31/7/14

Country Funk, vaqueros con lentejuelas


Esta es la historia de un cruce de caminos que no sale en ningún mapa, un género sin nombre, una república inexistente. Cuando hace dos años el sello Light In The Attic editó el primer volumen del recopilatorio Country Funk, la cosa sonaba a capricho, a intento por descubrir un paisaje deshabitado en la que los cowboys se dejan acompañar por trompetas y los cantantes tristes rezuman mojo. Un escenario imposible, una fiesta a la que nadie parece estar invitado. Sin embargo, si algo aprendimos durante años rebuscando entre cubetas de discos es que estos no se dejan etiquetar fácilmente. Puede que la gran mayoría de los nombres que aparecían en la contraportada de Country Funk (1969-1975) encajaran más en la parte pálida de la ecuación que en los dominios del groove. No obstante, aquella colección demostraba que hasta el vaquero más polvoriento tenía un corazón negro.

Un segundo volumen, de reciente edición, viene ahora a sumar nuevos nombres a esta familia sin patria ni bandera. Aquí podemos escuchar a Townes Van Zandt bajo una capa de arreglos que bien podrían figurar en la discografía de Curtis Mayfield, a Willie Nelson cambiando las llanuras de Texas por el asfalto del Bronx, a Dolly Parton dejándose seducir por una base rítmica salida de una película blaixplotation. Canciones que en el cancionero inabarcable de estos artistas figuran como llamadas a pie de página, notas al margen que, en la mayoría de los casos, fueron calificados en su momento como repertorio de relleno. Una escucha y al cajón de los olvidados. Experimentos vilipendiados por la crítica que, por sí solos, carecen de significado, pero que recopilados uno detrás de otro adquieren una segunda vida.

En una época (las canciones de esta segunda entrega recogen un periodo que va desde 1967 hasta 1974) en la que el country dejó de ser patrimonio exclusivo de sureños y emisoras de Nashville, no era raro que los productores insistieran en que sus cantantes descubrieran nuevos territorios. Estampas en las que los forajidos de sombreros de ala ancha se calzan lentejuelas y pantalones de campana. Ahí tenemos a Billy Swan seduciéndonos con aquel Don't Be Cruel popularizado por Elvis. Gene Clark y Doug Dilliard (sus dos discos a la limón siempre serán los grandes olvidados en el nacimiento del country-rock) se marcan una versión del Don't Let Me Down, el blue-eyed soul de Lennon y compañía para Let It Be. Idéntica senda toma Jackie DeShannon, que con su versión del The Weight de The Band anticipa aquella grabación mítica de 1976 con The Staples Singers 'bailando el último vals'.

JJ Cale, Bill Wilson y Jim Ford completan esta colección inagotable, rompecabezas de infinitas fichas que abre una nueva veta por la que transitar un género, el country, menos homogéneo de lo que muchos quieren hacernos creer. Descubierto el filón, ahora sólo hace falta recorrer el camino de vuelta, reflotar aquellos artistas del guetto que quisieron cantar a la luna de Kentucky y a los caballos descarriados. Desde Bobby Womack hasta Solomon Burke pasando por las decenas de nombres de la soul-music que descubrieron que ellos también podían hacer suyo el repertorio country. Pero eso, claro, es otra historia que algún día alguien tendrá que contar. De momento toca disfrutar con estos cowboys de medianoche cantándole a las calles ardientes de Harlem.

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