15/8/14

El pop curativo de The Jayhawks



"There's a little bit of truth in every lie"
The Jayhawks, Trouble

A Gary Louris le habían golpeado dos veces. A la separación de su mujer había que unirle la marcha de Mark Olson de The Jayhawks, la banda que ambos habían formado a mediados de los ochenta y que diez años después comenzaba a dar sus frutos. Con el éxito de Hollywood Town Hall y Tomorrow The Green Grass, la formación de Minnesota parecía lista para liderar aquella nueva generación de adolescentes que habían devuelto las guitarras acústicas y el sonido de raíces a las emisoras de la FM norteamericana. No obstante, Louris y Olson no parecían encajar del todo en esa etiqueta creada para aglutinar a todos aquellas bandas que bebían de Johnny Cash y Minutemen a partes iguales. Su clasicismo pop nada tenía que ver con el Nuevo Rock Americano de The Dream Syndicate, Violent Femmes y X. Tampoco con ese alternative-country de acordes enmarañados y ceño fruncido de comienzos de los noventa. Quizás por ello, cuando la cosa adquirió tintes oficiales y comenzó a acaparar portadas, Mark Olson decidió bajarse del tren en busca de un perfil bajo a solas o con la ayuda de su mujer Victoria Williams.

Atrás dejaba una banda en la cresta de la ola y un Gary Louris dolido, contra las cuerdas pero sin besar todavía la lona. De aquella ruptura imprevisible (a día de hoy ni Olson ni el resto de la banda saben todavía el por qué de aquel final abrupto) nacería Sound Of Lies, un disco amargo, de apariencia pop, pero con suficientes recovecos como para seguir mereciendo una relectura 17 años después. Aquel título agrio, cargado de desilusión, parecía encajar perfectamente con esa portada de tintes warholianos. Como el genio neoyorquino, Louris pintaba un paisaje colorido, irónico, en el que la resaca de la ola deja siempre un poso nostálgico. Si aquellos primeros discos con Olson nacían de una ilusión juvenil por comerse el mundo, con Sound Of Lies el sueño se esfuma. Con nada que ganar, Gary Louris y compañía se lanzan al fondo del estanque, hurgan en la herida de un grupo que pudo marcar una época pero que, cosas del destino, terminó ganándose el título de “la mejor banda de la que nunca oíste hablar”.

El calificativo, rimbombante, parecía no obstante conectar directamente con otra de esas formaciones que, aunque en la boca de todos, nunca logró hacerse un hueco en el olimpo de la historia. Big Star, la formación del malogrado Alex Chilton, perfila el marco de Sounds Of Lies. No sólo en la canción de idéntico nombre e irónico contenido (“I'm gonna be a big star... someday”), sino en ese sonido redondo y pop, mirando de reojo a The Beach Boys y aquellos inocentes años sesenta de los primeros Byrds y los Beatles de Revolver. Sin embargo, bajo esa capa de armonías y melodías dulces se esconde también un compositor buscando refugio (“Took her pills and her magazines / left her lying in her misery / He was locked up in his room / Colored pinwheels as the sirens wine down the avenue”), cuando no huyendo de sí mismo (aquel paisaje surrealista en Poor Little Fish). Louris parece listo para la estocada final (“It's a matter of time till' I fall in the middle of the town” canta casi a solas en la canción que cierra el disco).

El álbum, a pesar de los malos presagios, cosechó grandes elogios. Algo inesperado para una banda por la que nadie daba un duro en aquel 1997 en el que el country alternativo se hizo adulto. Mientras los adolescentes se calzaban las botas de forajido, Louris y compañía guardaban las camisas de cuadros en el ropero y se lanzaban a una carretera llena de curvas, rumbo a esa California soleada que tanto brilló en los sesenta. Allí The Jayhawks se encontrarían con canciones de título novelesco (The Man Who Loves Life) y declaraciones amargas (Trouble), con un puñado de fotogramas en technicolor en el que, a pesar de todo, también había espacio para la esperanza. “Who says that this is the end? / Why do good things divide? / Why did they all choose sides?” anuncia Louris en Stick In The Mud.

Años después él y Olson se volverían a unir, grabarían un disco conjunto y protagonizarían una nueva gira. Efímera, eso sí, como aquel lamento amargo que inundaba Sound Of Lies. Smile, la continuación tres años después, no dejaba lugar a la duda con ese título sonriente. Tampoco Rainy Day Music, una vuelta a las raíces que cerraba un nuevo capítulo en la historia de The Jayhawks. Puede que aquella trilogía, reeditada durante estos días, no tuviera el empaque de esos primeros discos en el que folk y pop firmaban una paz perpetua; sin embargo, algo de ese poder curativo permanece en sus surcos y canciones. Música para lamerse las heridas.

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