24/7/14

Centro-matic: fragmentos de una ciudad polvorienta


I wish a buck was still silver

It was back when the country was strong

Back before Elvis
Before the Vietnam war came along

Before The Beatles and 'Yesterday'

When a man could still work, still would

The best of the free life behind us now

And are the good times really over for good?

Merle Haggard, Are The Good Times Really Over?


1997 había despertado con malas noticias. Con la primera hoja del calendario todavía en la mano, los teletipos anunciaban la muerte de Townes Van Zandt. El músico tejano, fallecido a los 53 años, había pasado buena parte de su vida en el anonimato, olvidado por una industria poco interesada en sus historias tristes y desnudas. La fortuna, no obstante, le tenía reservada una última carta. Los noventa, esa década modulada por los restos del grunge y el britpop, verían el regreso a los escenarios de un Van Zandt ajado, pero no hundido; ante la atenta mirada de una nueva generación fascinada por el tono pálido y honesto de sus canciones. No sería el único en recorrer el camino de vuelta. En 1994 Johnny Cash editaba el primer volumen de sus American Recordings, puerta de entrada a su éxito de madurez. Desahuciado durante buena parte de los ochenta, el country volvía a sonar en aquellos garajes y sótanos en los que los quinceañeros moldeaban sus sueños. Sin taras nostálgicas, sólo con el convencimiento de que aquellas voces ásperas y polvorientas seguían conteniendo un pedazo de verdad.

El mundo, no obstante, parecía haber dado un vuelco desde que Hank Williams fuera hallado muerto en el asiento trasero de su Cadillac el 1 de Enero de 1953. El campo norteamericano se había convertido en desierto. Esta vez no habían sido las tormentas de arena ni los huracanes económicos. Tan sólo la prosperidad de un país que, a pesar de haber tenido que repensar su lugar en aquellos agitados sesenta, había salido victorioso en la batalla por la Historia. De aquello parecían hablar las 'cintas del sótano' de Dylan y The Band, escondidas bajo llave durante casi una década, por miedo a que aquella mirada por el retrovisor pudiera ser vista como síntoma de traición a los tiempos. El mundo seguía girando y, como anunciaba la célebre canción de Dylan, había que mirar la frente antes de que la corriente te llevara. La tradición, enterrada al fondo del baúl, era cosa del pasado. Los campos de trigo y los ranchos de la llanura, convertidos en objeto de literatura. El americano medio vivía ahora en Chicago y Detroit, a la sombra de fábricas y suburbios de hormigón, allí donde el rock&roll y el soul tomaron el relevo del blues y el C&W en el dial de la FM. Una ciudad caótica, asfixiada entre claxons y tapas de alcantarilla, sumergida bajo túneles por los que terminaría colándose también el sonido oxidado de la música de raíces.

* * * * *


Años 90. La radio, todavía viva, escupe fragmentos de un sonido extraterrestre. Hip-hop, noise, electrónica. Mientras, los walkman de algunos adolescentes se llenan de tonadas tristes, de historias de perdedores y gente sencilla. Nace el country alternativo. Un sonido que, lejos de escarbar en el pasado, actualiza un sentimiento sin fecha de caducidad. Puede que los jóvenes hubieran cambiado las monturas de caballo por los utilitarios de segunda mano o que el paisaje estuviera perfilado por unos bloques de pisos que poco tenían que ver con las antiguas chozas de madera de sus abuelos. Sin embargo, en aquel rincón escorado del mapa, allí donde muchos olvidaron hace tiempo el significado de la palabra progreso, siguen sobreviviendo unos cuantos. Con sus sueños de estrellas del rock y sus tiendas 7/11. Agarrados a una guitarra y un micrófono. Si Woody Guthrie cantaba a los desahuciados de la tierra, Uncle Tupelo lo hacen a los obreros de las fábricas y a los desempleados a tiempo completo. Si Waylon Jennings recitaba aquello de Don't Let Your Babies Grown Up To Be Cowboys, Lucinda Williams maldice el momento en el que se había mudado a la gran ciudad en The Night's Too Long.

Más modestas suenan las fábulas de Will Johnson. Forjadas al calor de cafés de máquina y tiempos muertos entre semestre y semestre universitario, las primeras canciones de este músico de Texas contienen un universo pequeño, casi diminuto. Tanto como el espacio que hay entre las cuatro paredes del ático en el que comienza a grabar su primer trabajo largo. Ayudado por su amigo Matt Pence (reconvertido más tarde en batería de la formación), Johnson registra en el verano de 1997 un puñado de piezas urgentes, cortadas casi a la primera toma, ahorrándose cualquier tipo de ornamento en la producción. De alguna forma, aquel sonido cuatro pistas parece encajar perfectamente en el molde de Centro-matic, nombre bajo el que se presenta por primera vez este joven músico. Su música, áspera, bebe de las fuentes del rock más rugoso. Acordes crudos que nacen de un Johnson a solas con su guitarra eléctrica, apenas asistido por un par de invitados a la hora de grabar. El resultado bien podría recordar a unos Pavement encerrados en el sótano más oscuro. O a unos Weezer agarrados a una botella de bourbon. Las melodías de Guided By Voices, convertidos en paladines del pop más desaliñado, también aparecen como ecos lejanos en aquella buhardilla reconvertida en estudio improvisado.

Sin embargo, para Johnson aquel sonido enrabietado, apenas maquillado, no parece ser un fin en sí mismo. Más bien, resulta ser la única manera en la que su música puede expresarse de manera honesta y sin corsés. Sus historias menores, de apenas dos minutos, entran en tromba, sin grandes alardes ni detalles de cara a la galería. Como si el anonimato de sus personajes no necesitara de grandes presentaciones. No, no busquen largas epopeyas ni tipos para un película de Hollywood. Las figuras de Johnson escarban en el bolsillo de la chaqueta en busca de algunos peniques para coger el último metro. Viven encerrados en la rutina de los turnos de noche y los sueños que nunca se cumplen, agarrados a un sueldo que apenas llega para pagar una habitación barata y un pack de cervezas los sábados por la tarde. En este barrio los héroes y burócratas de la capital hace ya tiempo que se fueron.

Es esa desilusión (verdadero leivmotiv del álbum) la que impide a Johnson superar la segunda estrofa, la que convierte a este disco en un puñado de pedazos apenas unidos por las risas y los clicks que se cuelan por las rendijas entre canción y canción. Fragmentos que funcionan como escenas sueltas, pero que, pegados uno tras otro, albergan una panorámica completa de esa ciudad diminuta a la que Johnson parece evitar poner nombre. Podría ser Denton, su lugar de residencia, o la gélida Seattle, olvidada hasta que alguien decidió emitir un videoclip de Nirvana en la MTV. O cualquier localidad de segunda, de esas que nunca verán su nombre escrito en mayúsculas en el gran mapa norteamericano. Allí, donde el campo comienza a vencer la batalla al asfalto. Allí donde el country se vuelve rock y los fiddles se dejan acompañar por las guitarras enchufadas a un amplificador. Allí donde Gram Parsons perdió la cabeza hasta acabar con sus huesos en Joshua Tree.

Are the good times really over for good? cantaba Merle Haggard en 1982. Como si el de Bakersfield intuyera que los días dorados de Kris Kristofferson y Loretta Lynn y Emmylou Harris fueran tan sólo un recuerdo más. Se equivocaba, por suerte. No sólo todos ellos volvieron a los grandes escenarios, sino que también tuvieron tiempo de descubrir a una nueva generación que llevaba años venerándoles en secreto. Homenajeándoles con historias en las que los forajidos son sustituidos por hombres buscando un sitio en la ciudad y los cadillacs esperan su último adiós en el desguace de la calle 34. Puede que los héroes de cuero se hubieran quedado en la cuneta o que a Dios ya no le importaran un bledo nuestros pecados. Sin embargo, algo de ese espíritu polvoriento, allí donde el día a día quema y la ley se impone por la fuerza, seguía quedando en las canciones. El country había vuelto para quedarse.

* * * * *


Un ático a las afueras de Denton, Texas. El sonido de una cinta comenzando a grabar. Sobre un silbido que sabe a despedida, una voz rumia unos últimos versos. Las únicas palabras que brillan de aquel lamento, como un luminoso marcando los baldosines de la acera, son "cry" y "smile". Y entonces, con una risa cómplice, Johnson pronuncia aquella frase lapidaria: "You're like everyone". Tan sólo el sonido de una viola saca del letargo al cantante que, al acabar la canción, se ve obligado a abandonar la habitación, cerrando la puerta tras de sí. De fondo, el noticiero salta de la tele y Johnson, quizás cansado de seguir cantándole a los perdedores, regresa para entregar unos últimos fotogramas. Take The Original Frame (con el músico casi a solas con su eléctrica, como le gustaba acudir a sus conciertos en aquella época) y Mandatory On The Attack escurren las últimas gotas de rabia. Extenuado tras el viaje, Johnson toma el piano. "Despite what you said we're good as gold". Al cantante de las tonadas tristes todavía le queda un resquicio de esperanza guardado en la chaqueta.        

Mientras Johnson registra las canciones de Redo The Stacks, las emisoras se preparan para la llegada de un nuevo molde que, aunque con casi una década ya en el retrovisor, toma forma en aquella segunda mitad de 1997. Whiskeytown, la banda de un joven Ryan Adams, edita Strangers Almanac, su debut para una gran discográfica. Old 97's, combo tejano todavía hoy en activo, bautiza su colección más redonda con el revelador título de Too Far To Care. Lucinda Williams, cantante de Louisiana con década y media de carretera, se prepara para lanzar su despegue definitivo: Car Wheels On A Gravel Road. Pioneros como The Jayhawks, con su primer disco tras la salida de Mark Olson, o The Bottle Rockets, editando la continuación de su excelente dupla de presentación, siguen sumando halagos, mientras nuevos habitantes como Jason Molina, Neko Case o Anders Parker siguen llegando a esta nueva-vieja ciudad.

Aquel 1997 las revistas de música comenzarían a hablar de un género construido sobre las ruinas de un pasado casi remoto, pero al que el tiempo terminaría donando un porvenir. Bautizado como country alternativo, algunos ven en él la penúltima moda pasajera de una década en la que las tendencias apenas logran mantenerse a flote durante un par de temporadas. Hoy, diecisiete años después, Will Johnson supera ya la veintena de referencias discográficas, Wilco reciben el aplauso general de la crítica y uno puede encontrar una banda rindiendo homenaje a Johnny Cash en cada cruce de carretera. Imposible no recordar aquellos versos que Merle Haggard cantaba en 1982. Are The Good Times Really Over?       
                    

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