Con él, Young parece haber querido compartir una antigua
foto de familia. Ajada por el tiempo, con ese punto casi cómico y
nostálgico que siempre tiene asomarse al viejo álbum de nuestra
pubertad. Allí, el músico se retrata junto a unos cuantos amigos de
infancia, maestros en el noble arte de la canción. Un panteón sin
grandes florituras, con nombres de sobra conocidos, pero con la
honestidad suficiente como para poder ser contemplado de vez en
cuando y recordar que, en algún momento, todos fuimos (más)
jóvenes. Digno elogio de tiempos mejores.
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