Con la Creedence ha ocurrido como con tantos otros grupos. Su breve trayectoria y su tendencia a quedar retratados en recopilatorios de saldo ha terminando arrojando una imagen distorsionada de su cancionero. La banda de los pelotazos de tres minutos, la maquinaria perfecta capaz de permanecer cuatro años en lo alto de las listas y retirarse a tiempo. Como si sus canciones estuvieran congeladas en el tiempo, sus melodías han terminado siendo pasto de la naftalina más nostálgica. Poco más queda por añadir a una historia sin más vuelta de hoja.
Y, sin embargo, si uno bucea en sus
discos, comienzan a salir a flote las grietas, las aristas; más allá de aquel
cuadro perfecto de combo de rock de raíces. John
Fogerty, al que la historia siempre retrató como un compositor
atemporal, desenganchado de una generación -la hippy- que nunca
cuajo en sus camisas de cuadros y su blues pantanoso, siempre miró
de reojo a los titulares de los periódicos. No sólo para criticar la
masacre en Vietnam (en aquella época hasta el más republicano
terminó renegando de la guerra), sino para subirse al carro de las
tendencias sonoras de la época.
Ahí queda el testimonio de The Concert, aquel directo grabado en 1970 (aunque editado diez años más tarde) que documenta el momento más glorioso de la formación. Tampoco conviene olvidar el concierto que la banda dio en el mítico festival de Woodstock. Otra prueba de que la distancia entre Fogerty y la comunidad hippy no fue tan grande como nos la han querido pintar. También de que aquella carretera por la que se deslizó la Creedence contiene más desvíos de los que a primera vista pudiera parecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario