The Fakeband retratados por Rock In Focus
Decía hace un tiempo Quique González que, pasará lo que pasará, él seguiría escribiendo canciones,
Aunque el destino le tuviera guardado un lugar delante de un piano de
hotel barato con un chaqué de pega. “Tócala otra vez, Quique”.
La anécdota, cosecha puramente cinéfila, servía para confirmar que
hay gente que vive para esto. “No importa que el mundo esté hecho
pedazos, siempre nos quedará la música”, parecía mascullar entre
líneas el madrileño. “Y qué lo digas”, respondíamos algunos
desde el otro lado de la pantalla. No importa que uno termine sus
días pescando truchas en los mares del sur o de botones en un hotel
cinco estrellas de Manhattan. Al final, siempre quedarán las
canciones. Un refugio tan inexpugnable como efímero. Tres minutos de
júbilo sin los que, ay, este mundo sería un poco menos habitable.
Inevitablemente la historia de Quique y
su piano me hizo recordar lo fastidiadas que están las cosas al otro
lado del canal (y a este, aunque no lo parezca). Lo fácil que es
verse al borde del precipicio, lo complicado que se hace a veces
seguir empujando. Quizás por ello, cualquier buena noticia que llega
desde casa siempre es recibida con regocijo. Especialmente cuando
viene acompañada de música. Ahora que el oficio de escuchar y
contar se ha convertido en profesión de riesgo, conviene alegrarse
cada vez que alguien logra hacerse con un hueco en las páginas de
los periódicos. Aunque sea por algo tan aparentemente profano como
un puñado de canciones.
Lo reconozco, me he vuelto a quedar
enredado entre melodías y tonadas. En aquel mundo que alguno se
empeña en apagar. “I turn the radio on 25 years ago, and they were
playing your song” canta Doug Paisley al abrir su último
trabajo. Pudiera ser que aquella canción que escuchaba Doug fuera
cualquiera de su excelente nuevo álbum. O una de las que engalanan
el debut en solitario del 'rompecorazones' Benmont Tench. Tampoco me
extrañaría que de aquel viejo transistor saliera la melodía de A
Very Sorry Christmas Day de los New Mendicants. Cortes que no
aparecerán entre las siempre rimbombantes listas que cada año
cierran el año musical. Ni entre los favoritos de los gurús. Quizás
porque, ay, son sólo eso, canciones.
Y es que, conviene hacerse a la idea,
en este mundo de listillos y cacharros de última generación ya no
queda casi espacio para las buenas cosas. Ni siquiera para dos, tres
minutos de simple disfrute. Ahora los discos tienen que venir
acompañados de nombres en letras grandes o ediciones especiales en
vinilo de terciopelo o ribetes en las solapas. Con esta panorama
normal que no nos enteremos de nada. Que dejemos pasar los placeres
mundanos. Una botella de vino, una bizcocho recién salido del horno,
un buen amigo. Una sensación que se posa en mi cabeza cada vez que
escucho a los vizcaínos The Fakeband.
Procedentes de Getxo, este quinteto de
músicos lleva iluminando mi salón desde hace unas semanas. Como una
bonita carta llegada desde el otro lado del continente. Un
recordatorio de que todavía merece la pena seguir manteniendo en la memoria el
viejo caserón en el que crecimos. Porque, sí, uno es de la capital,
pero siempre tuvo una relación especial con Vizcaya. Con ese Bilbao
de cerveceras y tormentas a primera hora de la mañana. Con la ría y
el casco viejo. Volviendo a Quique González, aseguraba el artista
hace unos días que el norte es siempre un buen lugar para hacer
canciones. Y para volver a casa. Sólo
allí, donde se sigue amando el rock&roll con locura. Como si
fuera la única cosa que todavía no nos han arrebatado. Sólo allí,
decía, podía haber nacido algo tan bello y honesto como The
Fakeband.
Cinco músicos con callo en las manos,
de camisas remangadas y alguna que otra cana, pero con la inocencia
suficiente como para echarse al barro y editar un disco. Osadía en
estos tiempos. Una colección de canciones intemporales, sin fecha de
caducidad ni deudas. Con la reverencia justa a los clásicos. Sí.
Por las once canciones de Shining On Everyone revolotea el eco de las
armonías de The Jayhawks, de esos primeros Wilco de rabia juvenil,
de los Faces y hasta de los Allman Brothers. Pero sobre todo se
intuye el brillo de una banda que comprende el noble arte de escribir
canciones. De tratar cada composición como si le fuera la vida en
ello. O al menos un buen pedazo.
The Fakeband se la han jugado. Y les ha salido una carta ganadora. Un disco rotundo, de melodías dulces y pulidas, pero con la suficiente urgencia para llevar impreso en el lomo la palabra rock&roll. Se tiene o no se tiene, chavales. Hay personas que viven para esto, que decíamos antes. Gente que es capaz de hacer realidad nuestros sueños. Nosotros, que habíamos crecido con Antonio Vega y Los Enemigos, con 091 y Radio Futura, con un país en el que el artista, el músico, el comprador de rodajas sonoras, era tomado como un loco. Nosotros, insisto, volvemos a tener motivos para volver a casa. Aunque sea por una simple canción.
The Fakeband se la han jugado. Y les ha salido una carta ganadora. Un disco rotundo, de melodías dulces y pulidas, pero con la suficiente urgencia para llevar impreso en el lomo la palabra rock&roll. Se tiene o no se tiene, chavales. Hay personas que viven para esto, que decíamos antes. Gente que es capaz de hacer realidad nuestros sueños. Nosotros, que habíamos crecido con Antonio Vega y Los Enemigos, con 091 y Radio Futura, con un país en el que el artista, el músico, el comprador de rodajas sonoras, era tomado como un loco. Nosotros, insisto, volvemos a tener motivos para volver a casa. Aunque sea por una simple canción.
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