3/5/14

Volver a casa con The Fakeband

The Fakeband retratados por Rock In Focus

Decía hace un tiempo Quique González que, pasará lo que pasará, él seguiría escribiendo canciones, Aunque el destino le tuviera guardado un lugar delante de un piano de hotel barato con un chaqué de pega. “Tócala otra vez, Quique”. La anécdota, cosecha puramente cinéfila, servía para confirmar que hay gente que vive para esto. “No importa que el mundo esté hecho pedazos, siempre nos quedará la música”, parecía mascullar entre líneas el madrileño. “Y qué lo digas”, respondíamos algunos desde el otro lado de la pantalla. No importa que uno termine sus días pescando truchas en los mares del sur o de botones en un hotel cinco estrellas de Manhattan. Al final, siempre quedarán las canciones. Un refugio tan inexpugnable como efímero. Tres minutos de júbilo sin los que, ay, este mundo sería un poco menos habitable.

Inevitablemente la historia de Quique y su piano me hizo recordar lo fastidiadas que están las cosas al otro lado del canal (y a este, aunque no lo parezca). Lo fácil que es verse al borde del precipicio, lo complicado que se hace a veces seguir empujando. Quizás por ello, cualquier buena noticia que llega desde casa siempre es recibida con regocijo. Especialmente cuando viene acompañada de música. Ahora que el oficio de escuchar y contar se ha convertido en profesión de riesgo, conviene alegrarse cada vez que alguien logra hacerse con un hueco en las páginas de los periódicos. Aunque sea por algo tan aparentemente profano como un puñado de canciones.

Lo reconozco, me he vuelto a quedar enredado entre melodías y tonadas. En aquel mundo que alguno se empeña en apagar. “I turn the radio on 25 years ago, and they were playing your song” canta Doug Paisley al abrir su último trabajo. Pudiera ser que aquella canción que escuchaba Doug fuera cualquiera de su excelente nuevo álbum. O una de las que engalanan el debut en solitario del 'rompecorazones' Benmont Tench. Tampoco me extrañaría que de aquel viejo transistor saliera la melodía de A Very Sorry Christmas Day de los New Mendicants. Cortes que no aparecerán entre las siempre rimbombantes listas que cada año cierran el año musical. Ni entre los favoritos de los gurús. Quizás porque, ay, son sólo eso, canciones.

Y es que, conviene hacerse a la idea, en este mundo de listillos y cacharros de última generación ya no queda casi espacio para las buenas cosas. Ni siquiera para dos, tres minutos de simple disfrute. Ahora los discos tienen que venir acompañados de nombres en letras grandes o ediciones especiales en vinilo de terciopelo o ribetes en las solapas. Con esta panorama normal que no nos enteremos de nada. Que dejemos pasar los placeres mundanos. Una botella de vino, una bizcocho recién salido del horno, un buen amigo. Una sensación que se posa en mi cabeza cada vez que escucho a los vizcaínos The Fakeband.

Procedentes de Getxo, este quinteto de músicos lleva iluminando mi salón desde hace unas semanas. Como una bonita carta llegada desde el otro lado del continente. Un recordatorio de que todavía merece la pena seguir manteniendo en la memoria el viejo caserón en el que crecimos. Porque, sí, uno es de la capital, pero siempre tuvo una relación especial con Vizcaya. Con ese Bilbao de cerveceras y tormentas a primera hora de la mañana. Con la ría y el casco viejo. Volviendo a Quique González, aseguraba el artista hace unos días que el norte es siempre un buen lugar para hacer canciones. Y para volver a casa. Sólo allí, donde se sigue amando el rock&roll con locura. Como si fuera la única cosa que todavía no nos han arrebatado. Sólo allí, decía, podía haber nacido algo tan bello y honesto como The Fakeband.

Cinco músicos con callo en las manos, de camisas remangadas y alguna que otra cana, pero con la inocencia suficiente como para echarse al barro y editar un disco. Osadía en estos tiempos. Una colección de canciones intemporales, sin fecha de caducidad ni deudas. Con la reverencia justa a los clásicos. Sí. Por las once canciones de Shining On Everyone revolotea el eco de las armonías de The Jayhawks, de esos primeros Wilco de rabia juvenil, de los Faces y hasta de los Allman Brothers. Pero sobre todo se intuye el brillo de una banda que comprende el noble arte de escribir canciones. De tratar cada composición como si le fuera la vida en ello. O al menos un buen pedazo.

The Fakeband se la han jugado. Y les ha salido una carta ganadora. Un disco rotundo, de melodías dulces y pulidas, pero con la suficiente urgencia para llevar impreso en el lomo la palabra rock&roll. Se tiene o no se tiene, chavales. Hay personas que viven para esto, que decíamos antes. Gente que es capaz de hacer realidad nuestros sueños. Nosotros, que habíamos crecido con Antonio Vega y Los Enemigos, con 091 y Radio Futura, con un país en el que el artista, el músico, el comprador de rodajas sonoras, era tomado como un loco. Nosotros, insisto, volvemos a tener motivos para volver a casa. Aunque sea por una simple canción.

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